viernes, 17 de diciembre de 2010

La oración es el centro motor de un consagrado

La oración es el centro motor de un consagrado, no se puede dejar de lado. Si se hacen trabajos con el prójimo sin  la oración se cae en el activismo social pero no es un trabajo evangélico desde la fe en Dios. Debe ser un alimento importantísimo que, junto con la Eucaristía nos ayuda a ser mejores, nos fortalece contra el mal y nos mantiene el espíritu vivo.

“El que tiene las llaves de la oración, puede abrir los cielos.”

La oración es el centro de un consagrado, es el motor que le ayuda a caminar, es el alimento que junto con la Eucaristía le da vida.

Orar es hablar con Dios, de Tú a tú, como le habla un hijo a un padre. Y a Dios podemos decirle cualquier cosa: lo que vivimos, nuestras preocupaciones, lo que hemos logrado, en lo que necesitamos su ayuda, incluso platicarle nuestro día tal y como lo haríamos con la gente a la que le tenemos confianza y le queremos. La oración es un dirigirse a Dios para alabarlo, agradecerle, reconocerlo y pedirle cosas que sean para nuestro bien.


El Catecismo de la Iglesia Católica nos explica en síntesis que "La oración es la elevación del alma hacia Dios o la petición a Dios de bienes convenientes" (CEC 2590), es decir, pedirle lo que es bueno para nuestra alma y nuestra salvación. Cualquier cosa que sea contraria a esto, por supuesto que no nos la concederá, porque ante todo nos ama y nunca haría nada para hacernos daño.

Jesucristo nos dijo "...cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará" Mt 6, 6. Esta es una oración privada, personal en la que solamente estamos a solas con Dios. Esta oración es fundamental, verdaderamente el pilar de la vida interior. Con ella nos acercamos a Dios y nos dirigimos a Él que es persona Dios, nuestro Padre en el cielo está siempre presente y lo puede todo (es omnipotente y omnipresente), y cuando Jesús nos indica que vayamos a nuestro aposento y cerremos la puerta para orar privadamente, es porque Dios quiere vernos a solas, como una Padre se sienta a hablar cariñosamente con su hijo sobre las cosas más privadas, más trascendentes y más importantes. Jesús comprende nuestra necesidad de consuelo, de ayuda y nos invita a que en la intimidad, nos dirijamos con toda la confianza del mundo a nuestro Padre para pedirle cuanto nos haga falta.

Jesucristo nos da testimonio de que está en continua comunicación con su Padre y nos invita a hacerlo. Jesús ora en el Bautismo (Lc 3, 21); en su primera manifestación en Cafarnaún (Mc 1 ,35; Lc 5,16); en la elección de los Apóstoles (Lc 6,12). Noches enteras pasa el Señor en diálogo de oración con su Padre (Lc 3, 21; 5, 16; 6, 12; 9, 29; 10, 21 ss.). Jesús enseñará a sus discípulos que han de orar en todo tiempo (Lc 18,1). La plegaria de Jesús pone de manifiesto su confianza filial con Dios Padre que se traducirá en la familiar expresión de Abba Padre (Mc 14, 36). Lo mismo sucede con las diversas peticiones que formula en la oración sacerdotal (Lc 17), poco antes de su Pasión (Mt 26, 36-46; Mc 14, 32-42; Lc 22, 40-46), y en la petición por sus verdugos (Lc 23, 34). Jesús, ante la pregunta de uno de sus discípulos, ha dejado a los cristianos no sólo el modelo de su propia oración, sino también el cómo y la manera de hacerla (Lc 11,1-4). El Señor instruye a sus discípulos para que hagan bien la ORACIÓN, sin charlatanería (Mt 6, 5-15); con una postura de humildad, tal y como nos lo señala la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14); en unión de la fe y la confianza, como requisitos de eficacia para el orante (Mt 11 , 24; Lc 17 , 5 ss.).

La oración privada es fundamental en la vida de piedad de todo católico. Ahora bien, no debemos olvidar que todos los bautizados formamos parte de la Iglesia (y en ese sentido somos parte del cuerpo místico de Cristo); el Señor nos dijo que "donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos." Mt 18, 20. La oración también puede hacerse en conjunto con otras personas, incluso Jesucristo le da tanto valor que promete "estar en medio de nosotros" cuando lo hagamos. Esa es la oración pública, la que se hace en nombre de la Iglesia, por un ministro destinado legítimamente a este fin (CIC, can. 1256; v. III). Este tipo de oración suele tener un carácter eminentemente litúrgico, como le ocurre al rezo del Oficio divino. Santo Tomás le llamaba a esta oración común; y considera que debe realizarse en voz alta para que el pueblo fiel tenga conocimiento de ella. La oración privada es la que ofrece la persona individual por sí misma o por los demás. 
Por: Sem. Ricardo Valle Andrés
http://www.almas.com.mx/almas/artman/publish/article_615.php

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