martes, 20 de noviembre de 2012

El Cristo de la Sonrisa

No se puede hablar de Francisco de Jaso y Azpilcueta (San Francisco Javier) sin mencionar su relación con el Cristo de la Sonrisa, 
 La sonrisa de su Cristo en Javier quizá fue la que lo motivó en su alegría hasta hacer que en la India, en Japón o en la actual Malasia le llamasen «El Alegre». Confianza en Dios, espíritu aventurero, capacidad de diálogo interreligioso e intercultural fueron valores que Javier bebió de su relación con Jesús.
 No podemos desvincular a San Francisco Javier del Cristo de la Sonrisa porque fue Él quien lo sedujo y lo hizo el hombre universal que hoy celebramos. 

http://www.jesuitas.es/

lunes, 19 de noviembre de 2012

Decir tus oraciones vs rezar tus oraciones.


En la vida espiritual, el lenguaje que utilizamos refleja íntimamente nuestro corazón. Veamos como ejemplo las oraciones dirigidas a Dios. ¿Decimos nuestras oraciones o rezamos en íntima relación con Dios? La primera opción es como decir: «He hablado con mi esposa», la segunda es más cercana a decir «Mi esposa y yo tuvimos una estupenda cena juntos». La oración, cuando es expresada en términos impersonales representa y anima aspiraciones impersonales, mismas que luego pueden llevar a intentar orar de manera impersonal... y la oración impersonal no es oración porque se reduce a una persona diciendo cosas, más que a un encuentro real con Dios.


Esto es lo que Santa Teresa de Ávila opinó sobre «decir» las oraciones:

Hablo de la mental como de la oral: siendo oración, debe ser hecha prestando atención; porque quien no considere con quién está hablando y lo que pide y quién es la que pide y a quién se lo pide, conoce muy poco sobre la oración, no importa que tanto mueva sus labios. Y aunque algunas veces la oración es hecha sin haber advertencia real, este prestar atención es requisito en otras ocasiones. Pero quienquiera que se acostumbre a hablar con la majestad de Dios, como si estuviera hablando con su esclavo, sin considerar si habla con propiedad o no, sino que habla sólo lo que primero le viene a la cabeza o lo que haya aprendido de memoria por haberlo repetido en otras ocasiones – yo no considero que esto sea oración.


Hace poco vi un video en YouTube sobre el tema de la oración –específicamente sobre Lectio Divina – realizado por un sacerdote muy popular, pero actualmente disidente (digo «actualmente» porque siempre hay esperanza). Siempre que oigo a cualquier persona hablar sobre la Lectio Divina, en particular, pero también sobre otros métodos de oración, escucho con mucho cuidado para comprobar rápidamente si debo o no apoyarme con entusiasmo en ella, o si, por el contrario, debo encontrar algo mejor qué hacer. Lo que busco descifrar es simple: si el discurso se enfoca en el método o en la relación que es asistida por el método. ¿Está solamente haciendo énfasis en las técnicas y los «pasos» – o me está ayudando a entender cómo profundizar mi relación con Dios? Este sacerdote del video –cuyo corazón parece por ahora desconectado de la viña – habló sólo en términos mecánicos/técnicos en vez de utilizar un lenguaje que reflejara una intimidad real con el Señor. Quedó claro que éste no era el lugar para buscar comprender en profundidad el verdadero espíritu de la Lectio divina o de cualquier otra forma de oración.

Es una lección para todos nosotros. Si en nuestra oración somos dados a las expresiones impersonales, ¿puede esto indicar que necesitamos afrontar el reto en nuestra propia vida de fe? ¿Podría esto reflejar que nuestra relación con el Señor es también impersonal y, por tanto, no es una relación vivencial? Claro, podemos conocer nuestro método, «decir» nuestras oraciones y parecer devotos (éstas son cosas buenas), pero tendríamos un largo camino por recorrer para vivir la vida de oración de la cual hablan los místicos. Y ciertamente nos encontramos distantes del mensaje de Jesús en Juan 14, cuando dice: «el que permanece en mí, el que permanece en mi amor, Yo permaneceré en él... y me manifestaré a él».

Jesús no es simplemente una idea, un principio etéreo, un Dios distante para quien debemos «actuar» con el fin de agradarlo o apaciguarlo. Él no es el Dios que requiere una danza de la lluvia con brincos, movimientos, disfraces y ritmos especiales. Él no es un dios falso de Baal que pide efervescencia a través de los actos vacíos de una piedad distorsionada – o de cualquier otra forma de acción externa que en esencia es sólo la representación de una tarea o de un deber ejercido a cambio de favores de parte de Dios: «Acabo de decir las palabras, aquí está mi fórmula mágica, ahora, por favor haz lo que te pido». Eso no es oración.

En marcado contraste, la oración en las mentes y los corazones de los místicos es expresada como analogía de lo que es la intimidad esponsal -el acoplamiento con el otro en un nivel que solamente es reflejado efectivamente en el amor de los esposos. Por supuesto no estoy hablando aquí del acto sexual, sino de lo que el Beato Juan Pablo II llamaba la más alta expresión de uno mismo. Porque en ese acto conyugal, en esa comunión, en esa unidad de ser sólo uno, en esa donación mutua es donde encontramos la vulnerabilidad, la intimidad y el gozo que sobrepasa cualquier otra analogía que pudiéramos utilizar para poder realmente comprender lo que significa tener y perdurar en una relación con Dios.

Rezo para que puedan «decir» sus oraciones, pero que éstas sean mucho más que simples pensamientos que ustedes pongan en palabras. Rezo para que, a través de su vida de oración, puedan llegar a conocer realmente al Señor, no como a alguien a quien simplemente le hablan, sino como alguien a quien aman... y quien específicamente ama a cada uno, personalmente, verdaderamente, por siempre.