viernes, 30 de mayo de 2008

El Secreto de una Celda Monacal

Los monjes guardan secretos dignos de conocerse, aunque a veces el valor de un cierto secreto no se hace inmediatamente evidente.Un secreto así tiene que ver con la celda de un monje y con la importancia que los escritores espirituales clásicos dieron al monje que permaneciera en su celda. Por ejemplo, Abba Moisés, uno de los grandes Padres del Desierto, de color, aconsejaba a sus monjes: “Andad, sentaos en vuestra celda, y vuestra celda os enseñará todo”.
Otros Padres del Desierto acuñaron frases como éstas: “Anda, come, bebe, duerme, no trabajes, pero no abandones tu celda”. O “No ores, en absoluto; sencillamente, quédate en tu celda”. Tomás de Kempis, en su libro “Imitación de Cristo”, escribió acertadamente: “Cada vez que abandonas tu celda, regresas menos hombre”.
Un consejo como éste seguramente nos chocará, por desequilibrado, enfermizamente monástico, enfermizamente ascético, enfermizamente de “otro-mundo”, o simplemente desquiciado. Por lo menos, y como mínimo, nos chocará como algo que tiene muy poco o nada que ver con nuestras propias vidas normales, ajetreadas, complicadas, viriles… ¿Qué nos puede brindar un consejo como ése? ¿Acaso no debemos vivir con otros en comunidad?
Entendido correctamente, el consejo de permanecer en nuestra celda, y que la misma celda nos enseñe todo, ofrece algo de la sabiduría espiritual de los siglos, de los maestros espirituales. Permanecer dentro de nuestra celda es una de las claves de nuestra aventura humana y espiritual. Pero hay que comprender esto en su contexto.
A saber:Se da este consejo a monjes, a contemplativos profesionales, a personas que viven dentro de la clausura monástica, a personas cuya única vocación es vivir en soledad, a personas cuyo deber primario de estado es orar en silencio. En tal contexto, la palabra “celda” se convierte en una palabra codificada, que encapsula la vocación entera de un monje y sus obligaciones de estado. Entonces, cuando Abba Moisés dice: “Andad, sentaos en vuestra celda, y vuestra celda os enseñará todo”, está aconsejando en efecto la debida diligencia y la fidelidad. ¡Haced aquello para lo que vinisteis! Permanecer en la propia celda es sinónimo de fidelidad.Y ése es un sensato consejo espiritual válido para todos, no solamente para monjes. Nuestra “celda” es una palabra alternativa que significa nuestro conjunto de responsabilidades, nuestros deberes de estado, nuestra debida diligencia y fidelidad dentro de nuestras vocaciones, relaciones, matrimonios, familias, iglesias y comunidades. “Abandonar la propia celda” es descuidar nuestras responsabilidades o ser infiel. Propiciar que “nuestra celda nos enseñe todo” es tener fe en que, si permanecemos fieles dentro de nuestros valores morales y nuestros propios compromisos, la misma virtud y fidelidad nos enseñarán entonces lo que necesitamos para saber lograr madurez y santidad...
Ron Rolheiser (Traducido por Carmelo Astiz, cmf)

El misterio de la obediencia consagrada

Hablar de obediencia consagrada es hablar de una obediencia configurada realmente con la vivida por Jesús. O, mejor aún, es hablar de una vocación y de un compromiso -ratificado con voto- de revivir en la Iglesia el mismo misterio de obediencia radical vivido por Jesús en su existencia terrena.
La obediencia consagrada no es simplemente un ‘consejo’, como tampoco lo son la castidad y la pobreza, sino un verdadero carisma, es decir, un especial don de gracia, concedido por el Espíritu Santo a la Iglesia, y en ella a determinadas personas, para revivir intensamente esta dimensión de la vida y del misterio de Jesús. Por eso, ha que tener el mismo contenido fundamental de su obediencia, y responder a sus mismas motivaciones.
Hemos descrito la obediencia histórica de Jesús, diciendo que fue sumisión total en amor (=filial) al querer del Padre, manifestado y discernido, muchas veces, a través de mediaciones humanas.
En la vida religiosa, es decir, en la vida especialmente consagrada, porque intenta ser “memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús, como Verbo encarnado, ante el Padre y ante los hermanos” (VC 22), en respuesta a una peculiar vocación, se quiere vivir comprometidamente -por eso y para eso, se hace profesión, por medio de voto público- la misma obediencia vivida por Jesús. Por tanto, el voto religioso no puede reducirse, -como desdichadamente afirmaron los juristas- al compromiso de cumplir el mandado explícito de los superiores, cuando lo imponen en conformidad con el derecho universal y con el propio del respectivo instituto1. Si a esto se redujera, el voto quedaría privado de todo fundamento y contenido cristológicos, y dejaría de ser una realidad evangélica. Lo cual sería gravísimo.
El voto religioso de obediencia es el compromiso público, aceptado como tal por la Iglesia, de acoger la voluntad de Dios como único criterio de vida, discernida e interpretada a través de múltiples mediaciones humanas y, de modo particular, por medio de los superiores, en sus distintos grados. Abarca, pues, todo el ámbito de la obediencia cristiana, tal como se pretende vivir -por una especial vocación- en la vida consagrada. Es decir, abarca todo el proyecto evangélico de vida, y comprende todas las mediaciones: la propia conciencia, la palabra de Dios, el magisterio de la Iglesia, los signos de los tiempos, las necesidades y aspiraciones de los hombres, la voz humilde de los hermanos, la voz más solemne de la propia comunidad, las constituciones del propio instituto y, de un modo especial, sus respectivos superiores. Por eso, es obediencia radical. Y va a implicar y supone, de hecho, la ‘renuncia’ explícita a programarse la propia vida (cf ET 7), para aceptar -como expresión concreta y objetiva de la voluntad de Dios- el programa que ofrece al religioso la gran mediación de su propio instituto, a través, fundamentalmente, de sus hermanos y también de sus estructuras y, especialmente, a través de las Constituciones y de las distintas instancias de gobierno.
Autor: Severino María Alonso, cmf

miércoles, 28 de mayo de 2008

La Cantera del Espíritu

Si hay alguien que sabe lo que es el silencio y su valor, esa es María. Nadie mejor que Ella se merece esta entrevista.

Quien ha visitado un monasterio, seminario o convento, ya se habrá topado con el clima de silencio que reina en esos lugares: allí se habla poco. Y, por lo mismo, en esos sitios hay un “no sé qué” que los hace especiales. El que aún no ha tenido la experiencia, quizá se asombre de tan singular dato y lo ponga en entredicho.

Para entender la supuesta riqueza del silencio, lo más recomendable sería interrogar a un maestro del oficio para que nos aconseje o por lo menos nos explique qué hay de atractivo en ese “no hablar”. Como estamos en el mes de mayo, la primera persona que me vino a la mente ha sido la Santísima Virgen María. Si hay alguien que sabe lo que es el silencio y su valor, esa es María. Nadie mejor que Ella se merece esta entrevista.

-Madre, los escritores y lectores de “Virtudes y valores” queremos preguntarte para qué sirve el silencio. Será una entrevista breve pues no queremos distraerte de tus muchas ocupaciones, bien sabemos que tienes muchas súplicas que atender de tus hijos de todo el mundo. Aprovecho la ocasión para darte las gracias a nombre de todos los hombres por tu cercanía, porque de verdad que sin ti no daríamos una en esta vida. Gracias también por tu paciencia y sobre todo por tu amor constante. Comienzo de una vez: en los Evangelios aparecen muy pocas palabras tuyas… Al menos yo, supongo que la razón se debe a que los evangelistas no estuvieron muy atentos para transmitirnos más datos tuyos, ¿estoy en lo correcto?

-Santísima Virgen: Gracias, hijo. Tu pregunta ya me la han hecho muchas veces, y puedo decirte que de esta humilde sierva del Señor no habría que citar nada más. Mis palabras no son importantes, no son nada comparadas con las palabras de Dios. Lo que Él dice es lo único que merece la pena escuchar. Dios habla al corazón de los hombres, continuamente, con gran misericordia y perdón. Esa es la razón principal del silencio: escuchar las palabras de Dios, acogerlas como tesoro precioso en el corazón y vivirlas. Creo que eso es lo que encontramos en los evangelios, y por eso están muy bien escritos. Y las palabras mías que citaron, esas quedaron escritas porque así lo quiso Dios, Bendito sea su nombre.

-Pues sí que es un gusto saber para qué sirve el silencio. ¿Podrías explicarnos cuál es tu experiencia personal del silencio, Madre? O mejor, ¿con qué palabra –una sola– definirías lo que es el silencio para ti?

-Santísima Virgen: Encuentro. El silencio es “Encuentro”, el más importante de todos: el Encuentro con Dios. Y como en ningún encuentro entre dos personas es posible quedarse callados, tampoco sucede eso cuando se está con Dios. Por eso, el silencio ante todo es hablar… Sí, hablar, aunque parezca contradictorio. De nada vale el silencio si no se habla con Dios, pero antes de hablar hay que escuchar, si no ¿qué vamos a decir? Hablar con Dios es muy bueno, pero mejor que todo es escucharle a Él. Él tiene palabras de vida, todo lo que dice es amor y engendra paz en nuestra alma. Cómo me gustaría que todos mis hijos supieran esto: cuando hablas con Dios, cuando estás con Él, lo tienes todo. Quien lo tiene a Él, nada le falta.

-Tienes toda la razón, Madre. Tú mejor que nadie sabes que esto se nos olvida a menudo. ¿Nos podrías decir cómo vivías tú el silencio en la práctica? ¿Tienes alguna técnica que nos puedas recomendar? Seguro que hay varios “trucos”, por así decir, que nos pueden ayudar para que el silencio sea algo más habitual y menos extraño para nosotros.

-Santísima Virgen: Lo que a mí más me ayuda es pensar en Dios. Yo creo en Él como lo que es: una persona real, el Padre que tanto me ama y a quien le debo todo lo que soy y que ha hecho en mí. Yo pienso en Dios continuamente. Sé que todo lo puedo si Él está conmigo. Y todo lo hago con Él, por eso el silencio más que una exigencia o una necesidad, surge de manera espontánea, como lo más natural que hay. Dios está en todas partes, está al lado de cada hombre. Esto es así, no hace falta imaginarlo, sólo hay que abrirse y recibir el amor que en cada momento nos está enviando. Si tú amas a Dios el silencio es sólo una consecuencia. El amor es siempre lo primero, todas las lecciones parten de este principio y por eso en él se encierran todos los mandamientos. No hay mejor camino al cielo que el amor.

-Para terminar, Madre querida, una preguntilla más. Tú desde el cielo nos ves en todo momento y conoces perfectamente nuestra situación, ¿cuál sería tu consejo para nosotros, el más esencial? ¿En qué tenemos que poner más atención para vivir el silencio y con ello estar más unidos a Dios?

-Santísima Virgen: Gracias, hijo. En la pregunta anterior me pedías algo práctico y creo que este es el momento para decirlo. Además de vivir en la actitud de amor a Dios, yo creo que lo que hace más falta es bajar a la práctica ese deseo de hablar con Dios. Yo sé que muchos de mis hijos anhelan una relación más íntima y personal con su Padre Dios, pero este buen propósito debe concretarse. Así como en su vida llaman a sus amigos por teléfono, escriben e-mails o cartas o simplemente se saludan por la calle cuando se encuentras, de igual modo hay que dedicar un tiempo para hablar con Dios. Esto, como ya he dicho, se puede hacer en todo momento gracias a que Él nos acompaña en todo lugar, sin necesidad de cables ni cuotas mensuales, ¿por qué no aprovechar tantas facilidades? Hablar con nuestro Padre Dios no cuesta, y nos enriquece enormemente. Está disponible las 24 horas del día y siempre está de buen humor: no hay nadie que nos ame más que Él. Comiencen a hacer la prueba, y ya verán cómo no quedarán nunca defraudados.

-Gracias de nuevo, Madre, por estas palabras. Las tendremos muy presentes en nuestro corazón.
SMV: Gracias a ustedes, mis hijitos. Hablen confiadamente con su Padre y hagan siempre lo que Él les diga. Recuerden que los amo muchísimo.

domingo, 4 de mayo de 2008

Salva los Monasterios

Casi 150 monasterios ortodoxos han sido destruidos en Kosovo y Metohija en Albania por la fuerza armada kosovar-albanesa.En Roma, la asociación Salvaimonasteri impulsada por Elisabetta Valgiusti ha lanzado un llamamiento para conservar la herencia cristiana y para ello ha organizado un encuentro de oración y diálogo.El núcleo del acto fue la celebración eucarística que se llevó a cabo en la iglesia ortodoxa rusa de Santa Catalina de Alejandría celebrada por el padre Filippo Vassiltsev.El vicario general de la diócesis serbo ortodoxa en Italia, Rasko Radovic afirmó que el medio más poderoso para ayudar a los monasterios destruídos es la oración:“Los medios que ofrece el Evangelio son la oración, el ayuno y la caridad, con la oración se puede hacer mucho...La oración para un cristiano, para un creyente fiel es como el aire para el hombre que vive en la tierra”Como representante del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos asistió el Padre Zust Milan, que afirmó:“Como cristiano creo que al seguir a Cristo, a pesar de todo, incluso si es muy difícil, lo sé, es posible poco a poco encontrar una manera de dialogar, si estamos verdaderamente mirando a Cristo, encontraremos una solución”.
(22/04/08) www.H20.news.org

jueves, 1 de mayo de 2008

Cuando dices

Cuando dices: "Es imposible" Dios dice: Todo es posible. (Lucas 18,27)
Cuando dices: "Estoy muy cansado." Dios dice: Yo te haré descansar. (Mateo 11,28-30)
Cuando dices: "Nadie me ama en verdad." Dios dice: Yo te amo. (Juan 3,16 y Juan 13,34)
Cuando dices: "No puedo seguir." Dios dice: Mi gracia es suficiente. (2ª Corintios 12,9 y Salmos 91,15)
Cuando dices: "No puedo resolver las cosas." Dios dice: Yo dirijo tus pasos. (Proverbios 3,56)Cuando dices: "Yo no lo puedo hacer." Dios dice: Todo lo puedes hacer. (Filipenses 4,13)
Cuando dices: "Yo no soy capaz." Dios dice: Yo soy capaz. (2ª Corintios 9,8)
Cuando dices: "No vale la pena." Dios dice: Si valdrá la pena. (Romanos 8,28)
Cuando dices: "No me puedo perdonar." Dios dice: YO TE PERDONO. (I Juan 1,9 y Romanos 8,1)
Cuando dices: "No lo puedo administrar." Dios dice: Yo supliré todo lo que necesitas. (Filipenses 4,19)
Cuando dices: "Tengo miedo." Dios dice: No te he dado un espíritu de temor. (1ª Timoteo 1,7)Cuando dices: "Siempre estoy preocupado y frustrado." Dios dice: Hecha tus cargas sobre mi. (1ª Pedro 5,7)
Cuando dices: "No tengo suficiente fe." Dios dice: Yo le he dado a todos una medida de fe. (Romanos 12,3)
Cuando dices: "No soy suficientemente inteligente." Dios dice: Yo te doy sabiduría. (1ª Corintios 1,30)
Cuando dices: "Me siento muy solo." Dios dice: Nunca te dejaré, ni te desampararé. (Hebreos 13,5)