jueves, 6 de diciembre de 2012

La misa explicada por San Pío de Pietrelcina

El Padre Derobert, hijo espiritual del Padre Pío, explica el sentido que tenía la Misa para el Santo de Pietrelcina: “El me había explicado poco antes de mi ordenación sacerdotal que celebrando la misa había que poner el paralelo su cronología y la cronología de la Pasión de Cristo. Se trataba de comprender y de darse cuenta, en primer lugar, de que el sacerdote en el altar es Jesucristo. Y desde ese momento Jesús en su sacerdote revive indefinidamente su Pasión”.

Y este es el itinerario de la cronología y orden en paralelo de la Misa y de la Pasión:

1.- Desde la señal de la Cruz hasta el Ofertorio: Es el tiempo de encuentro con Jesús en Getsemaní, sufriendo con Él ante la marea negra del pecado. Unirse a Él en el dolor de ver que la Palabra del Padre, que Él había venido a traernos, no sería recibida o sería recibida muy mal por los hombres. Y desde esta óptica hay que escuchar las lecturas de la Misa que están dirigidas personalmente a mí y a nosotros.

2.- El Ofertorio: Evoca el arresto de Jesús. La Hora ha llegado...

3.- El Prefacio: Es el canto de alabanza, entrega y agradecimiento que Jesús dirige al Padre que le ha permitido llegar a esta Hora.

4.- Desde el comienzo de la plegaria eucarística hasta la consagración: Empezamos encontrándonos con Jesús en prisión para después hacer memoria y celebración de su atroz flagelación y coronación de espinas. Seguimos con su Vía Crucis, el camino de la cruz por las callejuelas de Jerusalén -imagen de todo el mundo y de toda la humanidad-, teniendo presentes en el “memento” a los que están allí, en la Misa, y a todos.

5.- La consagración: Se nos da el cuerpo de Cristo, entregado de nuevo ahora. Es místicamente la crucifixión del Señor, y por eso el Padre Pío sufría atrozmente en este momento de la Misa, durante la consagración.

6.- Las plegarias inmediatamente posteriores a la consagración: Nos unimos enseguida con Jesús en la Cruz y ofrecemos desde este instante al Padre el sacrificio redentor. Es el sentido de la oración litúrgica inmediatamente después de la consagración.

7.- La doxología final, “Por Cristo, con Él y en Él...”: Corresponde al grito de Jesús “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu...”. Desde este momento, el sacrificio es consumado y aceptado por el Padre. Los hombres desde ahora ya no están separados de Dios, se vuelven a encontrar unidos. Y esa la razón por la que a continuación de la doxología se reza el Padre Nuestro.

8.- La fracción del Pan: Marca la muerte de Jesucristo.

9.- La intinción y posterior comunión: La intinción es el momento en que el sacerdote, habiendo quebrado la sagrada hostia, símbolo de la muerte, deja caer una partícula del Cuerpo de Cristo en el cáliz de su preciosa sangre. Marca el momento de la resurrección, pues el Cuerpo y la Sangre se reúnen de nuevo y a Cristo crucificado y resucitado a quien vamos a recibir en la comunión.

10.- La bendición final de la Misa: Con ella el sacerdote marca a los fieles con la cruz de Cristo como signo distintivo y, a su vez, escudo protector contra las astucias del Maligno. Es también signo de envío y de misión como Jesucristo, tras su Pasión y ya resucitado, envío a sus apóstoles a hacer discípulos de todos los pueblos.

Testimonio del P. Derobert, hijo espiritual del Padre Pío.
Autor: María Mensajera | Fuente: Adoraciòn Nocturna Española en Santander

Catholic.net 

martes, 4 de diciembre de 2012

Del Monasterio a su casa, la mejor cesta navideña


Dulces elaborados por religiosos, de forma artesanal, de monasterios y conventos de clausura de toda España
Turrón de trufa, polvorones de almendra, frutas con chocolate, miel de romero o mazapán relleno de cabello de ángel desde los obradores de hermanos y hermanas a su mesa.
Con la llegada del Adviento los centros de vida contemplativa colaboran con la inciativa "Monasterios y Conventosy empiezan a prepararse para tener a punto los dulces que elaboran para estas fiestas.
Hermanas clarisas de Agurain-Salvatierra
Los dulces típicos de estas fechas de Navidad son una de las especialidades de los más de 14.000 religiosos de vida contemplativa que habitan en los, aproximadamente, 950 monasterios y conventos que existen en España.
Parte de esos dulces se elaboran a partir de las mejores y más antiguas recetas guardadas entre los muros de los monasterios y conventos de diferentes regiones de nuestro país. En estas fechas ven incrementado su trabajo para elaborar de manera totalmente artesanal, con todo su amor y paciencia, los clásicos dulces navideños conocidos por todos como son los mazapanes, turrones, polvorones, roscos de vino, mantecados... etc.
"Monasterios y Conventos.com", quiere celebrar la Navidad de manera especial y hacer llegar a los hogares estos dulces artesanales bendecidos y de una calidad altísima.
Para esto se escogen los productos más representativos de los monasterios y se conforman dos lotes.
La Cesta Abadía contiene siete productos: mazapán surtido, turrón de trufa, roscos de almendra y vino, pastelillos de Navidad, dulzuras de violeta, empanadillas de almendra y polvorones.
La Cesta Cartuja cotiene diez productos: tortas de polvorón, turrón de chocolate y nueces, frutas con chocolate, miel de romero, polvorones, mazapán relleno de cabello de ángel, licor de crema de limón, turrón de nata y nuez, pastas isabelinas y jabón.
"Monasterios y Conventos.com" es una inciativa de la Fundación Amplexus, organización sin ánimo de lucro inscrita en el Registro de Fundaciones del Ministerio de Cultura Orden 1.531/2009, que busca la manera de dar a conocer la vida contemplativa que se desarrolla en España y que tiene una importancia cultural e histórica enorme.
Si quiere recibir los lotes especiales de Navidad, Cesta Abadia y Cesta Cartuja, puede solicitarlos entrando enwww.monasteriosyconventos.com o si lo prefiere llamando al 902 10 55 22.
Los ingresos generados por esta actividad se destinan íntegramente a los monasterios.

Feliz Navidad

clarisas
Hermanas del Monasterio de Armenteira
 roscospanempedrados
 Roscos de almendra y vinoPan de CádizEmpedrados de almendra
 empanadillaspolvoronesmazapan


Empanadillas de mazapánPolvoronesFiguras de mazapán
 Disfrute con los suyos esta Navidad de los dulces de más de 75 centros de vida contemplativa que forman parte deMonasterios y Conventos.
Monasterio de Sta. Paula (Sevilla)Monasterio de S. José Vilardastres (Orense)
Convento de la Purísima Concepción (Badajoz)Monasterio de Sta. Cruz (Cantabria)
Monasterio de Sto. Domingo de Silos (Toledo)Monasterio de Sta. María de Iranzu (Navarra)
Monasterio de Maria y Jesús (Toledo)Monasterio de la Adoración Perpetua (Barcelona)
Convento de las M. Dominicas de Daroca (Zaragoza)Monasterio de S. Antonio (Murcia)
Convento Ntra. Sra. del Espino (Burgos)Monasterio de la Oliva (Navarra)
Monasterio de S. Pedro (Álava)Abadia cisterciense de Viaceli (Cantabria)
Monasterio de Sta Maria de la Merced (Cantabria)Sta. Maria de Huerta (Soria)
Monasterio de S. Andres del Arroyo (Sevilla)Monasterio de Cardueña (Burgos)
Monasterio de la Encarnación (Madrid)Monasterio de Sta. Clara (Badajoz)
Monasterio de Montserrat (Barcelona)Monasterio de Sta. Clara (Córdoba)
Monasterio de Sta. Cruz (Córdoba)Abadía Cisterciense de S. Isidro Dueñas (Palenc)
Monasterio de Sta Clara (Valladolid)Monasterio Sto. Domingo el Real (Segovia)
Monasterio Sagrado Corazón (Alicante)Monasterio Sta. Faz (Alicante)
Convento de Sta. Clara de Belalcázar (Córdoba)Monasterio de Sta. Maria de la Caridad (Navarra)
Monasterio de Sta. Maria del Socorro (Sevilla)Monasterio de Ntra. Sra. de la Soledad (C. Real)
Monasterio de Sta. Maria del Valle (Badajoz)Convento de las Clarisas de Villacastin (Segovia)
Convento Franciscanas Descalzas (Jaén)Convento de la Visitación de Sta. M. (Guipúzcoa)
Convento de San Andrés (Sevilla)Monasterio de Alba de Tormes (Salamanca)
Monasterio Sancti Spiritus (Zamora)Oasis de Jesús (Barcelona)
Monasterio de los Padres Mercedarios (Zamora)Convento de Sta. Clara (Sevilla)
Monasterio Sta. María de Armenteira (Pontevedra)Monasterio de Sta. Isabel (Soria)
Monasterio de Sta. Clara (Huesca)Monasterio de Sta. Ana (Guipúzcoa)
Monasterio de Sta. Lucia (Alicante)Esclavas del Santisimo (Córdoba)
Monasterio de Sta. Ana (Murcia)Monasterio de la Inmaculada (Cuenca)
Convento de Sta. María de Jesús (Ávila)Monasterio de Ntra. Sra de la Salud (Cáceres)
Convento de la Encarnación (Asturias)Carmelitas descalzas (Valladolid)
Abadia Cisterciense Sta. Ana (Avila)Monasterio Sta Isabel de los Reyes (Toledo)
Compañia de Sta. Teresa de Jesús (Ávila)Monasterio Sta. Maria la Real (Burgos)
Monasterio de San Clemente (Sevilla)Convento de la Madre de Dios (Cáceres)
Monasterio de S. Esteban y S. Bruno (Teruel)Monasterio de Sta. Isabel (Segovia)
Monasterio de Leyre (Navarra)Hermanas Capuchinas Nava del Rey (Valladol.)
Convento de Sta. Florentina (Sevilla)Convento de Sta. Maria de Belvis (La Coruña)
Monasterio de Sta. Clara (Salamanca)Monasterio de S. Pelayo (La Coruña)
Convento de Allanz (Orense)Monasterio de Sta. Maria de Ferreira (Lugo)
Convento de Monforte de Lemos (Burgos)Monasterio de la Transfiguración del Señor (Astu)
Esclavas del Sto. Sacramento (Cuenca)Convento de San José (Ávila)
Convento Madre de Dios (Cáceres)Monasterio de las Reparadoras (Jerez de la F.)
Monasterio Jerónimas (León)Monasterio Madre de la Caridad (Murcia)
Monasterio Ntra. Sra. de los Ángeles (Palencia)
Monasterio Ntra. Sra. de las Flores (Lugo)
Más información:
Joaquín Portillo Aguilar
902 10 55 22
http://www.fundacionamplexus.com/

lunes, 3 de diciembre de 2012

El Canto Gregoriano


El origen del Canto Gregoriano y la liturgia
El nombre de canto gregoriano proviene del papa Gregorio I (590-604), quien introdujo importantes modificaciones en la música eclesiástica utilizada hasta ese momento para la liturgia del rito romano. Además de dichas modificaciones, fue autor de numerosas obras y melodías, como la Regula pastoralis, el Libri quattuor dialogorum o diversas homilías.
La música en la liturgia cristiana existente hasta entonces tenía su origen en las sinagogas judías, por lo que fue, al principio, exclusivamente vocal, sin la utilización de instrumentos musicales y con predominio de la lengua helenística; para ello, un cantor solista, generalmente el sacerdote, dirigía los rezos, que eran contestados por los asistentes a la celebración mediante la utilización de sencillos motivos.
Poco a poco, en Occidente fue evolucionando, y se produjeron tres cambios importantes:
  • Apareció a finales del siglo VII un pequeño grupo de cantores elegidos que asumió el papel del solista, la "schola"
  • La utilización del latín como lengua principal obligó a traducir los salmos utilizados hasta entonces a prosa latina.
  • La Iglesia Romana empezó a considerar como excesivo el empleo de los himnos en las funciones litúrgicas, y se buscó más el carácter improvisatorio de los cánticos, de forma que fuesen más la expresión libre de los sentimientos de los celebrantes.

Es en este marco donde encaja el Canto Gregoriano, como fuente de inspiración para la música eclesiástica occidental, sobre todo en ciertas partes de la celebración eucarística, como el Introito, el Ofertorio y la Comunión.
Son muy escasos los ejemplos de cantos escritos que han llegado hasta nosotros de los primeros siglos del cristianismo, pero hay que destacar el Códice Alejandrino, un salterio del siglo V que contiene trece de los cánticos empleados en el desarrollo de la liturgia. En esas obras se recogen los textos, pero no la forma de entonar los cantos, por lo que la aparición de una rudimentaria forma de notación musical en Hispania o en la Galia, durante el siglo IX, supuso un gran avance al respecto.

La reforma carolingia
Entre los años 680 y 730, con los primeros carolingios, se produjo la refundición del repertorio romano existente en lo que desde entonces pasó a conocerse como Canto Gregoriano, en centros como Corbie, Metz o Sankt Gallen, y ello permitió su rápida divulgación por el norte de Europa. Los ritos anteriores eran, básicamente, el céltico, elambrosiano, el galicano y el mozárabe o visigótico; todos ellos, enfrentados al rito romano tradicional, fueron desapareciendo paulatinamente tras la aparición de la liturgia Gregoriana, aceptada definitivamente a finales del siglo X.
Pipino el Breve, padre de Carlomagno, fue consagrado como rey de los francos por el papa Esteban II, quien se encontró con que en el reino se practicaba un rito distinto del romano, el galicano.
Desde ese momento, Roma empezó a formar chantres enviados desde la Galia y a suministrar libros que permitiesen llevar a cabo la reforma de la liturgia; lasescuelas de Rouen y Metz se convirtieron en centros fundamentales de enseñanza del canto gregoriano. El repertorio impuesto inicialmente fue ampliado por los carolingios con piezas nuevas, y llegaron a ser tan numerosas que se vio pronto la necesidad de conservarlas por escrito, incluyendo la melodía. Para conseguir esto último, aparecieron unos signos aislados similares a acentos del lenguaje, los neumas; para lograr una mejor representación de los sonidos, los neumas se agrupaban o separaban en función del lugar exacto en que se localizaba cada sonido.

Apogeo del Canto Gregoriano
Este primer esquema iba a experimentar importantes modificaciones en los siglos posteriores, que se centran, básicamente, en cuatro puntos: la introducción del pautado hacia 1050, la diferencia entre las modalidades de ejecución, la generalización del canto a varias voces, con la aparición de la polifonía, y la imposición del compás regular.
En primer lugar, durante el siglo XI quedaron establecidas las reglas que iban a determinar la notación musical de una forma homogénea, y los neumas se convertirían con el tiempo en lo que hoy son notas musicales, mediante la indicación del tono y la duración de cada sonido; para ello, se anotaban en un tetragrama, antecedente del pentagrama actual.
La ejecución pasó a ser de dos tipos: silábico, cuando cada sílaba del texto se corresponde con una única nota, o melismático, cuando cada sílaba es entonada por más de una nota musical.
La polifonía marcó un hito importante. Hasta el siglo IX, el canto era exclusivamente monódico, es decir, con una sola melodía. Mediante la polifonía, se combinan sonidos y melodías distintas y simultáneas para cada nota musical. Un sencillo ejemplo de ello es el canto conjunto de hombres y mujeres, que combina voces agudas con graves. Finalmente, el compás permitió mantener un equilibrio entre distintas voces superpuestas, pues introducía un elemento de medida, imponiendo un ritmo más o menos preciso.

El declive y la situación actual
Dichas innovaciones condujeron al Canto Gregoriano hacia una situación de crisis que se vio agravada con el Renacimiento, mucho más inclinado a recuperar las tradiciones de la antigüedad clásica. Tras el Concilio de Trento, la Santa Sede decidió reformar todo el canto litúrgico, encomendando inicialmente tal misión a Giovanni Palestrina y Aníbal Zoilo en 1577, pero en los siglos posteriores fueron desapareciendo poco a poco los rasgos principales: eliminación de las melodías en los manuscritos, supresión de los signos y desaparición del viejo repertorio.
Sin embargo, con la instalación de los benedictinos en la abadía de Solesmes en 1835, se produjo su resurgimiento, reforzado con la creación de una escuela para organistas y maestros cantores laicos, gracias a Luís Nierdermeier en 1853. Poco a poco, el Canto Gregoriano se ha ido recuperando y, desde la citada abadía, se ha ido extendiendo a otras, como Silos, Montserrat o María Laach, recuperándose gran número de manuscritos de los siglos X al XIII. En las abadías, el monje se identifica con la vida monástica a través de la oración, recitada siempre según el Canto Gregoriano, siete veces al día: maitines, laudes, tercia, sexta, nona, vísperas y completas.
(Autor del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS: Javier Bravo)
http://www.arteguias.com/cantogregoriano.htm

Para saber más sobre Canto Gregoriano:
http://www.abadiadesilos.es/canto.htm
http://interletras.com/canticum/historia.html

martes, 20 de noviembre de 2012

El Cristo de la Sonrisa

No se puede hablar de Francisco de Jaso y Azpilcueta (San Francisco Javier) sin mencionar su relación con el Cristo de la Sonrisa, 
 La sonrisa de su Cristo en Javier quizá fue la que lo motivó en su alegría hasta hacer que en la India, en Japón o en la actual Malasia le llamasen «El Alegre». Confianza en Dios, espíritu aventurero, capacidad de diálogo interreligioso e intercultural fueron valores que Javier bebió de su relación con Jesús.
 No podemos desvincular a San Francisco Javier del Cristo de la Sonrisa porque fue Él quien lo sedujo y lo hizo el hombre universal que hoy celebramos. 

http://www.jesuitas.es/

lunes, 19 de noviembre de 2012

Decir tus oraciones vs rezar tus oraciones.


En la vida espiritual, el lenguaje que utilizamos refleja íntimamente nuestro corazón. Veamos como ejemplo las oraciones dirigidas a Dios. ¿Decimos nuestras oraciones o rezamos en íntima relación con Dios? La primera opción es como decir: «He hablado con mi esposa», la segunda es más cercana a decir «Mi esposa y yo tuvimos una estupenda cena juntos». La oración, cuando es expresada en términos impersonales representa y anima aspiraciones impersonales, mismas que luego pueden llevar a intentar orar de manera impersonal... y la oración impersonal no es oración porque se reduce a una persona diciendo cosas, más que a un encuentro real con Dios.


Esto es lo que Santa Teresa de Ávila opinó sobre «decir» las oraciones:

Hablo de la mental como de la oral: siendo oración, debe ser hecha prestando atención; porque quien no considere con quién está hablando y lo que pide y quién es la que pide y a quién se lo pide, conoce muy poco sobre la oración, no importa que tanto mueva sus labios. Y aunque algunas veces la oración es hecha sin haber advertencia real, este prestar atención es requisito en otras ocasiones. Pero quienquiera que se acostumbre a hablar con la majestad de Dios, como si estuviera hablando con su esclavo, sin considerar si habla con propiedad o no, sino que habla sólo lo que primero le viene a la cabeza o lo que haya aprendido de memoria por haberlo repetido en otras ocasiones – yo no considero que esto sea oración.


Hace poco vi un video en YouTube sobre el tema de la oración –específicamente sobre Lectio Divina – realizado por un sacerdote muy popular, pero actualmente disidente (digo «actualmente» porque siempre hay esperanza). Siempre que oigo a cualquier persona hablar sobre la Lectio Divina, en particular, pero también sobre otros métodos de oración, escucho con mucho cuidado para comprobar rápidamente si debo o no apoyarme con entusiasmo en ella, o si, por el contrario, debo encontrar algo mejor qué hacer. Lo que busco descifrar es simple: si el discurso se enfoca en el método o en la relación que es asistida por el método. ¿Está solamente haciendo énfasis en las técnicas y los «pasos» – o me está ayudando a entender cómo profundizar mi relación con Dios? Este sacerdote del video –cuyo corazón parece por ahora desconectado de la viña – habló sólo en términos mecánicos/técnicos en vez de utilizar un lenguaje que reflejara una intimidad real con el Señor. Quedó claro que éste no era el lugar para buscar comprender en profundidad el verdadero espíritu de la Lectio divina o de cualquier otra forma de oración.

Es una lección para todos nosotros. Si en nuestra oración somos dados a las expresiones impersonales, ¿puede esto indicar que necesitamos afrontar el reto en nuestra propia vida de fe? ¿Podría esto reflejar que nuestra relación con el Señor es también impersonal y, por tanto, no es una relación vivencial? Claro, podemos conocer nuestro método, «decir» nuestras oraciones y parecer devotos (éstas son cosas buenas), pero tendríamos un largo camino por recorrer para vivir la vida de oración de la cual hablan los místicos. Y ciertamente nos encontramos distantes del mensaje de Jesús en Juan 14, cuando dice: «el que permanece en mí, el que permanece en mi amor, Yo permaneceré en él... y me manifestaré a él».

Jesús no es simplemente una idea, un principio etéreo, un Dios distante para quien debemos «actuar» con el fin de agradarlo o apaciguarlo. Él no es el Dios que requiere una danza de la lluvia con brincos, movimientos, disfraces y ritmos especiales. Él no es un dios falso de Baal que pide efervescencia a través de los actos vacíos de una piedad distorsionada – o de cualquier otra forma de acción externa que en esencia es sólo la representación de una tarea o de un deber ejercido a cambio de favores de parte de Dios: «Acabo de decir las palabras, aquí está mi fórmula mágica, ahora, por favor haz lo que te pido». Eso no es oración.

En marcado contraste, la oración en las mentes y los corazones de los místicos es expresada como analogía de lo que es la intimidad esponsal -el acoplamiento con el otro en un nivel que solamente es reflejado efectivamente en el amor de los esposos. Por supuesto no estoy hablando aquí del acto sexual, sino de lo que el Beato Juan Pablo II llamaba la más alta expresión de uno mismo. Porque en ese acto conyugal, en esa comunión, en esa unidad de ser sólo uno, en esa donación mutua es donde encontramos la vulnerabilidad, la intimidad y el gozo que sobrepasa cualquier otra analogía que pudiéramos utilizar para poder realmente comprender lo que significa tener y perdurar en una relación con Dios.

Rezo para que puedan «decir» sus oraciones, pero que éstas sean mucho más que simples pensamientos que ustedes pongan en palabras. Rezo para que, a través de su vida de oración, puedan llegar a conocer realmente al Señor, no como a alguien a quien simplemente le hablan, sino como alguien a quien aman... y quien específicamente ama a cada uno, personalmente, verdaderamente, por siempre.

martes, 14 de agosto de 2012

El buen humor de Santa Teresa de Jesús

Santa Teresa tenía un buen sentido del humor. Se cuenta que una vez la obligó la superiora a suspender el ayuno. «Bajo santa obediencia le mando que almuerce una tortilla con torreznos». Y la santa contestó: «¿Obediencia y torreznos? ¡Sea muy enhorabuena!». En otra ocasión la invitaron unos amigos a comer perdices y comentó: «Conviene distinguir: cuando perdiz, perdiz, y cuando oración, oración». Caminaban juntos Teresa y Juan de la Cruz, y alguien les gastó una broma, y fray Juan se sonrojó. Santa Teresa le dijo: «¿Qué pasa, padre mío? ¿No se sonroja la dama y se sonroja el galán?». En otra ocasión preguntó la santa a su escribano cuánto eran sus honorarios. El oficial contestó: «Un beso». Y la santa se lo dio, diciendo: «Nunca me ha salido una escritura tan barata». No interesa averiguar si estas leyendas son auténticas o no, pero la verdad es que reflejan el talante campechano de la gran mística.

padre Justo López Melús

sábado, 11 de agosto de 2012

La señal de la cruz, el inicio de toda oración

Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios. Porque dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo mediante su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres (I Corintios 1, 17-25).

Es lógico comenzar esta serie de doce cartas sobre la oración cristiana de la misma forma con la que iniciamos toda oración: con la señal de la cruz. Comenzamos a rezar “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén”. Invocamos a la Santísima Trinidad e iniciamos nuestra oración en su nombre. Recordamos así el centro de nuestra fe recibida en el Bautismo (Mateo 28, 19). Al hacer un ofrecimiento de obras al inicio del día para dar un sentido sobrenatural a todas nuestras actividades; al empezar un examen de conciencia que, más que simple contabilidad moral, es un acto de diálogo con Dios, Padre de misericordia; en el inicio del rezo del Angelus; en las primeras palabras de la Misa: siempre está presente la señal de la cruz y la invocación a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, de quien procede toda bondad y a cuyo santo nombre nos confiamos.

Rezamos en nombre de Dios y este “nombre” encierra en sí toda la misteriosa realidad de “Aquel que es el que es” (Éxodo 3, 13-15) y no necesita de nada ni nadie. El Catecismo de la Iglesia Católica explica muy bien la profundidad que encierra el nombre de Dios: A su pueblo Israel, Dios se reveló dándole a conocer su Nombre. El nombre expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado personalmente... Al revelar su nombre misterioso de YHWH, "Yo soy el que es" o "Yo soy el que soy" o también "Yo soy el que Yo soy", Dios dice quién es y con qué nombre se le debe llamar. Este Nombre Divino es misterioso como Dios es Misterio. Es, a la vez, un Nombre revelado y como la resistencia a tomar un nombre propio, y por esto mismo expresa mejor a Dios como lo que Él es, infinitamente por encima de todo lo que podemos comprender o decir: es el "Dios escondido" (Isaías 45, 15), su nombre es inefable (Cf Jueces 13, 18), y es el Dios que se acerca a los hombres. Al revelar su nombre, Dios revela, al mismo tiempo, su fidelidad que es de siempre y para siempre, valedera para el pasado ("Yo soy el Dios de tus padres", Éxodo 3, 6) como para el porvenir ("Yo estaré contigo", Éxodo 3, 12). Dios, que revela su nombre como "Yo soy", se revela como el Dios que está siempre allí, presente junto a su pueblo para salvarlo (Catecismo de la Iglesia Católica 203 y 206-207).

La señal del cristiano es la señal de la cruz. En ella murió Nuestro Señor Jesucristo para alcanzarnos la salvación eterna. Así, la cruz se ha convertido en signo de esperanza y de victoria. Es el símbolo de la victoria de Jesucristo, una victoria que descubrimos en la resurrección después de haber visto a Jesús sufrir una aparente derrota, la más cruel. La cruz es el icono de Jesucristo y el indicio de la vida eterna que nos espera. Toda esta riqueza de significado hace que mostremos con orgullo y llevemos con amor este instrumento de tortura que para nosotros es mucho más que eso, es un instrumento de amor. La cruz que llevamos y la cruz que señalamos, sobre la frente o el pecho, es símbolo de aquella que nos pide tomar Jesucristo para ser sus discípulos auténticos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mateo 10, 38; 16, 24; Marcos 8, 34; Lucas 9, 23; 14, 27). Los contemporáneos de Jesús no entendieron aquella petición que sólo se aclaró cuando vieron al Maestro morir sobre una cruz y resucitar. Entonces comprendieron que el secreto del seguimiento de Cristo está en morir a sí mismo para tener vida (Marcos 8, 35); perder la vida por Jesucristo y por su Evangelio es salvarla.



En el capítulo 9 (versículos 4-7) del libro del profeta Ezequiel, encontramos un texto enigmático donde aparece por primera vez la señal de la cruz. Es el primer lugar de la Biblia en que se cita esta palabra. Dios envía un castigo contra los idólatras, pero respeta a los que han recibido la señal de la cruz en su frente, aquellos que no compartieron las idolatrías y las abominaciones. En el libro de los Números se nos relata una situación similar que el propio Jesucristo interpreta como un símbolo de lo que será la salvación por la cruz (Juan 3, 14-15). Dios había castigado con mordeduras de serpiente al pueblo de Israel que caminaba por el desierto y no dejaba de quejarse contra Dios. Habían muerto ya muchos israelitas y pidieron perdón a Dios. Moisés intercedió por el pueblo y Dios le dijo que hiciera una serpiente de bronce y la pusiera sobre un mástil. Los que miraran a la serpiente de bronce quedarían curados: “Hizo Moisés una serpiente de bronce y la puso en un mástil. Y si una serpiente mordía a un hombre y éste miraba la serpiente de bronce, quedaba con vida” (Números 21, 9). Los israelitas tentaron al Señor (I Corintios 10, 9), como tantos hombres lo han seguido tentando y desafiando a lo largo de la historia. La cruz de Jesucristo es la respuesta misericordiosa de Dios a la rebeldía del hombre: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna” (Juan 3, 14-15).

La cruz de Jesucristo es, a la vez, la señal del libro de Ezequiel para los que aman a Dios y están libres de culpa y, al mismo tiempo, la serpiente de bronce de Moisés para que los pecadores puedan volver a Dios. Estos últimos, sin la cruz, estarían perdidos para siempre, sufriendo en sus vidas los efectos de la desobediencia a Dios. Pero Él canceló nuestros cargos (Colosenses 2, 14). Llevar la cruz es llevar el signo de salvación y de vida eterna que Dios nos ha entregado. Hacer la señal de la cruz es manifestar el perdón y la misericordia de Dios. Por ello, en el sacramento de la reconciliación, la absolución de los pecados se acompaña con la señal de la cruz, (Concilio de Trento, 25-XI-1551, Doctrina sobre el sacramento de la penitencia, cap 3. 5 y 6; Dz 896 y 899-902): “La fórmula sacramental: “Yo te absuelvo …”, y la imposición de la mano y la señal de la cruz, trazada sobre el penitente, manifiesta que en aquel momento el pecador contrito y convertido entra en contacto con el poder y la misericordia de Dios” (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica post-sinodal Reconciliatio et Paenitentia 31, 2-XII-1984).

La cruz es signo de obediencia. Jesucristo muere en ella por obediencia a la voluntad de Dios. San Pablo lo ilustra perfectamente en el himno cristológico de su epístola a los filipenses: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2, 5-11). San Pablo nos invita a apropiarnos de la humildad y la obediencia de Jesucristo, a hacerlas nuestras. La obediencia humilde es signo de auténtica presencia de Dios en el alma, es indicio de santidad auténtica. La obediencia de Cristo fue la que nos redimió. María también obedeció (Lucas 1, 38). La Iglesia es obediente a la revelación de Dios en Jesucristo y esta obediencia amorosa requiere muchas veces de la cruz vivida por amor. Obedecer es amar (Juan 14, 15; 14, 21; 14, 23; 15, 24) y, muchas veces, es también sufrir, pero este sufrimiento en la obediencia nos asocia a la cruz de Jesucristo y hace más auténtico nuestro seguimiento del Maestro de Nazaret, Dios y hombre a la vez. La cruz sin obediencia es cruz sin Cristo.

La cruz es signo de persecución e incomprensión. Los hombres de tiempos de Jesús querían que bajase de la cruz para creer en Él (Mateo 27, 42; Marcos 15, 32), querían la salvación sin la cruz (Marcos 15, 30), y parece que esta tendencia continúa muy arraigada en el hombre. Así lo señala el Papa Juan Pablo II en el número 1 de la Carta Encíclica Ut unum sint: “¡La cruz! La corriente anticristiana pretende anular su valor, vaciarla de su significado, negando que el hombre encuentre en ella las raíces de su nueva vida, pensando que la cruz no puede abrir ni perspectivas ni esperanzas: el hombre, se dice, es sólo un ser terrenal que debe vivir como si Dios no existiese”. También a los cristianos nos toca esta tentación de rechazar la cruz. Queremos creer, pero con una fe sin cruces. Queremos salvación, pero salvarnos sin renunciar a nada, mucho menos a nosotros mismos. Volvemos a ver la cruz como un signo de oprobio. Sin embargo, sin cruz, ni la salvación ni la fe son auténticas. Si queremos ser seguidores de Jesucristo, tenemos que aceptar la cruz, pero viéndola ya como un signo de gloria, como san Pablo: “En cuanto a mí ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!”(Gálatas 6,14). Es signo de gloria porque en ella está la salvación y el centro de nuestra fe. La primera predicación de la Iglesia, según podemos ver en el anuncio del kerigma en los Hechos de los Apóstoles, se centra en la crucifixión y resurrección de Jesucristo (Hechos 2, 23-24; 3, 15; 4, 10; 5, 30). La cruz es el signo de los verdaderos seguidores de Jesucristo, de los ciudadanos del Cielo (Filipenses 3, 18-21).

Si la señal de la cruz nos distingue como cristianos, hay otro elemento que también nos debe distinguir: aquel por el que todos deben conocer que somos discípulos de Cristo, el amor: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Juan 13, 34-35). Amar como nos amó Jesucristo significa dar la vida por los demás. Este debe ser el signo de los cristianos. La cruz debe ir siempre acompañada del amor. Jesucristo murió en ella por amor a los hombres y nosotros hacemos de ella un signo del amor de Dios a cada ser humano y de nuestro deseo sincero de imitar ese amor de Dios a cada hombre. El amor a nuestros hermanos nos exige un sacrificio que va unido a la cruz de Cristo, y la cruz de Cristo nos exige una respuesta continua que no puede hacer a un lado el amor al prójimo. La cruz es signo de unidad (Efesios 2, 16), de paz y reconciliación (Colosenses 1, 18-20). Junto a ella encontramos a María, nuestra Madre amorosa, entregada a nosotros por Jesucristo en un acto de amor muy especial (Juan 19, 25-27).

Cuando nos santiguamos haciendo sobre nosotros la señal de la cruz, nos señalamos como miembros de Jesucristo y de su Iglesia; ponemos a Dios en nuestra vida; le ofrecemos lo que somos, hacemos y tenemos. Mostrar la cruz es predicar que hay que morir para tener vida. Los primeros misioneros que llegaron a América usaban cruces grabadas para enseñar la fe. La cruz es signo de fe auténtica, de esperanza cierta, de amor sincero y generoso. Es resumen de la enseñanza de Jesucristo. Todos estos significados sobre los que hemos reflexionado están presentes cuando hacemos la señal de la cruz. Hacer ese signo sobre nosotros o portarlo en el pecho es ofrecer a Dios nuestra vida y manifestar al mundo nuestro deseo de seguir e imitar a Jesucristo. Santiguarse o signarse es la primera oración del cristiano.