jueves, 10 de enero de 2013

Tentaciones del Consagrado


El consagrado, de manera particular, ha hecho una elección por Dios y por sus cosas y un compromiso en el servicio de los demás. Ha entregado su corazón totalmente a Dios y ha abandonado su antigua manera de vivir para hacerlo ahora respondiendo al llamado de Dios. Por esta entrega total al servicio de Dios, experimentamos en nuestras vidas tentaciones que nos tienden a llevar al desánimo y cansancio.
Ø La compensación: Gran tentación que puede venir al corazón, sin darnos cuenta. Para nosotros los seres humanos es muy difícil dejar las cosas tangibles por el Dios invisible. Nos cuesta experimentar “vacío” de lo humano para llenarnos sólo de Dios. Y cuando sentimos vacío inmediatamente queremos “llenarlo” y podemos dejarnos absorber por el trabajo, o por el ministerio convirtiéndose este en lo más importante....
Ø El cansancio: pensar que se trabaja en vano; que los esfuerzos no dan fruto; que es inútil todo lo que hacemos... Nos lleva al desánimo.
Ø Los juicios: dejándonos seducir por nuestro orgullo y juzgamos a los demás en todas sus acciones. Podemos pensar que nosotros lo hacemos mejor....
Ø Vernos como víctimas de los demás: dejándonos llevar de nuestro amor propio, apartando los ojos de Cristo y poniéndolos en nosotros mismos con cuidado excesivo....
Ø Trabajar y descuidar la oración: poniendo el trabajo en el lugar más importante, descuidando nuestra relación con el Señor quien es la fuente de nuestro apostolado. De nuestra oración sacamos las fuerzas necesarias para nuestro ministerio.
Ø El ser intolerante con los demás: cuando se trabaja con las personas podemos tomar la posición de intolerancia, no sobrellevando las debilidades de nuestros hermanos sino, por el contrario, convirtiéndonos nosotros en grandes pesos para sus corazones.

¿CÓMO PREVENIR LAS TENTACIONES?
Fue el mismo Jesús quien nos dio la “fórmula” para prevenir las tentaciones, en el momento en el que su Corazón estaba siendo traspasado espiritualmente, en el momento en el que el demonio “regresó” para tentarle. “Velad y orada para que no caigáis en tentación” (Mt 26:41)
Vigilancia: Debemos andar con gran cuidado y vigilancia sobre nuestro propio corazón, sobre sus movimientos y afectos; sobre nuestros pensamientos y deseos, sobre nuestras palabras y acciones, sobre nuestros sentidos e imaginación y estar en guardia contra nuestros enemigos exteriores, el mundo y el demonio. El demonio nunca se cansa de buscar la oportunidad propicia para hacernos caer en tentación y es por esto que nosotros nunca podemos dejar de estar en plena vigilancia. Huir de todas las ocasiones que pudiesen convertirse en ocasiones peligrosas. Tener un dominio de nosotros mismos, especialmente el sentido de la vista y la imaginación por donde entran todas las cosas al corazón.
La Oración: es necesario que nos mantengamos en el estado de gracia y sólo lo podremos hacer teniendo una profunda comunión con el Señor. Sólo el Señor puede darnos las gracias necesarias para resistir en los momentos de tentación. Por medio de la oración alcanzamos el discernimiento espiritual necesario para poder conocer y detectar las insinuaciones y trampas del demonio y las debilidades de nuestra carne.
**Al percibir la tentación no debemos inquietarnos sino tratar de mantener la serenidad y tranquilidad de ánimo. Cuando nos agitamos no somos capaces de ver son claridad y somos presa fácil de la tentación. Hemos de alegrarnos cuando somos tentados como nos dice el Apóstol: “Considerad como un gran gozo, hermanos míos el estar rodeados de toda clase de pruebas, sabiendo que la calidad probada de vuestra fe produce la paciencia en el sufrimiento; pero la paciencia ha de ir acompañada de obras perfectas para que seáis perfectos e íntegros sin que dejéis nada que desear.” (St. 1:2-4).
**Desde el principio de la tentación hemos de revestirnos de fortaleza y resolución, y en ningún momento hemos de “dialogar” con la tentación sino al contrario hemos de rechazarla con un rotundo “NO”. “Debemos vigilar especialmente al principio de la tentación, porque entonces es más fácilmente vencido el enemigo, cuando no le dejamos pasar la puerta del alma, y se le sale al encuentro fuera del umbral, al instante que llama.” (Imitación, Lib. I cap. XIII)
**Orar y pedir la asistencia de la Santísima Virgen María, de nuestro Ángel de la Guarda y de los santos.
**Hacer la señal de la Cruz y usar agua bendita, pronunciar los nombres de Jesús y de María....
FRUTOS:
“Las tentaciones son muchas veces utilísimas al hombre, aunque sean graves y molestas, porque en ellas es uno humillado, purificado y enseñado” (Imitación, Lib. I cap. XII).
Las tentaciones mantienen nuestro corazón en:
• La humildad, porque no damos cuenta de que frágiles y pequeños somos y cuánto necesitamos del Señor;
• Vigilancia, nos hace estar prevenidos, alertas a los movimientos de nuestro corazón.
• Purificación, nos llevan a purificarnos de nuestros pecados.
• Compasión, porque nos permiten tratar benignamente a nuestros hermanos que también padecen tentaciones.
• Atención a Dios, acudiendo a Él con frecuencia cuando nos vemos asediados por las tentaciones.
• Sobriedad
• Dominio Propio
Nos hacen crecer en virtud: 
Las tentaciones nos prueban en la virtud, ya que la virtud que no es probada no tendría mérito ninguno. Y cuando somos probados en la virtud esta crece en nuestro corazón y se enraíza como cuando un árbol es golpeado por el viento y sus raíces se hacen más profundas y fuertes. San Basilio nos dice: “¿Dónde descubre su habilidad el piloto sino en la tempestad? ¿Y el atleta su vigor sino en el estadio? ¿Y el soldado su valentía, sino en el combate? Pues así también el cristiano ha de probar la fidelidad de su amor para con Dios, y la verdad y estabilidad de su virtud entre los combates de las tentaciones.×
“¡Feliz el hombre que soporta la prueba, recibirá la corona de la vida que ha prometido el Señor a los que le aman.” (St. 1:12)
Nos hacen crecer en el amor:
La tentación nos hace demostrar al Señor nuestro amor y fidelidad. El amor se prueba en el dolor y en el sufrimiento y cuando somos tentados y resistimos la tentación le mostramos al Señor cuánto le amamos. Él porque nos ama permite que seamos tentados: “Porque eras agradable a Dios fue necesario que la tentación te probara.” (Tob. 12:13).
Tanto en las tentaciones graves como en las pequeñas, San Francisco de Sales nos dice: “Después de haber hecho un acto de la virtud directamente contraria, si cómodamente se conoce la calidad de la tentación, volver sencillamente el corazón a Jesucristo crucificado, besando sus sagrados pies, por medio de un acto de amor. Este es el mejor modo de vencer al enemigo, tanto en las tentaciones pequeñas como en las grandes; pues como el amor de Dios contiene en sí todas las virtudes, y aún con más excelencia que ellas mismas, es también el mejor remedio contra todos los vicios; y acostumbrado el espíritu a recurrir en todas las tentaciones a este asilo común, no tendrá que mirar o examinar qué tentaciones padece, sino acudir, apenas se siente agitado, a este gran remedio, el cual, además de lo dicho, es tan formidable al espíritu maligno que cuando ve que sus tentaciones nos incitan al amor de Dios deja de tentarnos.” (Vida Devota, parte 4, cap. IX).
Que los Corazones de Jesús y de María, corazones que nunca pudieron ser tocados por el pecado ni la tentación, sean para nosotros un refugio seguro y el lugar donde aprendamos a resistir por amor todas las pruebas para que un día podamos recibir la corona de gloria que no se marchita.
Gal 6:1-10
Hermanos, si alguien es sorprendido en alguna falta, ustedes, los que están animados por el Espíritu, corríjanlo con dulzura. Piensa que también tú puedes ser tentado. Ayúdense mutuamente a llevar las cargas, y así cumplirán la Ley de Cristo. Si alguien se imagina ser algo, se engaña, porque en realidad no es nada. Que cada uno examine su propia conducta, y así podrá encontrar en sí mismo y no en los demás, un motivo de satisfacción. Porque cada uno tiene que llevar su propia carga. El que recibe la enseñanza de la Palabra, que haga participar de todos sus bienes al que lo instruye. No se engañen: nadie se burla de Dios. Se recoge lo que se siembra: el que siembra para satisfacer su carne, de la carne recogerá sólo la corrupción; y el que siembra según el Espíritu, del Espíritu recogerá la Vida eterna. No nos cansemos de hacer el bien, porque
la cosecha llegará a su tiempo si no desfallecemos. Por lo tanto, mientras estamos a tiempo hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe.
Hna. María José Socías,sctjm
http://www.corazones.org/default.htg/ensenanza_sctjm/las_tentaciones_medios_para_crecer_en_santidad_amor.html

martes, 8 de enero de 2013

Forzar la contemplación


Hay épocas en el desarrollo de la vida espiritual de las personas…, en que por razón de un mal entendido amor al Señor, alcanzar la oración contemplativa y por ende el estado de vida contemplativo, se constituye en una especie de objetivo que hay que alcanzar a toda costa. Y como es lógico el objetivo no se alcanza, porque se olvidan de algo fundamental, y es que la contemplación es un don divino y como tal el Señor lo da a quién cree conveniente dárselo, como y cuando Él lo cree oportuno. Y ya se pueden hacer los esfuerzos que se crean necesarios y aplicar las técnicas de oración que se hayan leído, que nada se consigue, entre otras razones porque la única técnica que se debe de emplear en la oración es amar, ser humildes en nuestras pretensiones y esperar pacientemente. 40 años estuvo esperando Santa Juana Chantal, fundadora de la orden de la Visitación, a tener, no ya un momento de contemplación, si ni siquiera una simple consolación.
           
 Se lee mucho sobre la contemplación y llega un momento que uno piensa que la contemplación, es el no va más de la oración y de la vida espiritual y que hay que llegar a ella, cueste lo que cueste. ¡Qué gravísimo error! Nos olvidamos de algo tan fundamental, como es la aceptación de la voluntad de Dios y que la oración contemplativa, solo se adquiere, si Él estima que nos es conveniente ser contemplativos, y si no lo estima, aceptemos humildemente su decisión y no tratemos de forzar su voluntad, porque Él nos ama mucho más de lo que nosotros podemos amarnos a nosotros mismos. El otorga la contemplación a quien cree conveniente, y si no nos la otorga, estar seguros de que algo mejor nos tiene preparado. Paciencia, sobre todo paciencia amarle, pase lo que pase y nos envíe los que nos envíe, o no nos envíe lo que creemos que ha de donarnos.
            
Estamos acostumbrados a lo que ocurre en la vida humana, donde a una acción determinada siempre viene una reacción inmediata y nos creemos que igual ocurre en la vida de nuestra alma. En este mundo material, si un joven estudia cinco años de una carrera universitaria, hace después un doctorado, y adorna los conocimientos adquiridos, con un par de masters, fuera de España, tiene garantizada la papanata admiración de sus conciudadanos, que creen que este joven ha llegado al sumun  de conocimientos para andar por este mundo. Se olvidan de que hay otras muchas personas que sin carrera universitaria, están más capacitados, para andar por este mundo en su aspecto material, que el que solo ha hecho otra cosa que estudiar y no  ha tenido ningún contacto con la dureza de la vida real.
            
En la vida espiritual, no hay que cumplir unos determinados requisitos ni superar unas pruebas, para que alcancemos la titulación de contemplativos y ello es así, en atención a una serie de principios que no hemos de olvidar. El principal de ellos ya lo hemos mencionado: “La contemplación es un don” y como tal, su adquisición solo depende de que el Señor estime oportuno concederla y no del cumplimiento de unos determinados requisitos. Solo hay que hacer una cosa y esa es amar y amar mucho y ante todo  al Señor y por ello solo hay un camino para seguir, que es el de amar y pacientemente esperar con perseverancia.
          
  Se lee en escritos y tratados de oración, que es fundamental vaciarse uno interiormente, porque Dios no acude a un alma nada más que cuando esta está vaciada de todo apego mundano. ¡Claro! no va a acudir a un alma que vive continuamente en pecado sin arrepentirse. Pero es el caso de que si habitualmente vivimos en gracia de Dios, Él está ya inhabitando en el interior de nuestra alma y no acude a nosotros porque hagamos esfuerzos por vaciarnos interiormente, porque ya está ahí. Desde luego que la Santísima Trinidad mora de distinta forma, en toda alma en estado de gracia. A este respecto Santa Benedicta de la Cruz –Edith Stein- nos dice: “Verdad es que Dios en todas las almas mora en secreto y encubierto, que de no ser así, no podrían ellas subsistir. Pero “en unas mora solo, en otras no mora solo; en unas mora agradado y en otras mora desagradado; en unas mora como en su casa mandándolo y rigiéndolo todo, y en otras mora como extraño en casa ajena, donde no le dejan mandar ni hacer nada. El alma donde menos apetitos y gustos moran, es donde Él más solo y agradado y más como en casa propia mora, rigiéndola y gobernándola y tanto más secreto mora cuanto más solo”…. Ni el demonio ni el entendimiento del hombre pueden saber ni sospechar lo que allí pasa, más para la misma alma no es cosa tan secreta, porque siempre siente en sí este abrazo”. En este mismo libro escribe también la santa carmelita descalza: “El alma vive su vida de gracia, por el Espíritu Santo, ama en Él al Padre, con el amor del Hijo y al Hijo con el amor del Padre. Este participar de la vida trinitaria, puede realizarse sin que el alma experimente en si la presencia de las divinas personas. De hecho solo un reducido número de elegidos es el que llega a la percepción experimental de Dios trino en el fondo íntimo de sus almas”.
            Hacer esfuerzos por vaciarnos interiormente, para conseguir la contemplación, si logramos vaciarnos, es querer forzar la voluntad del Señor. Religiosos católicos misionando en la India, quizás por un síndrome de Estocolmo han cometido el error de querer aplicar técnicas hindúes al ejercicio de nuestra oración. A este respecto Jean Lafrance escribe: “Me maravilla hoy el ver a tantos religiosos y religiosas, que corren detrás de todas las técnicas orientales (que no desprecio) para aprender a orar. Si quieres encontrar modelos de auténticos contemplativos, no te fijes demasiado en los sufíes o hindúes; mira a tu perro; él te esclarecerá de una manera más sencilla y concreta sobre lo que Dios espera de ti, que es muy sencillo pero también muy humillante. Es verdaderamente humillante ser un pobre perro, que no puede hacer nada para salir de la situación: no puede más que esperar, echarse ante la puerta y gemir…. Pero ¡que alegría cuando la puerta se abre!, Su larga espera se ve recompensada”.
            
Y en otro libro vuelve sobre este tema y nos dice: “Te quejas a menudo de no poderte concentrar; y eso es precisamente lo que no hay que hacer en la oración: ni dispersarse ni concentrarse. En el mundo de la oración hay que desterrar la concentración. Seguramente has visto a los jugadores de ajedrez o de tenis concentrarse; al cabo de una hora o dos, no pueden más de fatiga. Ante el Santísimo Sacramento te sentirás tentado de concentrarte de esta manera y por eso te quejas de que tienes distracciones. ¡Gracias a Dios! Peor sería lo contrario. Esa es la diferencia diametral que existe entre los místicos cristianos y los sufíes o los hindúes. Míralos tienen ciertamente conciencia de ser contemplativos, concentrados en si mismo, mientras que la contemplación cristiana es el descentramiento de sí sobre Dios. Me preocupa el éxito de los métodos orientales entre los cristianos, pues se sitúan en las antípodas de la verdadera contemplación. En la oración cristiana, la concentración viene de Dios y no de ti”.
            
Para Pedro Finkler: “Se impone, por tanto, un esfuerzo de discernimiento. El yoga es yoga; la meditación trascendental es una cosa, y la meditación cristiana, la oración personal del cristiano es algo sustancialmente diverso de esas prácticas del misticismo oriental pagano. La oración y la contemplación cristianas miran al encuentro con Dios en la Santa Humanidad de Jesucristo, dentro de la persona. En cambio las prácticas de la mística pagana ni miran al antedicho objetivo ni tienen medios para realizarlo. Es pura ilusión querer rezar por medio de estas técnicas y prescindiendo de la Palabra de Dios”.
           
 En resumidas cuentas, solo hay un camino que es el del amor. Amar y esperar con perseverancia aceptado en todo momento la divina voluntad y si el Señor no nos considera dignos de orar contemplativamente, no pensemos que por ejemplo Santa Teresa vivía continuamente en estado de contemplación. Todos somos criaturas con almas tan diferentes como lo son nuestros cuerpos y cada uno sentirá la contemplación si le llega de forma diferente. Es más hay personas que oran contemplativamente y aún no se han enterado de que son contemplativos.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Autor: Juan del Carmelo
http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=24525

viernes, 4 de enero de 2013

Vita Consecrata. Exhortación apostólica Juan Pablo II


Exhortación Apostólica Postsinodal Vita Consecrata del Santo Padre Juan Pablo II al Episcopado y al Clero, a las Ordenes y Congregaciones Religiosas, a las Sociedades de Vida Apostólica, a los Institutos Seculares y a todos los fieles sobre la Vida Consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo.


jueves, 3 de enero de 2013

10 Secretos de la Navidad para una sociedad posmoderna


La Navidad es inagotable. Después de dos mil años, sigue ilusionando a los niños, inspirando a los artistas, arrobando a los místicos y movilizando al mundo entero. Basta recorrer las principales avenidas y comercios del orbe a partir de noviembre para sentir la fuerza del fenómeno. Y esto en una cultura que es llamada ya por muchos "post-moderna"; es decir, que dejó atrás la modernidad y se ha vuelto "ultramoderna", sobre todo por su dominio técnico y científico, su estructuración geopolítica y social y su configuración global.

En esta nueva edad de la humanidad, contrasta cada vez más la celebración de la Navidad con la tradición de la Navidad. Las tradiciones, en general, están muy devaluadas. Se ha difundido la idea de que son algo que se hace sólo por costumbre, inercia o imposición social o religiosa. Muy al contrario, las tradiciones son como las mejores prácticas de la humanidad, amasadas en forma de costumbre o recurrencia, precisamente para que no se pierdan. Las tradiciones tienen un núcleo interior, un sentido profundo que inspira y da significado a la celebración exterior.

La celebración de la Navidad, sin embargo, está siendo cada vez más superficial y material. Y a medida que se va imponiendo un modelo pagano y comercial de celebrarla, se va perdiendo su riqueza profunda y su encanto. Hacen falta nuevos puentes entre tradición y postmodernidad. Sin duda, hay muchos elementos que depurar en ciertas tradiciones. Pero es preciso redescubrir el valor de las sanas tradiciones, si no queremos perder irresponsablemente riquezas atesoradas por la humanidad a lo largo de siglos y milenios.

La Navidad es la tradición por excelencia. Aunque inmediatamente hay que aclarar que la Navidad es mucho más que una tradición. Es un acontecimiento. Un evento histórico o, mejor, "metahistórico", en el sentido de que rebasa, desborda y envuelve la historia misma, iluminándola y dándole su pleno significado. Por eso, la Navidad jamás será obsoleta. Y por eso también hoy tiene tanto que decirle a nuestra cultura postmoderna. Las siguientes reflexiones son sólo un botón de muestra.


1. El secreto del burro y el buey: la calma

La nuestra es una sociedad apresurada. No tenemos tiempo para nada. Parecemos "malabaristas" de la existencia: sentimos la presión de mantener muchos roles y responsabilidades en el aire y la limitación de contar sólo con "dos manos".
Y se nos nota: la prisa nos apremia; y también nos maltrata. Más allá de los estragos del stress, tan bien documentados, a veces cometemos errores muy básicos por no dedicarle a cada cosa su tiempo. No hace mucho, al bajar del coche, por la prisa, cerré la puerta sin estar "completamente fuera". ¿El resultado? Un dedo "machucado" y algunas estrellas.

El burro y el buey, siempre presentes en los nacimientos, tienen un secreto que ofrecernos: la calma. La tradición de colocar estos dos animales junto al pesebre del Niño Jesús no es ornamental. Tiene fundamento bíblico: "Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo", escribe el profeta Isaías (1, 3).

Recuerdo el gesto sereno y apacible del burro y del buey del nacimiento que poníamos en casa. Dos modelos humanos difícilmente hubieran podido expresar tanta calma. El burro y el buey simplemente "están". No se mueven. No caminan. No se marchan. No tienen ninguna prisa.

La calma supone saber estar donde se debe estar en cada momento. Claro, supone también una buena organización personal y claridad de prioridades. Si quieres calma -parecen decirnos estos animales- dale prioridad a Dios. Ellos reconocieron en el Niño Jesús a su "dueño y amo". En otras palabras, no tenían otro lugar mejor donde estar en ese momento. Si Dios fuera siempre nuestra prioridad, y le dedicáramos tiempo a la oración, al trato con Él, seguramente tendríamos más calma. No por tener menos cosas que hacer, sino por hacer las que realmente importan. Por lo demás, el tiempo no existe ni importa cuando estamos con aquellos que amamos.

"Ustedes tienen el reloj; nosotros tenemos el tiempo", decía un viejo beduino del desierto a un turista. Aprendamos del burro y el buey a no dejarnos presionar tanto por las manecillas. Y menos cuando estemos en oración. Nunca como entonces se puede saborear la serena alegría de estar junto a Dios en plena calma.


2. El secreto de José: la providencia

Nuestra sociedad se ha vuelto demasiado racional. El concepto viene del latín "reor, ratum", que significa calcular. En otras palabras, hemos aprendido a ser calculadores. Ponderamos demasiado ciertas decisiones que podrían ser más diligentes y valientes si no miráramos tanto su precio en sacrificio o generosidad. En el fondo, además de mezquindad, el ser calculadores supone poca confianza en Dios. Lo prevemos y lo programamos todo para no poner en riesgo nuestra comodidad o conveniencia.

También José habrá hecho sus cálculos y previsiones. "Será Hijo del Altísimo", le dijo María. Y Él concluyó en su imaginación: "Nacerá en un palacio, con los mejores médicos. Viviremos con él en Jerusalén, la capital. Nos darán como casa el Templo de Salomón. Y vendrán reyes y reinas de todas partes a visitarnos. Ya no tendré que trabajar de carpintero".

Pero, ¡qué realidad tan distinta! Un inesperado censo en Belén, el nacimiento en una cueva y la huida a Egipto dieron al traste con sus ilusiones. Y después el regreso a Nazaret y una larga estancia ahí, sin pena ni gloria, para terminar muriendo carpintero. La Navidad es una profunda lección sobre la providencia de Dios, que lleva muchas veces nuestra vida muy al margen de nuestros cálculos y previsiones.

Confiar en la providencia es la actitud más realista. Nadie tiene el control total de su destino personal, matrimonial, familiar, profesional, etc. No lo tuvo José; menos lo tendremos nosotros. Y es mejor que así sea. La apertura a la providencia divina nos ubica en nuestra realidad de creaturas de un Dios que ve y actúa más allá de las circunstancias prósperas y adversas, llevando siempre las cosas en el modo que más nos conviene. Fue el caso de José; y puede ser también el nuestro si aprendemos, como él, a confiar en la Providencia.


3. El secreto de los ángeles: la espiritualidad

Nuestra sociedad se ha vuelto cada vez más física. No en el sentido científico, sino corporal. Está obsesionada por el fitness, por la "buena forma". Los gimnasios están cerca de llegar a ser el negocio del siglo. Ahora bien, cultivar el cuerpo no tiene nada de malo. El cuerpo es una dimensión esencial de nuestro ser. Como dijo el filósofo Gabriel Marcel, propiamente no tenemos un cuerpo; somos nuestro cuerpo.
Posee, por tanto, una altísima dignidad, y merece todo cuidado y atención. Cada uno es responsable del cuerpo que Dios le dio a modo de talento para dar fruto en esta vida. Baste pensar que todos nuestros actos, los ordinarios y los sublimes, entran en escena a través de nuestra corporeidad; incluso el pensar y el amar.

Pero una cosa es cultivar el cuerpo y otra muy diferente es dar culto al cuerpo. El cuerpo nunca ha de ser idolatrado. Porque nadie debe idolatrarse a sí mismo. Hoy cabría hablar de un cierto narcisismo corporal. Narcisismo condenado de raíz, como en el caso de la fábula, a una profunda frustración. El tiempo pasa y deja su indeleble huella de desgaste y debilitamiento sobre el cuerpo, por más que uno se afane en conservarlo intacto. Ninguna cirugía, ningún procedimiento, ninguna técnica -por mucho avance que haya en la materia- es capaz de evitar el envejecimiento. Y quienes van más allá de lo razonable en este campo, en lugar de envejecer con naturalidad -que es la manera "bella" de envejecer- envejecen como monstruos.

Contra esta tendencia "idolátrica" del cuerpo, los ángeles de la Navidad nos revelan su secreto: el de la espiritualidad. Ellos, que son espíritus puros, nos enseñan a valorar y a gozar la vida espiritual. A buscar no sólo una buena "condición física"; también espiritual. Después de todo, el espíritu nunca envejece. "Cada uno tiene la edad de su corazón", solía repetir el beato Juan Pablo II. Y tal vez por eso, a pesar de los achaques de su vejez corporal, mantuvo siempre un espíritu joven. Basta ver con qué facilidad conectaba con los jóvenes en las Jornadas Mundiales que él mismo protagonizaba.

A veces podemos sentir que la vida espiritual es aburrida, monótona. El canto de los ángeles en Navidad nos recuerda que la vida espiritual es siempre bella, emocionante minuto a minuto, cualquiera que sea la condición del cuerpo. No está mal cultivar la buena forma, cuidar la salud del cuerpo. Pero también -y con mayor razón- hay que cultivar el alma. Después de todo, como dice una antigua frase latina, "los rasgos del alma siempre serán más bellos que los del cuerpo".


4. El secreto de María: el silencio

Dos necesidades básicas nos definen: hablar y ser escuchados. Con el añadido hoy de la tecnología -celulares, redes sociales, blogs, chateo, etc.- la ecuación queda así: tendencia natural a hablar + tecnología = sociedadhiperparlante. Supongo que más de alguno habrá ya querido gritar desde algún punto del planeta: "¡Basta; cállense todos!".

María tiene un secreto para nuestra ruidosa sociedad: su silencio. Ella, la gran coprotagonista de la Navidad; la que tendría tanto que decir, tanto que contar, guarda silencio, medita. Según la narración evangélica del nacimiento de Jesús, en esos momentos María no dijo una sola palabra. Su silencio fue el mejor modo de acompañar el acontecimiento más grande de la historia. Ningún sonido, ninguna melodía hubiera estado a la altura del momento. Por eso, bien se ha dicho, nada es más solemne que el silencio.

Ahora bien, el silencio de María no fue estéril ni superficial. Fue el espacio fecundo para reflexionar, profundizar y contemplar: "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" (Lc. 2, 19). Ella entendió por anticipado lo que un psiquiatra español diría siglos más tarde: en ciertas ocasiones "la palabra es plata y el silencio es oro".

El silencio tiene capas. Hay un silencio "exterior". Importantísimo. Consiste en saber "apagar" los estímulos sensoriales. Cuánto bien nos haría a todos tener al menos 30 minutos de este silencio al día. No siempre es posible. Pero habría que saber encontrar algún remanso así a lo largo del día. Los silencios más profundos son los de la memoria, para evitar malos recuerdos y purificar el pasado; los de la imaginación, para no anticipar desgracias; los de la susceptibilidad, para no "atar demasiados cabos" y sentirnos víctimas de todo mundo, etc., etc. Adquirir la disciplina del silencio no es fácil, pero el fruto bien vale la pena. El silencio es, en cualquier caso, un guardián del alma.


5. El secreto del pueblo judío: la esperanza

Nuestra sociedad tiende al pesimismo. No sin razón. Basta hojear cualquier periódico para lamentar lo mal que están las cosas. Y así, a fuerza de tragedias y decepciones, han bajado mucho nuestras reservas de optimismo.

En el fondo, hemos perdido esperanza. Y tal vez por eso nos hemos vuelto más superficiales. La superficialidad es la enfermedad de los que no esperan nada. De los que viven en un mundo sin profundidad, sin relieve, sin montañas que conquistar ni misterios que penetrar. J.P. Sartre escribió: "La vida es una derrota, nadie sale victorioso, todo el mundo resulta vencido; todo ha ocurrido para mal siempre y la mayor locura del mundo es la esperanza". Pues precisamente, esa locura del mundo, la esperanza, fue por siglos el gran secreto del mundo antes de Cristo; el que lo puso en una sana tensión, en una espera de Dios que no fue defraudada.

Cuando esperamos algo nos polarizamos, nos cargamos de ilusión. La esperanza mete un centro de gravedad en nuestra vida, y así nos saca de la superficialidad. La espera de Cristo ha sido la más grande que el mundo ha tenido y tiene, pues ahora esperamos su segunda venida. La Navidad nos lo recuerda cada año. S. Grygiel definió la esperanza como la memoria del futuro. Conviene recordar siempre que lo mejor está por venir; que Cristo está por venir. Es el núcleo del mensaje del Adviento litúrgico.

El optimismo cristiano no es una vana ilusión; es una educación del alma. El optimista es quien ha sabido educar su mirada para descubrir lo positivo que se asoma a su alrededor. Y si la crónica del mundo no camina por donde quisiéramos, no es más que una invitación a mirar más alto. Después de todo, como diría Lacordaire, la adversidad descubre al alma luces que la prosperidad no llega a percibir.


6. El secreto de las estrellas: la humildad

El glamur, según el Diccionario de la Real Academia Española, es un "encanto sensual que fascina". En nuestra sociedad equivale a una preocupación excesiva por la buena apariencia, por el look más llamativo. En un sentido más amplio, el glamur está presente en casi todos los sectores. Hay un glamur de los negocios, del deporte, del espectáculo, de la vida social. En todos los casos, el objetivo es brillar, impresionar, ser el centro de atención.

A esta sociedad glamurosa, las estrellas de la noche de Navidad tienen un secreto que ofrecerle: el de la humildad. Las estrellas sólo brillan en la oscuridad. Cada una brilla con su tamaño y su fulgor propio, sin complejos ni tontas comparaciones. Las estrellas brillan siempre, independientemente de si las miramos o no. Las mira Dios, y eso les basta. "No eres más porque te alaben, ni eres menos porque te desprecien; lo que eres a los ojos de Dios, eso eres", escribía Tomás de Kempis en el siglo XV.

Aquella noche de Navidad, las estrellas debieron brillar maravillosas, sin envidia de la gran estrella posada sobre la cueva de Belén. Cada una brilló lo mejor que pudo, sin sentirse menos. De haberla mirado con envidia, se habrían opacado. Porque la envidia es la polilla del talento (Campoamor). Ellas, en cambio, por su humildad preservaron su talento. Y por eso hoy, sobre una sociedad ávida de reflectores, de relumbrón y de flashazos, ellas siguen siendo, sin pretenderlo, las verdaderas estrellas.


7. El secreto del pesebre: la pobreza

Una nota novedosa de nuestra sociedad postmoderna es la ambición. Sin duda, ciertas ambiciones son legítimas. El problema es la ambición que se torna insaciable. El gran secreto del pesebre fue la pobreza espiritual, el desprendimiento interior.

Siempre he tratado de imaginar la historia del pesebre; una historia que, sin duda, fue de más a menos. Empezó siendo un tambo limpísimo, idóneo para almacenar agua, aceite o vino. Más tarde fue contenedor de combustible o de lejía. Después lo destaparon para llenarlo de grano trigo, garbanzo o maíz. Un poco más rodado y abollado, se convirtió en tambo de basura. Muchos golpes después, picado y maltratado, cuando ya no servía para otra cosa, lo pasaron por la sierra y, partido por la mitad, dejó de ser tambo y empezó a ser pesebre, en el que colocaron paja para vacas y bueyes.

Quizá nunca imaginó, rodando por la pendiente de la humillación, que llegaría a ser el primer sagrario de la historia, después de María. El pesebre nos recuerda que muchas veces se es más feliz y afortunado siendo menos que más; que el camino de la ambición no lleva a ninguna parte; y que las predilecciones de Dios tienen muy poco que ver con nuestros méritos.


8. El secreto de los Reyes Magos: la docilidad

Nuestra sociedad presume, con razón, de independencia. Pero una mal entendida libertad puede llegar a ser una falsa autonomía, que raya en la ilusión, en la pérdida de referentes morales y de criterios rectos y claros. Ciertas corrientes de pensamiento han postulado un falso humanismo, que consiste en borrar a Dios del horizonte para que el hombre pueda ser plenamente hombre. Su tesis, en resumen, podría enunciarse así: "Si Dios es, el hombreno puede ser".

Esta postura, sin embargo, constituye un verdadero drama, que inspiró el título de un libro del teólogo Henri de Lubac: El drama del humanismo ateo. Años más tarde, el Concilio Vaticano II resumía admirablemente su esencia: "La criatura sin el Creador desaparece... Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida" (Gaudium et spes, 36).

En otras palabras, cuando el hombre deja de tener por referente a Dios, se extravía en un laberinto sin salida. Es aquí donde los Reyes Magos tienen un secreto maravilloso que ofrecernos: el de la docilidad a Dios. Ellos se dejaron guiar. Fueron verdaderamente sabios al no fiarse de sí mismos, de su autonomía; al buscar fuera de sí mismos, en el cielo, la verdadera razón de su vida y el camino a seguir. Cierto, el camino fue largo y muchas veces oscuro. Pero en premio a su docilidad, encontraron al mismísimo Dios, que se hizo carne para ser hallado.

Su docilidad es una lección de sensibilidad a los auténticos valores y a las inspiraciones de lo alto. Dios nos manda señales; nos sugiere, nos invita, nos muestra estrellas que seguir. El corazón rebelde se ciega y endurece; se enferma de lo que la Biblia llama "esclerocardía" -dureza de corazón-. En cambio, el corazón sensible tiene ojos; y el dócil, pies. Así puede descubrir las "señales de arriba" y seguirlas con paciencia, sabiendo que tarde o temprano le llevarán al mejor de los hallazgos: Dios mismo.


9. El secreto de los pastores: la fe

A nuestra sociedad cada día le cuesta más creer. Es cierto, muchas certezas se han derrumbado; muchas confianzas han sido defraudadas, sobre todo en los últimos años. Por eso, más de alguno me ha dicho: "Ya no sé en qué creer".

El secreto de los pastores fue su fe. Una fe sencilla, pero viva, operante y alegre. Ellos eran, muy probablemente, hombres sin educación, sin formación, sin grandes lecturas. Pero aquella noche de Navidad fueron los hombres más iluminados de la historia. Dice el Evangelio: "Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Angel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz" (Lc. 2, 8 - 9). Eso es la fe: una luz envolvente, que todo lo ilumina: no sólo la noche, también la vida; no sólo el entorno, también el corazón.

La suya fue una fe sin cuestionamientos. Inmediatamente, sin mayor deliberación, los pastores se levantaron y se pusieron en camino. "Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado" (Lc. 2, 15).

La fe no es sólo "creer" con la mente. Es un dinamismo interior que nos pone "en movimiento". La fe cambia la vida. Nunca es estática. Porque nuestro corazón tampoco lo es; siempre busca un horizonte ilimitado. Las solas expectativas de esta vida le quedan chicas; y sus motivaciones, también.

La fe de los pastores, por lo demás, tampoco contradijo su razón. Sólo la iluminó. La llevó mucho más lejos. La abrió a una revelación que venía de lo alto. Porque, en definitiva, la fe es más una respuesta que una búsqueda. Los pastores no buscaron a Dios; sólo se dejaron encontrar por Él.

La fe desemboca en un gran sentido de lo esencial. Aquella noche, los pastores descubrieron que ya nada importaba, que sólo una cosa era necesaria: estar junto al Recién Nacido. Quien posee el sentido de lo esencial capta lo importante, busca lo único necesario, y así simplifica muchísimo su vida. Fue lo que años después diría Cristo a Marta: "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada" (Lc. 10, 41-42).


10. El secreto de la noche de Navidad: la paz

Se diría que éste último secreto de la Navidad es la síntesis de todos los anteriores: la paz. San Agustín la definió como la "tranquilidad del orden". Según los historiadores, durante la noche de Navidad cesaron las guerras, se hermanaron los pueblos, se reunieron las familias, y parece que todo el cosmos se puso en paz. El Martirologio romano subraya este hecho cuando dice que Cristo nació "mientras reinaba la paz en toda la Tierra".

La paz es un resultado. Algo que encontramos al final del esfuerzo. Quien renuncia a la prisa, confía en la Providencia, se ejercita en la espiritualidad, vive el silencio, madura su esperanza, forja su humildad y pobreza, su docilidad y su fe, seguramente hallará paz.

Parecen demasiados pasos. En realidad, el camino no es tan largo. Porque todos estos esfuerzos son vasos comunicantes. Quien trabaja en un aspecto, termina por crecer también en los demás. No hay hombre que ore sin ejercitar su fe, su abandono en Dios, su pobreza y humildad. Por eso, más que ver una lista de tareas, tomemos al menos un secreto de la Navidad y empecemos a vivirlo con empeño e interés. Cualquiera de ellos tiene toda la virtualidad para cambiarnos la vida y mejorarla notablemente.

Y no olvidemos que el verdadero centro de la Navidad es Jesús mismo. Él es el Príncipe de la Paz, como lo llama la Iglesia. En Él y sólo en Él encontraremos la paz. En Él posemos nuestra mirada, confiada y segura. Quizá el "mundo feliz" que algunos han profetizado no es tan utópico como pareciera. Porque en realidad no se necesita quién sabe qué nivel de desarrollo científico y técnico para clonar a la gente y diseñar una perfecta ingeniería social. Si queremos una sociedad postmoderna "feliz" -hasta donde es posible en esta vida-, sólo hay que redescubrir algunos secretos esenciales, poner a Cristo al centro de cada familia y dejarlo reinar.

Después de todo, Dios sigue siendo el Señor de la vida y de la historia, aunque no lo parezca. Su victoria sobre el mal -en cualquiera de sus formas- es ya una realidad. Y, si lo acogemos, su victoria será también nuestra. O para decirlo de forma más poética, con un himno de la Liturgia de las Horas, "derrotados la muerte y el pecado, es de Dios toda historia y su final; esperad con confianza su venida; no temáis, con vosotros él está. Volverán encrespadas tempestades para hundir vuestra fe y vuestra verdad, es más fuerte que el mal y que su embate el poder del Señor, que os salvará"
P. Alejandro Ortega Trillo, L.C. | Fuente: Catholic.net