miércoles, 14 de diciembre de 2011

Sacerdocio: el trabajo más feliz del mundo

Sacerdotes católicos y pastores protestantes encabezan un ránking envidiable a nivel mundial: el de la felicidad que proviene del trabajo desempeñado. Así lo ha demostrado el estudio llevado a cabo por la National Organization for Research, de la Universidad de Chicago, que ha elaborado un top ten con las profesiones más gratificantes, a partir de los resultados de sus encuestas.
A la cabeza de la lista, como los trabajadores más felices del mundo, se encuentran los clérigos tanto católicos como protestantes, seguidos por bomberos, fisioterapeutas, escritores, educadores especiales, maestros, artistas, psicólogos, agentes financieros e ingenieros de operaciones. Profesiones dispares pero con dos características en común: la baja remuneración y la entrega a los demás.


Por el contrario, entre los 10 trabajos más odiados abundan puestos directivos y salarios altos: directores de ventas y marketing, productores, managers, técnicos especialistas o electrónicos, desarrolladores web, analistas de soporte técnico, maquinistas o gerentes.
Los resultados del estudio han sido publicados en la célebre revista Forbes, donde un comentarista se pregunta si es que los empleos "ganadores" atraen naturalmente a personas de por sí "felices". Y es que muchos interrogantes quedan planteados a la vista de que las profesiones con menos trato humano acarrean mayor insatisfacción, mientras que las más vocacionales (aunque peor pagadas) parecen ser garantía de felicidad.
Los trabajos más felices:
1. Sacerdotes y pastores
2. Bomberos
3. Fisioterapeutas
4. Escritores
5. Instructores de educación especial
6. Maestros
7. Artistas
8. Psicólogos
9. Agentes financieros
10. Ingenieros de operaciones
Los trabajos más odiados:
1. Director de Tecnología de la Información
2. Director de Ventas y Marketing
3. Productor / Manager
4. Desarrollador Web
5. Técnico Especialista
6. Técnico en Electrónica
7. Secretario Jurídico
8. Analista de Soporte Técnico

martes, 13 de diciembre de 2011

Las vírgenes consagradas, don de Dios para la Iglesia

Las vírgenes consagradas son un don de Dios para nuestras comunidades cristianas. La nueva floración de esta antigua vocación en la Iglesia es un regalo del Espíritu Santo que todos hemos de acoger, acompañar y agradecer.

Queridos hermanos y hermanas: Dedico esta carta semanal al Orden de las vírgenes, una institución eclesiástica hoy poco conocida a pesar de ser casi tan antigua como la misma Iglesia.

Ligada íntimamente al ministerio del Obispo y a la Iglesia particular, tuvo una extraordinaria importancia en los primeros siglos. Fue, de hecho, la más antigua forma de vida consagrada. Al Orden de las vírgenes pertenecieron las santas Inés, Lucía y Cecilia y otras muchas que, como ellas, son recordadas y honradas en las más bellas y antiguas iglesias de Roma.

A partir del siglo IV, con la aparición de otras formas de vida consagrada, en comunidad o en soledad, fue perdiendo relevancia hasta desaparecer prácticamente a lo largo del siglo V. El Orden de las vírgenes fue restaurado por el Concilio Vaticano II (SC 80), goza de ritual propio, publicado en el año 1970, enormemente rico y sugestivo, y está contemplado en el código de Derecho Canónico (c. 604). Hoy son tres mil en toda la Iglesia y son un pequeño grupo en nuestra Archidiócesis, que Dios quiera que crezca en los próximos años. Cuenta para ello con mi apoyo más explícito.

Las vírgenes consagradas viven en medio del mundo. No pertenecen a ninguna familia religiosa, ni dejan su familia o su trabajo profesional. No hacen voto de pobreza, aunque tratan de vivir despegadas de los bienes materiales. Tampoco hacen voto de obediencia, aunque están especialmente vinculadas al Obispo, que puede señalarles un campo concreto de apostolado, casi siempre al servicio de su propia parroquia o de un sector concreto de la pastoral diocesana. Sí se les pide vivir el consejo evangélico de la castidad que, si bien no es voto, la tradición siempre lo ha considerado muy próximo a él.

El ritual de la consagración de las vírgenes considera esta forma de vida como un desarrollo y profundización de la alianza bautismal que el Espíritu Santo sugiere a algunos bautizados a quienes llama a un amor esponsal, absoluto, irrevocable y definitivo con Jesucristo, viviendo la virginidad por el Reino de los cielos, a imitación del Señor, de su Madre bendita y de toda una pléyade de mujeres santas, que en la edad antigua de la Iglesia han escrito una de las páginas más gloriosas de su historia.

El carisma de la virginidad es un don de Dios. Nadie puede pretender este estilo de vida si el Señor no le llama, pues supera todas las capacidades del ser humano. Toda persona, hombre o mujer, ha nacido para el amor esponsal. Todos llevamos cincelada en nuestra naturaleza esta cualidad. Hemos nacido para amar. Para la mayor parte de las personas la vía ordinaria es el matrimonio. Pero a algunos cristianos, el Señor les concede el don de la virginidad. Gracias a este don, viven una relación esponsal personal y exclusiva con Él, entregándole su corazón y su afectividad con un amor total, exclusivo e indiviso.

Las vírgenes consagradas son un don de Dios para nuestras comunidades cristianas. La nueva floración de esta antigua vocación en la Iglesia es un regalo del Espíritu Santo que todos hemos de acoger, acompañar y agradecer. Además del servicio humilde y silencioso, pero siempre abnegado y eficaz, que prestan a las Diócesis o a sus parroquias en los más diversos ministerios, su sola presencia edifica a la Iglesia ya que con su testimonio nos están recordando a todos que el Señor es el primer y supremo valor de nuestra vida y que merece ser amado con el mismo amor con que Él nos ama.

Juan José Asenjo, Arzobispo de Sevilla