Dedica su catequesis a la eremita y mística inglesa Juliana de Norwich
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 1 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- El Papa Benedicto XVI expresó hoy su reconocimiento y estima a los hombres y mujeres que se retiran a la vida contemplativa, durante la catequesis que pronunció durante la Audiencia General.
El Papa quiso subrayar la importancia de esta vocación dentro de la Iglesia, al hablar de una nueva santa medieval, Juliana de Norwich, escritora y mística inglesa del siglo XIV.
“Las mujeres y los hombres que se retiran para vivir en compañía de Dios, precisamente gracias a esta decisión suya, adquieren un gran sentido de compasión por las penas y debilidades de los demás”, afirmó el Papa.
Estas personas son “amigas y amigos de Dios”, “disponen de una sabiduría que el mundo, del que se alejan, no posee, y con amabilidad la comparten con aquellos que llaman a sus puertas”.
Ante los fieles congregados en el Aula Pablo VI, el Papa aseguró su “admiración y reconocimiento” a los monasterios de clausura, “que, hoy más que nunca, son oasis de paz y de esperanza, precioso tesoro para toda la Iglesia, especialmente al recordar la primacía de Dios y la importancia de una oración constante e intensa para el camino de fe”.
De esto es ejemplo Juliana, que tras unas revelaciones místicas, se retiró como anacoreta a una celda cerca de la iglesia de san Julián de Norwich, explicó el Papa.
“Podría sorprendernos e incluso dejarnos perplejos esta decisión de vivir 'recluida', como se decía en sus tiempos”, aunque Juliana no fuese una excepción: “en aquellos siglos un número considerable de mujeres optó por este tipo de vida, adoptando reglas elaboradas a propósito para ellas”, explicó el Papa.
Las anacoretas o “reclusas”, dentro de su celda, se dedicaban a la oración, a la meditación y al estudio. “De esta forma, maduraban una sensibilidad humana y religiosa finísima, que las hacía veneradas por la gente”, añadió.
Esta, subrayó el Pontífice, “no era una decisión individualista; precisamente con esta cercanía al Señor maduraba en ella también la capacidad de ser consejera para muchos, de ayudar a cuantos vivían en dificultad en esta vida”.
Amor divino
Juliana de Norwich es conocida por una única obra, las Revelaciones del Amor divino, que tuvo durante una enfermedad que la llevó al borde de la muerte.
“Fue el propio Señor quien, quince años después de estos acontecimientos extraordinarios, le reveló el sentido de esas visiones”, la revelación del “amor divino”, explicó el Papa.
Este libro “contiene un mensaje de optimismo fundado en la certeza de ser amados por Dios y de ser protegidos por su Providencia”.
El tema del amor divino “vuelve a menudo en las visiones de Juliana de Norwich quien, con una cierta audacia, no duda en compararlo también al amor materno”.
“Este es uno de los mensajes más característicos de su teología mística. La ternura, la solicitud y la dulzura de la bondad de Dios hacia nosotros son tan grandes, que a nosotros peregrinos en la tierra nos evocan el amor de una madre por sus propios hijos”, afirmó.
El propio Catecismo de la Iglesia Católica, subrayó Benedicto XVI, “recoge las palabras de Juliana de Norwich cuando expone el punto de vista de la fe católica sobre un argumento que no deja de constituir una provocación para todos los creyentes: Si Dios es sumamente bueno y sabio, ¿por qué existen el mal y el sufrimiento de los inocentes?”
Precisamente, apuntó, “los santos, se plantean esta pregunta. Iluminados por la fe, nos dan una respuesta que abre nuestro corazón a la confianza a la esperanza: en los misteriosos designios de la Providencia, también del mal sabe sacar Dios un bien más grande, como escribió Juliana de Norwich”.
“Si entregamos a Dios, a su inmenso amor, los deseos más puros y más profundos de nuestro corazón, nunca seremos decepcionados. 'Y todo estará bien', 'todo será para bien'”, concluyó el Papa.
El Papa quiso subrayar la importancia de esta vocación dentro de la Iglesia, al hablar de una nueva santa medieval, Juliana de Norwich, escritora y mística inglesa del siglo XIV.
“Las mujeres y los hombres que se retiran para vivir en compañía de Dios, precisamente gracias a esta decisión suya, adquieren un gran sentido de compasión por las penas y debilidades de los demás”, afirmó el Papa.
Estas personas son “amigas y amigos de Dios”, “disponen de una sabiduría que el mundo, del que se alejan, no posee, y con amabilidad la comparten con aquellos que llaman a sus puertas”.
Ante los fieles congregados en el Aula Pablo VI, el Papa aseguró su “admiración y reconocimiento” a los monasterios de clausura, “que, hoy más que nunca, son oasis de paz y de esperanza, precioso tesoro para toda la Iglesia, especialmente al recordar la primacía de Dios y la importancia de una oración constante e intensa para el camino de fe”.
De esto es ejemplo Juliana, que tras unas revelaciones místicas, se retiró como anacoreta a una celda cerca de la iglesia de san Julián de Norwich, explicó el Papa.
“Podría sorprendernos e incluso dejarnos perplejos esta decisión de vivir 'recluida', como se decía en sus tiempos”, aunque Juliana no fuese una excepción: “en aquellos siglos un número considerable de mujeres optó por este tipo de vida, adoptando reglas elaboradas a propósito para ellas”, explicó el Papa.
Las anacoretas o “reclusas”, dentro de su celda, se dedicaban a la oración, a la meditación y al estudio. “De esta forma, maduraban una sensibilidad humana y religiosa finísima, que las hacía veneradas por la gente”, añadió.
Esta, subrayó el Pontífice, “no era una decisión individualista; precisamente con esta cercanía al Señor maduraba en ella también la capacidad de ser consejera para muchos, de ayudar a cuantos vivían en dificultad en esta vida”.
Amor divino
Juliana de Norwich es conocida por una única obra, las Revelaciones del Amor divino, que tuvo durante una enfermedad que la llevó al borde de la muerte.
“Fue el propio Señor quien, quince años después de estos acontecimientos extraordinarios, le reveló el sentido de esas visiones”, la revelación del “amor divino”, explicó el Papa.
Este libro “contiene un mensaje de optimismo fundado en la certeza de ser amados por Dios y de ser protegidos por su Providencia”.
El tema del amor divino “vuelve a menudo en las visiones de Juliana de Norwich quien, con una cierta audacia, no duda en compararlo también al amor materno”.
“Este es uno de los mensajes más característicos de su teología mística. La ternura, la solicitud y la dulzura de la bondad de Dios hacia nosotros son tan grandes, que a nosotros peregrinos en la tierra nos evocan el amor de una madre por sus propios hijos”, afirmó.
El propio Catecismo de la Iglesia Católica, subrayó Benedicto XVI, “recoge las palabras de Juliana de Norwich cuando expone el punto de vista de la fe católica sobre un argumento que no deja de constituir una provocación para todos los creyentes: Si Dios es sumamente bueno y sabio, ¿por qué existen el mal y el sufrimiento de los inocentes?”
Precisamente, apuntó, “los santos, se plantean esta pregunta. Iluminados por la fe, nos dan una respuesta que abre nuestro corazón a la confianza a la esperanza: en los misteriosos designios de la Providencia, también del mal sabe sacar Dios un bien más grande, como escribió Juliana de Norwich”.
“Si entregamos a Dios, a su inmenso amor, los deseos más puros y más profundos de nuestro corazón, nunca seremos decepcionados. 'Y todo estará bien', 'todo será para bien'”, concluyó el Papa.
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