Hay tres leyes generales:
la ley Natural,
la ley Escrita y
la ley de Gracia.
Cada una de ellas tiene sus atributos particulares y recorre su propio camino.
La ley natural, cuando el sentido no alcanza a dominar la razón, nos impulsa espontáneamente a acoger a todos los hombres como a parientes nuestros y acudir en socorro de aquellos que se hallan necesitados; nos inspira un querer unánime, de modo que cada uno se sienta dichoso de dar a los otros lo que él mismo desearía recibir. Es lo que ha enseñado el Señor: “aquello que queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo vosotros con ellos”. Semejante unanimidad se realiza en aquellos en quienes la naturaleza es gobernada por la razón. Un mismo género de vida, un mismo modo de querer y sentir les hace tomar conciencia de la unidad racional de la naturaleza humana: unidad en la que no existe en manera alguna ese desgarramiento de la naturaleza que resulta actualmente del egoísmo.
En cuanto a la ley escrita, comienza por reprimir los desarreglados impulsos de los insensatos, inspirándoles el miedo de los castigos. Acostumbra al espíritu a considerar la estricta justicia, y viene así con sus rigores en ayuda de la ley natural. Pues por efecto del tiempo la fuerza de la justicia acaba por convertirse en naturaleza, y el valor del bien prevalece poco a poco sobre el temor.
Finalmente el hombre es conducido hasta la caridad, que es la plenitud de la ley… La ley escrita, o mejor la plenitud de la ley escrita no es, pues, otra que la ley natural, que reviste su pleno sentido espiritual por la mutua ayuda social y la cohesión íntima. Por eso está escrito: “ama a tu prójimo como a ti mismo” y no solamente: “compórtate con él como contigo mismo, pues esta segunda fórmula sólo mira al ser del prójimo en las relaciones sociales externas, mientras que la segunda mira al ser del prójimo en las relaciones sociales externas, mientras que la segunda mira a su felicidad espiritual.
Pero la ley de gracias enseña sin intermediario a los que dirige a imitar al mismo Dios; quien por así decir, nos ha amado más que a sí mismo… “No hay mayor amor, nos dice, que el dar la vida por aquellos a quienes se ama”…
En resumen, diremos que la ley de naturaleza no es otra que la razón natural, que subyuga los sentidos para poner coto a la sinrazón que es la que da lugar a división en aquellos que están naturalmente unidos. La ley escrita es todavía esta razón natural que, después de haber eliminado la sinrazón de los sentidos, inspira un deseo espiritual de cohesión entre los miembros de una misma naturaleza. Finalmente, la ley de gracias es una razón que supera la naturaleza y la transforma intrépidamente para su deificación…
Cuestión 64 a Thalassios (P.G. 90, 742-748)
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