Es preciso creer en Jesús.
Ésta es la segunda enseñanza fundamental que nos da el Evangelio. Intentemos profundizar un poco.
¿En qué consiste acogerle?
Acogerle quiere decir dejarle penetrar en nuestra vida, en nuestra verdadera vida personal, profunda, de manera que nosotros perdamos nuestra independencia, que le entreguemos lo que tenemos de más íntimo: nuestra libertad, nuestro juicio, nuestra seguridad. Tenemos que comprometemos totalmente con relación a él; y esto significa dejarle penetrar en nuestra vida, significa, por tanto, acogerle. Sería demasiado fácil si bastara con dejarle estar a nuestro lado y dirigimos a él solamente cuando tenemos ganas o cuando creemos tener necesidad. No; hay que ir mucho más lejos que esto. Hay que construir nuestra vida sobre él, sobre un acto de confianza total y profundo en él.
Todo el Evangelio está construido sobre esta base fundamental. Aquel que cree en el Señor obtiene todo de él: los enfermos son curados, los muertos resucitan, los que están en pecado salen de él, y san Juan llega incluso a decir al final de su evangelio que todo lo ha escrito para que creamos que Jesús es el Hijo de Dios.
Es decir, encontramos ahí reunidas las dos ideas fundamentales de las que hablamos ahora: primero creer, comprometernos; y seguidamente creer que él es el Hijo, es decir, el Enviado, Aquel que viene a nosotros.
Así, pues, creer en Jesús no es, en primer lugar, recitar un Credo y decir todos los artículos de la fe; yo me adhiero a ello con mi inteligencia. Esto es una fe, digamos, en un segundo estadio.
La fe fundamental es que yo, en mi libertad humana, en mi inseguridad humana, me fío de la persona de Jesús y le digo desde el fondo de mí mismo: "Yo cuento contigo, yo me fío de ti, tengo la certeza de que tu palabra es verdadera, que tu persona es leal, y yo me entrego totalmente a ti".
Si tomamos esta posición con firmeza, realmente acogemos a Jesús, le dejamos entrar en nuestra vida. Él viene a comer con nosotros. Pero, ¿cómo creer en él de verdad? No es fácil. Es arriesgar en cierto modo toda nuestra vida por un hombre. Es algo ante lo cual uno tiene miedo. Entonces, también ahí hemos de decimos que nuestra fe no nos pertenece, no somos nosotros quienes la construimos con nuestros esfuerzos, ni con nuestra fuerza de voluntad, ni con nuestros razonamientos de inteligencia. No es porque yo diga que quiero creer o que quiero creer más por lo que efectivamente mi fe vendrá o aumentará. No es tampoco porque yo elabore unas teorías magníficas perfectamente verdaderas como mi fe podrá desarrollarse: la fe es un don de Dios.
La fe, en su nacimiento, en su origen, es un don totalmente gratuito del Señor; es precisamente este encuentro de Jesús, que viene a nosotros, con nuestro corazón. Evidentemente es preciso que nosotros le aceptemos; siempre tenemos la posibilidad de rechazarle, pero fundamentalmente esta chispa procede de que Jesús llega hasta nosotros y le dejamos penetrar en nosotros. Felizmente, la mayor parte del tiempo nosotros no tenemos que hacer surgir la primera chispa de la fe. Nosotros tenemos que hacer crecer nuestra fe porque la mayoría de las dificultades que creemos hallar en nuestra vida espiritual proceden de falta de fe. También aquí no son nuestros esfuerzos los que aumentarán la fe. Recordemos las palabras del padre del niño enfermo en el evangelio: "Creo, Señor, pero aumenta mi fe" (cf Mc 9, 24). Es a Jesús a quién hemos de pedir que aumente nuestra fe, cuando tenemos conciencia de forma bien clara que nos falta fe. Ya sea que abiertamente tengamos tentaciones contra la fe, ya sea que nos sintamos demasiado sumergidos en las tinieblas, nuestro primer movimiento debe ser volvernos hacia el Señor para decirle que nos falta fe, pero que creemos que él puede aumentar esta fe que nos falta. Es él mismo quien nos da la capacidad de acogerle en la medida en que nosotros se lo pedimos con suficiente humildad y disponibilidad.
http://www.monasterioescalonias.org/reflexion-semanal/173-acoger-a-cristo.html
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