domingo, 5 de septiembre de 2010

Mujeres de las que no quedan

Las monjas de clausura se enfrentan a tiempos «difíciles y oscuros». No se llevan ni los hábitos ni una vida dedicada a la oración. En frío, nadie elegiría libremente pobreza, castidad, obediencia y clausura como los cuatro pilares de toda una vida. Sin embargo, escuchar a las hermanas del convento franciscano de Alcaraz, el más antiguo de la provincia, te abre los ojos. Ellas atesoran principios inculcados en el medievo, lo que no les impide afirmar que el siglo XXI está errando. «Buscan la felicidad donde no existe», advierten a las nuevas generaciones. Y es que estas monjas son realistas. Hablar a través de los barrotes no las aísla, ni mucho menos, del mundo exterior. Saben que «no hay vocaciones, que el futuro es preocupante y oscuro; que los valores religiosos se están perdiendo», pero tienen la certeza de que «lo que no se conoce no se ama».
En Alcaraz viven en estos momentos diecisiete monjas, con edades comprendidas entre los 23 años y los 95. Las hay que acaban de llegar, como la joven María Inmaculada Jiménez, que lleva un lustro en el convento, y quienes llevan 52 años, como Sor Concepción Castro. Ninguna de ellas se arrepiente del camino que eligió en su día. No sólo aseguran que nunca han tenido dudas, además afirman orgullosas que «si volviese a vivir, sería de clausura».
El suyo es un camino sacrificado y austero, pero les reporta la felicidad. Saben por el telediario, algunas revistas y el contacto con quienes les visitan en busca de ayuda y paz, que fuera hay sufrimiento. Cada vez son más las familias que llaman a su puerta porque la ruptura matrimonial les supera o porque no saben cómo sacar a sus hijos del mundo de las drogas.
Cuando toca rezar, estas monjas lo tienen que dejar todo, pero eso no significa que las franciscanas no estén el día. De hecho, como al resto de los españoles, la crisis les ha tocado de lleno y algunas de ellas, como la superiora, reciben ahora una pensión que no llega a los 600 euros después de cotizar toda la vida a la Seguridad Social. Hasta hace dos años, las religiosas bordaban y hacían alfombras y camisas para ganarse el sustento. Ahora se tienen que conformar con pequeñas labores para una tómbola de caridad porque se han quedado sin trabajo.
La mirada
Son felices y lo dicen con una expresión que no deja lugar a dudas. Mientras tanto, en la calle sigue la obsesión por tener. Una persona sin coche, sin vivienda propia y sin un televisor gigante está frustrada. En el convento, se conforman con un ordenador que va cuando quiere y una televisión que les permite seguir el telediario de Antena 3 y, con suerte, los viajes del Papa. La calefacción y el agua corriente llegaron a las celdas -las habitaciones de las monjas- hace cinco años. Pasaban frío hasta enfermar, pero seguían siendo felices.
Entre los barrotes, siempre desde el otro lado, la superiora, María del Pilar Calabria, explicaba que su crisis de vocaciones no está en el número de monjas sino en la edad. El suyo nunca fue un convento numeroso. Hace dos siglos se dice que llegaron a ser una treintena y ahora son diecisiete. El problema está en que la madre superiora llegó con 19 años y Sor Concepción con 15 años. Ahora llegan menos y ya veinteañeras. La edad media no deja lugar a dudas, la congregación envejece. La sabia nueva la traen dos keniatas, de 23 y 27 años, que llevan 7 meses de prueba, una joven de Valdepeñas y una chica peruana.
Nadie niega de que se enfrentan a un problema grave. Sin embargo, las monjas tienen claro que el convento no es para cualquiera. Para entrar es imprescindible «enamorarse de Cristo». Las hermanas tienen que ver que la postulante no alberga dudas y, para ello, hay un largo de periodo de convivencia y formación hasta hacer los votos solemnes. Primero, es necesario un año como postulante, es decir, sin hábito ni compromiso, simplemente conviviendo con la comunidad. Después, llegan entre uno y dos años de novicia, tiempo durante el cual la candidata se forma en las reglas del convento y en la Sagrada Escritura. Por último, tienen que pasar entre tres y seis años como profesas temporales, cumpliendo con los votos de pobreza, castidad, obediencia y clausura, pero no de forma definitiva. Superadas todas estas fases, llega el momento de los votos solemnes.
Las monjas del Monasterio de Santa María Magdalena de Alcaraz basan su día a día en la oración y la formación permanente, con el fin de poder orientar a quien llame a su puerta.
La actividad comienza a las seis y media de la mañana. A partir de ahí, se suceden los oficios de laudes, tercia, sexta, nona, vísperas y completas. En realidad, lo que se pretende es recrear cada uno de los momentos en los que rezaba Jesús, para pedir «que el Señor nos dé fuerzas». Y es que las monjas reconocían que si hay algo que necesitan hoy los conventos es 'fuerza' porque son pocas y mayores para hacer el trabajo de siempre. Ellas asumen las labores del economato, la portería, la cocina o el mantenimiento del jardín, que en el caso de Alcaraz tiene 150 rosales para adornar el Sagrario. Además, tienen que atender a las hermanas mayores, una de ellas encamada.
El panorama no es nada alentador, pero, sin perder la sonrisa, aseguraban a este diario que «si nos conocieran, tendríamos cola». 
23.05.10 - 00:39 -
http://www.laverdad.es/albacete/v/20100523/cultura/mujeres-quedan-20100523.html

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias, Rosario... este blog me acerca a los monasterios de clausura... yo estuve a punto d entrar en el Carmelo hará un tiempo... pero de momento no es posible.

Un Abrazo en CRISTO hermana...

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Carmen.