jueves, 2 de septiembre de 2010

Tradición monástica

Capítulo I - EL misterio monástico 

a) - Una íntima vida cristiana:
En una primera aproximación, el monje puede definirse: Un cristiano que se ha comprometido en una forma de vida religiosa llevada según las antiguas tradiciones de la Iglesia.
El monje es un religioso, eso quiere decir un cristiano que ha tomado plenamente conciencia de su estado de bautizado, y que, para contestar a esa condición, ha adoptado un estado de vida en el cual todo está con objeto de favorecer el crecimiento y la expansión de la gracia bautismal. El fin de la vida religiosa no es distinto del de la vida cristiana ordinaria; el religioso no tiende hacia una perfección más que la de la vida cristiana; el cristiano tiene igualmente el deber de tender a la perfección de la caridad. Lo que distingue al religioso es que ha adoptado un tipo de vida oficial y estable, donde todo está organizado con objeto de este único fin.
El religioso no se distingue del simple cristiano como un "consagrado" de uno "no consagrado". Todo bautizado es un consagrado, una pertenencia total a Dios. Pero uno está constituido un religioso por su profesión por un estado de vida públicamente sancionado por la iglesia, donde esa consagración bautismal puede expresarse y realizarse de un modo privilegiado.
La vida monástica es además una vida religiosa llevada según las antiguas tradiciones de la Iglesia. Lo que no significa que sea una sobre vivencia caduca del pasado. Pero se constituyó en su estructura fundamental, entre los siglos IV y XII. Es la vida religiosa tal cual la concibió, bajo la conducta del Espíritu Santo, la Iglesia de la edad patrística. Y precisamente de eso le viene su valor permanente. Del mismo modo que los escritos doctrinales de los Padres permanecen para la Iglesia como fuentes siempre vivientes, así la enseñanza ascética de los maestros espirituales de los primeros siglos expresa un concepto de la vida religiosa que debe permanecer presente en la Iglesia de todos los tiempos.
Lo que, en efecto, caracteriza a la vida y al pensamiento de los Padres, es su aspecto sintético, su ausencia de especialización. La vida monástica presenta tal carácter de plenitud: simplemente ella es una vida donde todo está organizado con objeto de la prosecución de la "salvación", del entero florecimiento de la gracia bautismal, sin ninguna especialización. El conjunto de los medios que tradicionalmente pone en obra está ordenado a este fin único: renuncia al matrimonio y a las posesiones terrenales en soledad, obediencia, ayuno, vigilias, austeridad de vida, trabajo manual, oración litúrgica y oración privada encaminando el alma hacia la oración incesante.
El monje se distingue pues, del religioso perteneciente a un Instituto moderno, por su ausencia de un fin "secundario". En efecto, las sociedades religiosas modernas por lo general están organizadas con objeto de conducir sus miembros a la perfección de la caridad, y a veces de encargarse en la Iglesia de una tarea determinada: docencia, predicación, obras de caridad, misión, etc. ... A veces también los Fundadores dedicaron sus institutos a tal o cual forma de devoción: culto de reparación del Sagrado Corazón, adoración del Santísimo, etc. ... Por eso es que los institutos modernos, sin dejar nada esencial de los medios establecidos tradicionalmente en la Iglesia para favorecer la prosecución del fin principal común, han reducido la parte reservada a algunos de esos medios, por ejemplo: separación del mundo y "ocio contemplativo", tiempo consagrado a la oración litúrgica o privada y han adaptado la práctica de esos medios a las exigencias del fin propio perseguido.
 
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