domingo, 23 de noviembre de 2008

Santidad y Carisma

La persona consagrada que quiere aspirar a la perfección, esto es, a la santidad, cuenta con la vida del Fundador como un medio privilegiado.

Autor: Germán Sánchez Griese Fuente: USMI

El futuro de la vida consagrada.
En los albores del tercer milenio no son pocos los interrogantes que algunos expertos de la vida religiosa se hacen en torno al futuro de la vida religiosa. Necesaria es la distinción entre cuestionamientos que miran al futuro con esperanza y cuestionamientos que tienden a polemizar el futuro de la vida consagrada, queriendo establecer cauces para la vida consagrada en forma paralela al Magisterio. No cabe duda que el desarrollo teológico que ha seguido para la vida consagrada requiere una profundización exhaustiva de los conceptos emanados a partir del Vaticano II. Pero esta profundización y esfuerzo por poner en práctica las directrices del magisterio, no debe confundirse con una disensión del Magisterio de la Iglesia.

Muchos teólogos del disenso consideran el futuro de la vida consagrada como una gran interrogante. Se saben en un momento de transición en donde lo viejo no acaba de morir y lo nuevo aún no aparece. Buscan constantemente vías para alcanzar esto “nuevo que está por nacer” . Y tal parece que de alguna forma proponen la re-fundación como una posible respuesta al futuro de la vida consagrada.

Diversa, bajo mi punto de vista, es la visión del Magisterio de la Iglesia. Serena y confiada su visión del futuro, basada en la esperanza: la santidad. “Aspirar a la santidad: este es en síntesis el programa de toda vida consagrada, también en la perspectiva de su renovación en los umbrales del tercer milenio.” Profundizando es esta aseveración nos daremos cuenta del rico contenido no sólo teológico sino espiritual y humano que esta lucha por alcanzar la santidad puede tener para el futuro de la vida consagrada.

Cuando la persona se consagra a Dios hace del seguimiento de Cristo su norma de vida, tal y como lo establece el Código de Derecho Canónico: “La vida consagrada por la profesión de los consejos evangélicos es una forma estable de vivir en la cual los fieles, siguiendo más de cerca a Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, se dedican totalmente a Dios como a su amor supremo, para que entregados por un nuevo y peculiar título a su gloria, a la edificación de la Iglesia y a la salvación del mundo, consigan la perfección de la caridad en el servicio del Reino de Dios y, convertidos en signo preclaro en la Iglesia, preanuncien la gloria celestial.” No es el aspecto legalista en el que debemos fijar nuestra atención, sino en la parte espiritual que refleja la postura del alma consagrada frente al compromiso que adquiere a partir de la profesión de los consejos religiosos. Se compromete, como respuesta a una llamada, a seguir más de cerca de Cristo. Este seguimiento comportará un nuevo estilo de vida, diferente al que hasta ese momento habría seguido en su vida. El entro de su vida será Cristo y sobre ese polo deberá girar su existir.

Este nuevo estilo de vida, inaugurado por Cristo e imitado a lo largo de los siglos, primero por los Apóstoles y luego por otros muchos seguidores, entre quienes destacan la figura de los fundadores, viene cristalizado en la Iglesia a través de una coordenadas bien definidas. Coordenadas que no quitan la libertad de espíritu, sino que son cauces para su mejor expresión. Como un tren que debe correr por los rieles si quiere de alguna manera llegar a su destino, así la vida consagrada puede expresar su potencial a través de unos lineamientos seguros. “La Iglesia considera ciertos elementos como esenciales para la vida religiosa: la vocación divina, la consagración mediante la profesión de los consejos evangélicos con votos públicos, una forma estable de vida comunitaria, para los institutos dedicados a obras de apostolado, la participación en la misión de Cristo por medio de un apostolado comunitario, fiel al don fundacional específico y a las sanas tradiciones; la oración personal y comunitaria, el ascetismo, el testimonio público, la relación característica con la Iglesia, la formación permanente, una forma de gobierno a base de una autoridad religiosa basada en la fe. Los cambios históricos y culturales traen consigo una evolución en la vida real, pero el modo y el rumbo de esa evolución son determinados por los elementos esenciales, sin los cuales, la vida religiosa pierde su identidad.”

Estos cauces tienden indefectiblemente a un estilo de vida que de alguna manera facilita la santidad personal. No es que las personas consagradas sean las únicas llamadas a la santidad. Es éste un estado de vida al que todos los cristianos, en razón de su bautismo, están invitados a alcanzar. “La santidad no se refiere exclusivamente al nivel moral. No es en absoluto un premio que el hombre merece. Es más bien una manera de existir derivada de la relación con Dios. La santidad de Israel partía de una separación; y, del mismo modo, existe un estado de diáspora propio de la condición cristiana. No se trata de poner límites al amar; pero el cristiano ama de una manera distinta, que parte de Dios, fuente y origen del amor. Por eso, la consagración se traduce en don; Jesús se santifica cuando como pastor entrega la vida por las ovejas (Jn 10, 11).”

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