viernes, 27 de agosto de 2010

La grandeza de la vida contemplativa

El hombre contemporáneo ha perdido la tranquilidad. Lucha incansablemente por alcanzar el sustento cotidiano, la cercanía de sus amistades, el reconocimiento social, la comodidad sin límites. Y si es más ambicioso, intenta presurosamente conseguir placeres ilícitos de manera desmesurada, rindiéndole culto a sus dioses: la fama, la riqueza, el prestigio o el poder.
Algunos escogidos, llamados directamente por Dios, buscan la plenitud para sus vidas en situaciones muy diferentes a las que nos ofrece la sociedad de consumo moderna. En pleno siglo XXI aún florecen almas que han decidido apartarse de los excesos contemporáneos para dedicarse a una búsqueda personal del Señor dentro de los claustros de un monasterio. Existen, especialmente en Europa, cientos de abadías donde los monjes de ambos sexos intenten penetrar el misterio de la Salvación a través de la observancia de la regla de su comunidad, imbuyéndose en el silencio, la oración, la penitencia y el canto de alabanza. 
Dedican la mayor parte de su jornada a la oración personal, a la lectura de la Sagrada escritura y al rezo del Oficio Divino. Tres veces al día se reúnen con sus hermanos de hábito: por la mañana en la misa conventual; por la tarde, en las vísperas; y en la media noche en los maitines y laudes. Algunos eremitas toman los alimentos en sus celdas y excepcionalmente se reúnen en el refectorio los domingos y con ocasión de grandes solemnidades. Para ganar su sustento cotidiano, estos ermitaños trabajan en la huerta, en la carpintería, en la sastrería, en la elaboración de productos alimenticios y en otras manualidades.
El espíritu de penitencia de los religiosos irradia un himno permanente de adoración que se vive en medio de la “dureza” de su vida monacal. No existe la televisión, el internet o cualquier otra distracción mundana. Su régimen alimenticio está basado en vegetales y frutas, estando prohibido el consumo de carnes. En tiempo de cuaresma los ayunos son aún más rígidos, limitándose a un trozo de pan y un poco de agua. El inmaculado hábito refleja la austeridad y el compromiso sagrado de cada cenobita. Comúnmente está confeccionado con tejido burdo, de colores pastel, adosado a un amplio capuz que guarece la cabeza rasurada del hermano y que cae sobre sus hombros configurando el escapulario de Nuestra Señora. 
La visita a un monasterio medieval permite comprender plenamente el alto vuelo espiritual y material que ha alcanzado la humanidad redimida por Nuestro Señor. La belleza de la arquitectura del claustro, la luminosidad de múltiples colores que se filtran por los vitrales de su iglesia, la exuberancia de los jardines de su patio interior, la sobriedad de su cementerio y la santidad de sus moradores crean una sensación sobrenatural que nos hace percibir las delicias del Cielo, que degustamos intensamente con el murmullo de una sublime polifonía de cantos gregorianos.
Algunos de estas abadías permiten que los forasteros participen de la vida monástica por algunos días y compartan el ordo de las almas contemplativas. En muchas ocasiones, los visitantes desean extender su estadía… para siempre. En Europa hay cerca de 50.000 personas que dedican su vida a la contemplación, en América unas 20.000 y en el resto del mundo aproximadamente 6.000. En Colombia tenemos Benedictinos, Clarisas, Concepcionistas Franciscanas, Dominicos… entre otros.
El Santo Padre Benedicto XVI resumía la grandeza de la vida contemplativa con estas palabras.“En nombre de toda la Iglesia, expreso gratitud a quienes consagran su vida a la oración en la clausura, ofreciendo un elocuente testimonio de la primacía de Dios y de su Reino. Invito a estar junto a ellos con nuestro apoyo espiritual y material”. 


alonsico@yahoo.com


Fuente: El Catolicismo
Alonso Jaramillo, KC*HS, KM, KSG, BM / Numerario de la Academia de Historia Eclesiástica de Bogotá, 30 de junio de 2010

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