jueves, 5 de enero de 2012

La Navidad entre rejas

No me refiero en este artículo a los presos de las cárceles, que también merecen un recuerdo en  estos días. Estoy pensando en las monjas de clausura, “presas” por amor en una peculiar “cárcel”, que son los Monasterios y Conventos, que no privan de libertad, sino quela subliman.
   En estos días he tenido la oportunidad de visitar dos Conventos. Uno de Carmelitas de Santa Teresa, y otro de Clarisas Capuchinas. Ambos en Murcia. Comunidades no muy grandes, con religiosas con años de entrega, y otras más jóvenes que son la esperanza del futuro de estos lugares santos.
   Algunos pueden pensar que esta vida enclaustrada, como encarcelada por voluntad propia, es hoy un anacronismo. Que no tiene sentido en un mundo que pregona el laicismo como la máxima aspiración de una sociedad posmoderna. Esos tales no entiende nada del mundo del espíritu. La vida de entrega a Dios le suena a “música celestial”, una pérdida absurda de tiempo. Muchos cristianos consideran que lo que tiene valor es la vida activa, el servicio social, la dedicación a los pobres del mundo. Y que un grupo de mujeres encerradas entre cuatro paredes no hacen nada positivo por la humanidad.
   Habría que preguntarles que entienden por pobreza y por servicio social. Pobre ciertamente es el que no tiene lo que necesita. Y  la Iglesia se ocupa de esos pobres, que son abundantes. Ahí está Cáritas y otras muchas iniciativas que brotan de la fe y la caridad. Pero hay otros pobres que carecen de lo más valioso, que es Dios. Estos pobres que le daban tanta lástima a la Madre Teresa de Calcuta, y de los cuales están llenas las calles del mundo. A esos pobres sirven las religiosas de clausura desde la oración y el sacrificio de sus vidas. Están sirviendo al mundo desde el silencio junto a Dios. Los monasterios y conventos son como “centrales nucleares”  del espíritu que irradian energía espiritual para mover a los hombres en su caminar por la vida.
   Y también en estos lugares, entre rejas, se vive la Navidad. Yo diría que la Navidad más auténtica. Sin mucho folclore y escaso consumo. Los conventos son un mundo peculiar. Allí se vive en toda su pureza lo que ha de ser toda familia humana: una comunidad de vida y amor. Y en estas Navidades ellas colocan en el mejor lugar de la casa su Belén. Y disfrutan, como niñas, colocando y contemplando las figuras de barro. Y rodean al Niño con pañales primorosos elaborados en sus ratos de silencio. Y celebran la cena de Nochebuena con turrón incluido, para la mayor parte de la comunidad del blando por exigencias de la dentadura. Y Misa de Gallo. Y cantan villancicos de todos los tiempos y lugares. Y le bailan al Niño con alegría de sinceridad acreditada. Irán familiares y amigos a compartir un rato en el locutorio. Y de su torno saldrá más de un presente para gente necesitada.
   La dulzura de estas mujeres, de estas monjas, les sale por esas manos que elaboran detalles gastronómicos que ningún confitero sabe superar. El secreto está en el alma que ponen en todo lo que hacen.
   Me llevé una alegría cuando me dijo una de las monjas que cada día rezaba por mí. Es una verdadero regalo que nuca se agradece bastante. Me acordé de aquella monja que durante tanto tiempo estuvo rezando por el actual Papa. Os recuerdo el caso.  

La monja que reza por el Papa desde 1959
La hermana Emmanuel Hofbauer se tomó muy en serio la instrucción de Santa Teresa de Ávila de rezar por los sacerdotes. A la edad de 11 años, le mostraron una foto de la ordenación del Padre Joseph Ratzinger y su hermano Georg. Ella cuenta que esta experiencia le confirmó misteriosamente su deseo de convertirse en monja y rezar de forma especial por los sacerdotes.
Ahora, uno de ellos celebra su quinto aniversario como Papa.
El entonces Padre Georg Ratzinger trabajó en su parroquia en una pequeña villa bávara al pie de los Alpes, cerca del pueblo de Oberammergau, famoso por sus piadosas representaciones de la Pasión. El Padre Joseph Ratzinger se convertiría eventualmente en el arzobispo de Munich, la arquidiócesis en la que ella vivió.
Después de trasladarse a los Estados Unidos en 1955 y asistir a la Academia de los Santos Nombres en Seattle, ella ingresó en el monasterio carmelitano de Seattle en 1959, cuando tenía 19 años de edad. El año siguiente recibió formalmente su nuevo nombre y el hábito carmelitano distintivo. La hermana Emmanuel permaneció en Seattle hasta el 2009, cuando se trasladó al Carmelo de la Madre de Dios en San Rafael, California.
Su correspondencia con el Cardenal Ratzinger comenzó en 1986, con la ocasión de las bodas de plata de su primera profesión en 1961. La hermana Emmanuel recibió una carta del Cardenal Ratzinger en la que le agradecía por todos sus años dedicados al servicio del Señor y de Su Iglesia. Luego, continuaron enviándose correspondencia unas pocas veces cada año.
La hermana Emmanuel se encontró personalmente con el Cardenal Ratzinger cuando estuvo en Roma para la canonización de la hermana carmelita Edith Stein, en octubre de 1998.
La hermana Emmanuel habló recientemente con el corresponsal de “Register”, Trent Beattie.*
-¿Cuáles son algunos de sus recuerdos de la niñez acerca de los hermanos Ratzinger?
-Cuando los hermanos Ratzinger fueron ordenados en 1951, yo tenía sólo 11 años. Uno de mis profesores me mostró un recorte de diario de la ordenación. Esta foto de los hermanos Ratzinger me impresionó profundamente.
Yo esperaba realmente convertirme en una hermana como las hermanas de Santa Isabel que vivían cerca de nuestra casa. Una de las hermanas me dijo que había querido ingresar en el Carmelo de Colonia pero que no se lo permitieron debido a su asma. Me dijo que el apostolado del Carmelo era principalmente rezar por la Iglesia y por los sacerdotes. Decidí allí y entonces que eso era lo que estaba llamada a hacer. Quería rezar por sacerdotes santos, tales como los hermanos Ratzinger.
Mons. Georg Ratzinger se convirtió en el vicario de mi párroco entre 1951 y 1952. Joseph Ratzinger nunca fue mi pastor, pero se convirtió en el arzobispo de Munich en mayo de 1977. En junio de 1977 fue nombrado cardenal, y en noviembre de 1981 se convirtió en el cardenal prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
-¿Cuándo comenzó a escribirse con el Cardenal Ratzinger?
-Recibía noticias, especialmente sobre el entonces Arzobispo Ratzinger, por medio de mi familia, profesores y amigos. Cualquier cosa que tuviera que ver con él o con Mons. Georg me interesaba. Por alguna misteriosa razón, Dios me unió a ellos. Encontré mi vocación por medio de ellos, y ésta era rezar y sacrificar mi vida por ellos y por todos los sacerdotes.
Mi correspondencia directa con el entonces Cardenal Joseph Ratzinger comenzó en torno al año 1986. Era el año de mis bodas de plata, y él me escribió una hermosa carta que conservaré mientras viva.
Leí algunos de sus libros y artículos, y a menudo rezaba diciendo: “Señor, éste hombre debiera ser más visto y oído”. Cuando lo encontré cara a cara en 1998, sabía que sería el próximo Papa. Su elección fue un momento gozoso, emotivo.
-¿Cuál fue su reacción inmediata ante el hecho de que el Cardenal Ratzinger fuese elegido Papa?
-Me hizo muy feliz el hecho de que la celebración de su inauguración festiva cayese el 24 de abril, que es también el día de mi cumpleaños. Fue el mejor regalo de cumpleaños que pudiese haber recibido.
-¿Cree que el Cardenal Ratzinger, eligiendo el nombre Benedicto (por el Papa Benedicto XV, pero también por San Benito, el “Padre del monacato occidental”) mostró así su gran respeto por la vida religiosa?
No sé por qué eligió el nombre Benedicto. Creo que lo eligió más por seguir al Papa Benedicto XV, conocido como el “Papa de la Paz” – él se convirtió en Papa tan sólo unos pocos meses después del inicio de la Primera Guerra Mundial. Trabajó incansablemente por la paz y escribió la encíclica Pacem Dei Munus. Estoy segura que ama a San Benito, el padre del monacato, y que tiene un gran amor y respeto por la vida religiosa.
-¿Aún se escribe con el Papa Benedicto, o eso no es posible?
Sí, aún me escribo con su Santidad por medio de su secretario privado, que permite que mis cartas lleguen a su Santidad, y recibo unas pocas líneas y estampas por medio de su secretario. Le cuento de lo más destacado de nuestra vida aquí en el monasterio y le aseguro mis oraciones.
-¿Podría contarnos acerca de su encuentro personal con el Papa Benedicto?
En el 2006, nuestro Santo Padre visitó Alemania. Una de sus visitas fue en Pentling, cerca de Ratisbona. Mis primos cuidan su casa en Pentling. Es la casa donde él y su hermano iban a retirarse, pero Dios tenía otro plan. Mis primos me invitaron a visitarlos durante ese tiempo, y a ayudarlos a preparar la venida de nuestro Santo Padre a su casa por última vez.
Fue una experiencia inolvidable, como una reunión de familia. La policía y los guardias nos permitieron acercarnos a él. Recuerdo que él tomó mis manos y me pidió que por favor no lo olvidase en mis oraciones. Siendo que estoy celebrando mis bodas de oro el 22 de mayo de este año (tomado desde el “día del hábito”, o el “día del nombre”, que tuvo lugar en 1960), ¡espero ver a nuestro Santo Padre una vez más dentro del próximo par de años, si Dios lo permite!
- ¿Cuáles son sus pensamientos acerca de rezar por los sacerdotes?
-Santa Teresita de Lisieux, como todas las hermanas carmelitas, tenía un gran amor por los sacerdotes y por el sacerdocio, pero su amor no era ingenuo. Ella sabía que los sacerdotes son frágiles seres humanos como todos nosotros. Ella quería apoyarlos en toda forma posible.
¿Amamos y apoyamos a nuestros sacerdotes como deberíamos, y como ellos lo necesitan de nosotros? Puede ser algo fácil enojarse y ver las faltas de nuestros sacerdotes, algunas veces sólo vemos su debilidad. Sin embargo, Jesús nos ha dado un tesoro invaluable en el sacerdocio. A través de Sus sacerdotes, recibimos toda la munificencia de Sus gracias por medio de los Sacramentos – y a Él Mismo en la Eucaristía.

Fuente: National Catholic Register
Esta es la gran labor de las monjas de clausura: orar por la Iglesia y sus sacerdotes, orar por el bien del mundo, aportar a nuestra sociedad el aire puro del espíritu que se filtra por las rejas y los tornos de sus conventos.
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