martes, 26 de enero de 2010

Edith Stein, maestra de espiritualidad

Edith Stein (1891-1942), judía, filósofa, mártir, carmelita santa y compatrona de Europa, se consideraba una persona súper litúrgica, contemplativa y sumamente activa antes y después de su ingreso en el Carmelo.

–¿Podemos considerar a Edith Stein como una precursora de la espiritualidad litúrgica del Vaticano II?

Lo podemos afirmar sin titubeos. Ella vive en los albores del movimiento litúrgico en Alemania, conoce a algunos protagonistas de este despertar eclesial, como Romano Guardini y Odo Casel; tuvo como patria espiritual uno de los centros propulsores del movimiento litúrgico alemán, la abadía de Beuron, donde el abad Rafael Walzer fue su director espiritual.

Se considera «una superlitúrgica» por su sensibilidad ante el misterio y por el buen hacer y celebrar la liturgia. Y aporta con su libro «La oración de la Iglesia», un texto clásico sobre la Eucaristía, sus raíces judías y su dimensión espiritual.

–¿Por qué no se conoce la aportación litúrgica de Edith Stein, ella que estuvo en la vanguardia con Guardini y con otros grandes maestros de la liturgia de su tiempo?

Edith es una figura polifacética. La admiramos como fenomenóloga y filósofa, como interprete de santo Tomás, de Teresa de Jesús y de Juan de la Cruz. Sus escritos son numerosos.

Este fragmento de su espiritualidad, que es un fragmento que contiene el todo, se ha ido descubriendo poco a poco, sobre todo cuando se ha tratado de contextualizar su itinerario espiritual, las raíces de su educación en la liturgia judía, sus influjos y su participación en la espiritualidad de su época y cuando se trata de descubrir algunos escritos suyos donde se manifiesta sobre todo su vena teológica y espiritual.

Hay todavía textos inéditos y otros que no son muy conocidos, como el diario de su retiro espiritual en preparación a su profesión perpetua (10-21 de abril de 1938), una verdadera joya de espiritualidad del misterio pascual vivido con María.

–Edith, antes de ser una contemplativa fue una mujer de acción. ¿Supo conjugar bien la oración litúrgica con la oración personal?

En ella no hay dicotomías. Todo lo que vive y trata tiene el toque de una fenomenóloga que va hasta el fondo vital de la experiencia.

Y en su libro «La oración de la Iglesia» hace una hermosa apología de la imprescindible dimensión de la oración personal y de su valor eclesial hasta afirmar que toda oración personal es oración eclesial.

Era una contemplativa sumamente activa, antes y después de su ingreso en el Carmelo, como demuestra su actividad y sus escritos.

–¿Es exagerado ver en Edith Stein un modelo de espiritualidad litúrgica femenina?

Es evidente que toda la experiencia de Edith tiene el toque de su mirada de mujer, su corazón y su empatía femenina, con un toque de delicadeza y de profundidad.

A su modo es un modelo de espiritualidad femenina si la entendemos como personificación de lo femenino de la Iglesia esposa, de su actitud mariana, de su recurso a las mujeres santas, de algunas expresiones de fina poesía y sensibilidad como sus invocaciones al Espíritu Santo.

–¿Qué es la espiritualidad eucarística, según Edith Stein?

Algo tan sencillo como vivir como respuesta vital ante la conciencia del don que supone la Eucaristía: ante la presencia responder con la oración ante el Santísimo y la eucaristía diaria; ante el don de la comunión con el agradecimiento a quien nos nutre con su carne y su sangre «como una madre su hijo», ante el sacrificio eucarístico acogiendo el don y haciéndolo vida como ofrenda espiritual


Entrevista a Jesús Castellano (marzo 2004). Zenit

sábado, 23 de enero de 2010

950 Monasterios en España



Existen en España 950 monasterios38 de ellos son de monjes pertenecientes a 13 institutos monacales, con al rededor de un millar de monjes y cerca de un centenar (muy variable) de novicios. La vida monástica femenina es mucho más extensa. 911 monasterios de mujeres (fuente: CEE, 2002), habitados por unas 13.000 monjas, aproximadamente, 350 novicias y 200 aspirantes. La mayor parte son monasterios de clausura papal que se ordenan íntegramente a la contemplación, y sus miembros se ocupan sólo de Dios, en soledad y silencio, en asidua oración. Hay, también, algunos institutos contemplativos que practican una clausura llamada constitucional, por la que suelen alternar la contemplación con alguna actividad apostólica.

viernes, 22 de enero de 2010

Carmelitas Descalzas de Cádiz

El convento de las Carmelitas Descalzas de Cádiz abre sus puertas a las cámaras del Gabinete de Prensa del Obispado de Cádiz con motivo de la Jornada Pro-Orantibus.  

jueves, 21 de enero de 2010

La perseverancia en la vocación monástica

Carta IX de San Ammonas
Sé que están sufriendo penas en el corazón, porque han caído en la tentación[86], pero si la soportan con valor, alcanzarán la alegría. Pues si no soportan ninguna tentación, visible u oculta, no podrán progresar más allá de la medida que han alcanzado.
Todos los santos, en efecto, cuando pidieron un aumento de fe, se encontraron frente a las tentaciones; porque desde el momento en que recibieron una bendición de Dios, una tentación les fue agregada por los enemigos, que querían privarlos de la bendición con que Dios lo había gratificado. Los demonios, al ver que el alma bendecida hacía progresos, la combatían, en secreto o bien abiertamente.
Porque cuando Jacob fue bendecido por su padre, inmediatamente le sobrevino la tentación de Esaú (Gn 27,41). El diablo, en efecto, excitó su corazón contra Jacob y deseaba borrar su bendición, pero no pudo prevalecer contra el justo, pues está escrito: El Señor no dejar el cetro del pecador sobre el lote de los justos (Sal 124,3)[87]. Por tanto, Jacob no perdió la bendición que había recibido, sino que ella creció con él de día en día.
Esfuércense también ustedes por vencer la tentación, porque quienes reciben una bendición necesariamente deben soportar las tentaciones. Yo mismo, su padre, he soportado grandes tentaciones, en secreto y abiertamente, pero me sometí a la voluntad de Dios, tuve paciencia, supliqué a Dios y Él me salvó[88].
Ahora entonces, también ustedes, mis amadísimos, ya que han recibido la bendición del Señor, reciban igualmente las tentaciones y sopórtenlas[89] hasta que las hayan superado. Obtendrán así un gran progreso y un crecimiento de todas[90] sus virtudes; y se les dará una gran[91] alegría celestial que todavía no conocen.
El remedio para superar las tentaciones es no caer en la negligencia y orar a Dios, dándole gracias de todo corazón, teniendo una gran paciencia en todo, de esta forma las tentaciones se alejarán de ustedes. Porque Abrahán[92] fue tentado de ese modo y apareció como más agradable[93]. Por tal motivo está escrito: Las pruebas de los justos son numerosas, pero el Señor los librará de todas (Sal 33,20). Santiago dice asimismo: Si alguno de ustedes sufre, que ore (St 5,13). ¡Ven como todos los santos invocan a Dios en las tentaciones!
También está escrito: Dios es fiel, Él no permitirá que ustedes sean tentados por encima de sus fuerzas (1 Co 10,13); Dios, por ende, actúa en ustedes a causa de la rectitud de sus corazones. Si Él no los amara, no les enviaría tentaciones, pues está escrito: El Señor corrige al que ama; golpea al hijo que le es grato (Pr 3,12; Hb 12,6). Son, pues, los justos quienes se benefician con las tentaciones[94], puesto que los que no son tentados tampoco son hijos legítimos[95]; usan el hábito monacal, pero niegan su poder[96].
Antonio, en efecto, nos ha dicho que «nadie puede entrar en el reino de Dios sin haber sido tentado”[97]. Y el bienaventurado Pedro escribe en su carta: En esto ahora se alegrarán, ustedes que han tenido que soportar diversas tentaciones, para que su fe puesta a prueba sea hallada más preciosa que el oro perecedero probado por el fuego (1 P 1,6-7).
Se dice asimismo que los árboles agitados por los vientos echan mejores raíces y crecen más; así sucede con los justos. En esto, pues, y en todo lo demás, obedezcan a sus maestros para progresar.
Ustedes saben que al comienzo el Espíritu Santo les da la alegría en la obra espiritual, porque ve que sus corazones son puros. Y cuando el Espíritu les ha dado la alegría y la dulzura, entonces se va y los abandona: es su signo. Hace esto con toda alma que busca a Dios, al comienzo. Se va y abandona a todo hombre, para saber si lo buscarán o no.
Algunos, cuando Él se va y los abandona, quedan inmóviles[98], permanecen en el abatimiento[99] y no oran a Dios para que les quite ese peso, y les envíe la alegría y la dulzura que habían conocido. Por su negligencia y su voluntad propia, se hacen extraños a la dulzura[100] de Dios. Por eso llegan a ser carnales; usan el hábito, pero reniegan de su poder (2 Tm 3,5). Estos tales son ciegos en su vida[101] y no conocen la obra de Dios.
Si ellos perciben un peso desacostumbrado y contrario a la alegría precedente, que oren a Dios con lágrimas y ayunos; entonces Dios, en su bondad, si ve que sus corazones son rectos, que le rezan de todo corazón y que reniegan de sus voluntades propias, les da una alegría más grande que la anterior y los fortifica aún más. Tal es el signo que realiza con toda alma que busca a Dios.
Después de haber escrito esta carta, me acordé de una palabra que me impulsó a escribirles sobre las tentaciones que se le presentan al alma del hombre, y que hacen descender de los cielos a los abismos del Hades[102]. He aquí porque el profeta clama y dice: Tú has sacado mi alma de las profundidades del Hades (Sal 85,13).
Cuando el alma sube del Hades, por el tiempo que ella acompaña al Espíritu de Dios, las tentaciones le vienen de todas partes. Pero cuando ha superado las tentaciones, llega a ser clarividente y recibe una nueva belleza. Así, cuando el profeta[103] debía ser llevado (al cielo), llegando al primer cielo[104], se asombró de su resplandor; al arribar al segundo, se admiró al punto de decir: «Pensé que la luz del primer cielo es obscuridad”[105], y así para cada cielo de los cielos[106]. El alma de los justos perfectos avanza y progresa hasta subir al cielo de los cielos[107]. Si llega allí, ha superado todas las tentaciones y ahora hay un hombre[108] sobre la tierra que ha llegado a ese grado.
Yo les escribo, mis amadísimos, para que se fortalezcan y aprendan que las tentaciones no causan daño a los fieles sino aprovechamiento y que, sin la venida de las tentaciones al alma, ella no puede subir a la morada de su Creador[109].
Notas
[85] Ha llegado hasta nosotros en sirio (con el nro. 9-10a), en georgiano (con el nro. 8-9) y en griego (con el nro. 4).
[86] Sirio: «En una gran tentación”.
[87] Sirio: «El cetro del pecador no permanecer en la porción del justo” (Sal 124,3).
[88] Sirio: «Esperé, recé, me mostré fuerte y mi Señor me libró”. Georgiano: «Soporté la voluntad de Dios en la esperanza y la oración, y Él me salvó”.
[89] «Sopórtenlas”, falta en el sirio.
[90] «Todas”, falta en la versión siríaca.
[91] «Gran” también falta en el sirio.
[92] El griego añade: «Y Jacob y Job y muchos otros fueron tentados…”.
[93] Sirio: «Y el atleta apareció como vencedor”.
[94] Griego: «Es, pues, a los justos que les sobreviene una apariencia de tentaciones”.
[95] El sirio lee: «No son elegidos (o: autenticados)”; y el georgiano: «No son firmes en la fe”.
[96] Dynamin («virtutem”). Cf. 2 Tm 3,5. Esta misma cita es utilizada por san Antonio en sus Cartas III,3; V,4; VI,3 (Lettres, p. 33, nota 1).
[97] Apotegma Antonio 5; PG 65,77.
[98] Literal: «pesados”.
[99] El sirio y el griego añaden: «Sin movimiento”.
[100] Georgiano: «Al amor”.
[101] Sirio: «Son ciegos en sus ojos”.
[102] El sirio dice: «De la tentación del alma del hombre que ha progresado, y que desciende del grado de la perfección espiritual…”.
[103] El georgiano y el griego agregan: «Elías”.
[104] Sirio: «Primer grado” (u: orden).
[105] Cita de la obra apócrifa llamada Ascensión de Isaías, VIII,21. El sirio añade: «En comparación con este” (=el segundo cielo).
[106] El sirio lee: «Hasta el grado supremo de la perfección”.
[107] El sirio lee nuevamente: «Hasta el grado supremo de la perfección”. Lo que sigue, hasta el final de la frase, falta en el texto griego.
[108] «Hombres”, trae el sirio.
[109] Sirio: «A la mansión de la vida”.
http://textosmonasticos.wordpress.com/2009/12/31/perseverancia-monastica/

lunes, 18 de enero de 2010

Los cinco minutos de San Benito

Un nuevo título de la conocida colección en pequeño formato de los cinco minutos. Textos para cada día del año que nos recuerdan hechos de su vida, de la Regla... Palabras que iluminan desde su vida la nuestra. Sin duda, un buen compañero espiritual para acompañarnos a lo largo del año que nos introducirá en la sabiduría monástica aplicada a la vida ordinaria.


Autores: Ghiotto, Eduardo
PVP: 10.58 €
ISBN: 9789505126699
Fecha de publicación: 09/09
Editorial: Publicaciones Claretianas
Colección: Espiritualidad
Datos del libro: 367 pags; Rústica con solapas; 11 x 17 cm.
Idioma: Español

jueves, 14 de enero de 2010

El hábito religioso y el traje eclesiástico (y III)

Nuestro Señor Jesucristo, por tanto, es el único que une absolutamente santidad y sacralidad: es santo por su divinidad y perfectamente sagrado por su encarnación. Más aún, Él es la fuente de toda sacralidad cristiana.

En mi primer artículo cité dos documentos de la Iglesia, especialmente iluminadores del tema que nos ocupa: la exhortación apostólica de Pablo VI Evangelica testificatio (=EvgTest) y el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, aprobado por Juan Pablo II (=Direct.). Vuelvo sobre ellos en las consideraciones que siguen. Pero antes convendrá recordar algunas categorías teológicas importantes.


Santo y sagrado.– En la Biblia y en la tradición teológica de la Iglesia, «Dios» es el Santo. Y son sagradas aquellas «criaturas» que en modo manifiesto han sido especialmente elegidas por el Santo para santificar a los hombres. Ese modo, según digo, es manifiesto para los creyentes, ciertamente, pero en alguna medida, también para los paganos.
Nuestro Señor Jesucristo, por tanto, es el único que une absolutamente santidad y sacralidad: es santo por su divinidad y perfectamente sagrado por su encarnación. Más aún, Él es la fuente de toda sacralidad cristiana.
En efecto, sagrado es el cuerpo místico de Cristo, la Iglesia («sacramento universal de salvación», Vat.II: Lumen gentium 48; Ad gentes 1). Sagrado es el pan eucarístico. Los cristianos (su mismo nombre lo expresa), ya por el bautismo, son sagrados, ungidos, consagrados por Dios en Cristo. Y así tantas otras sacralidades cristianas: sagradas Escrituras, sacramentos, sagrados Concilios, vírgenes consagradas, templos, lugares sagrados, etc.
Ciertamente, la especial sacralidad está exigiendo especial santidad, por ejemplo, en los sacerdotes. Pero no la implica de modo necesario: un ministro sagrado no deja de serlo si es un gran pecador. Eso sí, la Iglesia podrá suspenderle en el ejercicio de sus funciones sagradas.
El Vaticano II y lo sagrado.– Dentro de la Iglesia, donde todo es sagrado (sacramento unive
rsal), se distinguen diversos grados de sacralidad, y se reserva habitualmente el término sagrado a aquellas criaturas más directamente dedicadas por Dios a la santificación. Habiendo en los religiosos, por ejemplo, una sacralidad especialmente intensa, la Iglesia habla de vida consagrada para designar la vida religiosa, cuando en realidad, obviamente, toda vida cristiana es sagrada y consagrada. Por tanto, el uso tradicional que la Iglesia hace de la terminología de lo sagrado tiene un fundamento real. En este caso, la especial consagración de los religiosos.
El Concilio Vaticano II, que emplea con frecuencia el lenguaje de lo sagrado, puede servirnos de modelo. Fijándonos solo, por ejemplo, en la constitución Lumen gentium, comprobamos que el Concilio habla de la sagrada Escritura (14, 15, 24, 55), de la sagrada liturgia (50), del sagrado Concilio (1, 18, 20, 54, 67). Califica de sagrado el culto (50), el bautismo (42), la unción (7), la eucaristía (11), la comunión (11), la asamblea eucarística (15, 33), la comunidad cristiana sacerdotal (11), los religiosos y sus votos (44). Para el Concilio es especialmente sagrado todo lo referente al sacerdocio: el orden sacramental (11, 20, 26, 28, 31), el carácter (21), los Obispos, los pastores sagrados (30, 37), el ministerio (13, 21, 26, 31, 32), los ministros (32, 35), la potestad pastoral de regir (10, 18, 27, 28, 35, 37).

Lo sagrado tiende de suyo a ser visible.– Lo sagrado participa de la economía sacramental de la gracia cristiana. Y el sacramento es signo visible de la gracia invisible que santifica a los hombres. Esta visibilidad sensible pertenece, pues, a la naturaleza misma de lo sagrado, y por eso la Iglesia acentúa tanto este aspecto en su doctrina y en su disciplina (cf. Vaticano II, Sacrosanctum Concilium 7c, 33b, 59).
Así pues, lo sagrado existe en la Iglesia porque quiso Dios, el Santo, comunicarse a los hombres en modos manifiestos y sensibles, es decir, empleando la mediación de criaturas (sagradas Escrituras, sacramentos, sagrada liturgia, Obispos, pastores sagrados, sagrados Concilios, etc.). Podría Dios haber organizado la economía de la gracia y de la salvación de otro modo. Pero quiso santificar a los hombres empleando ese conjunto de mediaciones visibles que forman «el sacramento admirable de la Iglesia entera» (Sacr. Conc. 5b).

Secularización y secularismo.– Cuando los Padres del Concilio Vaticano II empleaban con tanta frecuencia y naturalidad el vocabulario de lo sagrado, usaban simplemente el lenguaje católico de la Iglesia, y no imaginaban probablemente que el huracán secularizante de los años postconciliares iba incluso a arrasar y proscribir toda la terminología de lo sagrado, como si esta categoría teológica, bíblica y tradicional, fuera completamente ajena al cristianismo, y como si toda sacralidad cristiana implicara una judaización, o más aún, una paganización del cristianismo. Los teólogos secularizantes y des-sacralizantes conceden a lo más –y no todos– una existencia cristiana de lo sagrado, pero siempre que sea exclusivamente interior, puramente invisible. Falsifican, pues, totalmente la teología natural y cristiana de lo sagrado.
Sus tesis, sin duda, contrarían tanto la religiosidad natural de los pueblos, como la religiosidad sobrenatural cristiana instituida por nuestro Señor Jesucristo y sus Apóstoles. Sin embargo, esta falsa teología ha conseguido secularizar en no pocas partes de la Iglesia las misiones, la beneficencia, la misma liturgia, los templos, la moral, los colegios y Universidades, etc. Y por supuesto, ha procurado con especial interés y eficacia secularizar completamente la imagen del sacerdote y del religioso.

Especial sacralidad del sacerdote y del religioso.
– Todos los cristianos, ya lo hemos dicho, son sagrados, es decir, consagrados por el bautismo, y forman un pueblo sagrado, un Templo de piedras vivas, que es en medio de las naciones sacramento universal de salvación. Y dentro de ese pueblo, ha querido Dios intensificar de un modo especial la condición sagrada –es decir, la especial potencia y dedicación para la santificación– tanto de los sacerdotes, como de los religiosos, aunque en modos diversos. En efecto, como enseña el Vaticano II, los sacerdotes ministros han sido «consagrados de un modo nuevo» por el sacramento del Orden («novo modo consecrati», Presbyterorum ordinis 12a). Y también los religiosos, por la profesión de sus sagrados votos, han recibido de Dios una nueva consagración («novo et peculiari titulo... intimius consecratur», Lumen gentium 44a).

El hábito religioso y el traje eclesiástico.
– Pues bien, la Iglesia, al establecer sus normas sobre el vestir de religiosos y sacerdotes, considerándolos como personas especialmente consagradas a Dios, se fundamenta muy principalmente –casi exclusivamente– en la gran conveniencia de significar sensiblemente su condición sagrada invisible. Por esa razón teológica, verdadera, profunda, importante, la Iglesia, fiel a la tradición de ya muchos siglos, quiere y manda con autoridad apostólica que por la misma vestimenta «se vea», se haga visible de modo patente, la condición especialmente sagrada de sacerdotes y de religiosos. La Iglesia quiere que el signo sagrado en sacerdotes y religiosos signifique visiblemente y cause lo que significa. Y esto lo quiere y ordena con tanto mayor empeño cuanto que advierte con todo realismo que estamos «en una sociedad secularizada, donde tienden a desaparecer los signos externos de la realidades sagradas y sobrenaturales» (Direct. 66). Comprobemos esta voluntad de la Iglesia en los dos documentos ya aludidos.

Religiosos.
– La Iglesia afirma «la conveniencia de que el hábito de los religiosos y religiosas siga siendo, como quiere el Concilio, signo de su consagración (Perfectae caritatis 17), y se distinga de alguna manera de las formas abiertamente seglares» (EvangTest 22). Lo mismo dice el Código: sea «signo de su consagración» (c. 669). Ahora bien, el signo, para poder significar, ha de ser visible. Si es invisible, si apenas se distingue, se hace in-significante, y no causa los efectos que debería producir.

Sacerdotes.
– De modo semejante, la Iglesia «siente particularmente la necesidad de que el presbítero, hombre de Dios, dispensador de Sus misterios, sea reconocible a los ojos de la comunidad, también por el vestido que lleva, como signo inequívoco de su dedicación y de la identidad del que desempeña un ministerio público. El presbítero debe ser reconocible sobre todo por su comportamiento, pero también por un modo de vestir, que ponga de manifiesto de modo inmediatamente perceptible por todo fiel –más aún, por todo hombre– su identidad y su pertenencia a Dios y a la Iglesia». Para ello, su modo de vestir «debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos y conforme a la dignidad y sacralidad de su ministerio» (Direct. 66).

Aversión al hábito y al clerman.– Por el contrario, aborrecen lógicamente la identificación visible de sacerdotes y religiosos todos aquellos que rechazan la enseñanza de la Iglesia Católica sobre la teología y la disciplina de lo sagrado; quienes estiman que el sagrado cristiano no debe tener –debe no tener– visibilidad sensible; quienes no aceptan que entre el «sacerdocio ministerial» y el «sacerdocio común de los fieles» haya una diferencia esencial, y no solo de grado (Lumen gentium 10); quienes niegan que, sobre la consagración bautismal de todo cristiano, haya en sacerdotes y religiosos una nueva consagración. Todos ellos –que normalmente son los mismos– aborrecen visceralmente el hábito o el clerman. Se oponen a ello por principio, por principio doctrinal, teológico; falso, por supuesto. Incluso no raras veces marginan y descalifican a quienes se atienen en el vestir a las normas de la Iglesia, y aún llegan en ocasiones a palabras y actitudes agresivas. Ellos, en cambio –merece la pena señalarlo–, no suelen recibir ataque alguno, ni dentro ni fuera de la Iglesia, a causa de la secularización completa o casi total de su apariencia.
Pero recordemos ya otra verdad muy importante, hoy excesivamente silenciada.

La obediencia a las normas disciplinares de la Iglesia.– La disciplina canónica de la Iglesia se ha formado a lo largo de los siglos fundamentándose sobre todo en los cánones de los Concilios. Estos cánones, que la Iglesia reúne en el Derecho Canónico, establecen con autoridad apostólica normas disciplinares eclesiales, que han de ser obedecidas y cumplidas. No son meras orientaciones sujetas a libre opinión, discutibles y devaluables en público por cualquiera. En el primer Concilio de Jerusalén, dicen los Apóstoles: «nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros» (Hch 15,28). Y veinte siglos después estamos en las mismas: las normas disciplinares de la Iglesia expresan ciertamente la benéfica autoridad del Señor y de la autoridad apostólica sobre el pueblo cristiano. En consecuencia, deben ser obedecidas en conciencia.
Algunos dirán que tratándose de leyes positivas de la Iglesia pueden ser objeto de críticas y de discusiones públicas. Pero esto, al menos en las cuestiones más graves, no es verdad. Hay en la Iglesia leyes positivas de gran importancia, como las que se refieren al celibato eclesiástico, la comunión ordinaria bajo solo una especie, la comunión frecuente, la confesión al menos anual de los pecados graves, etc., y también las referentes al vestir de sacerdotes y religiosos, que más que discusión, piden obediencia.
Todas esas leyes, y otras semejantes, son, efectivamente, leyes positivas, y por tanto de suyo podrían ser cambiadas. Pero no sin grave escándalo y daño para los fieles –laicos, sacerdotes, religiosos– pueden ser discutidas en público, criticadas y desprestigiadas, sobre todo cuando se trata de cuestiones en las que la Iglesia se ha pronunciado con gran fuerza y reiteración. En el tema del vestir que nos ocupa, la Iglesia establece sus normas con tanta firmeza que dispone que «las praxis contrarias no se pueden considerar legítimas costumbres y deben ser removidas por la autoridad competente» (Direct. 66).
Tengámoslo claro: una de las maneras principales de «hacerse como niño» para poder entrar en el Reino es aceptar y obedecer las enseñanzas y mandatos de la Iglesia, Esposa de Cristo, nuestra Madre y Maestra –la Mater et Magistra, del Beato Juan XXIII–. Aquel que prefiere su propio juicio y discernimiento al de la Iglesia, al menos en algunas cuestiones, no sabe hacerse como niño, no sabe asumir una actitud discipular. Y las consecuencias son previsibles.

Otras consideraciones.– En favor del vestir propio de religiosos y sacerdotes hay muchas otras razones. Argumentos apostólicos: el hábito y el clerman son con mucha mayor frecuencia una ayuda que una dificultad para establecer una relación religiosa con los hombres. Psicológicos: ayudan al sacerdote y al religioso a mantener actualizada la conciencia de la propia identidad personal y ministerial. Ascéticos: implican un cierto sacrificio, evitan tentaciones, eliminan vanidades seculares, dificultan asistir a lugares o espectáculos inconvenientes. Testimoniales: el hábito y el clerman están «confesando a Cristo» ante el mundo secular, y vienen a ser entre los hombres como una iglesia, digna y bien visible, que se alza entre las casas de un pueblo o una ciudad. Estéticos: libran a religiosos, religiosas y sacerdotes de apariencias vestimentarias que, por razones obvias, resultan no pocas veces lamentables.
Pero además de éstas y de tantas otras razones prácticas y teológicas, ya suficientemente expuestas, el vestir propio de religiosos y sacerdotes se fundamenta sobre todo en la gran conveniencia de significar la consagración de las personas y en la obligación de obedecer a la Iglesia.

«Quien pueda oir, que oiga».

José María Iraburu, sacerdote.
http://infocatolica.com/?t=opinion&cod=1258

domingo, 10 de enero de 2010

La Señora de Todos los Pueblos

El 25 de Marzo de 1945 la Santísima Virgen se apareció en Amsterdam a Ida Peerdeman transmitiéndole el primero de una serie de 56 mensajes a lo largo de 15 años.
En estos mensajes María pide explicitamente al Papa y a la Iglesia la proclamación de un nuevo dogma: el de María Corredentora, Medianera y Abogada, como colofón de la doctrina mariana.
Cuando este dogma sea proclamado Ella promete dar la paz, la verdadera paz al mundo.
El 11 de Febrero de 1951, aniversario de las apariciones de Lourdes, la Señora dicta una sencilla oración. Pide que se difunda, que todos la recen cada día y afirma que mediante ella la Señora salvará al mundo.
La imagen es la representación y la preparación de este dogma.
El 31 de mayo de 1996, el obispo de Haarlem - Amsterdam, Mons. Bomers, y su auxiliar, Mons. Punt, autorizaron en una declaración oficial la veneración pública de la Virgen María con el título de "Señora de todos los pueblos"

Oración

Señor Jesucristo, Hijo del Padre,
manda ahora Tu Luz, sobre la tierra.
Haz que el Espíritu Santo
Habite en el corazón de todos los pueblos,
para que sean preservados de la corrupción,
de las calamidades y de las guerras.
Y la Señora y Madre de Dios, y de todos
los Pueblos, que Fue, Es y Será siempre María
Madre de Dios, y de toda la humanidad,
sea Nuestra Abogada e Intercesora.
Como fue y Es Madre Corredentora
con Cristo Jesús, su Divino Hijo
al pie de la Cruz. Amén

viernes, 8 de enero de 2010

El hábito religioso y el traje eclesiástico (II)

Los religiosos y religiosas, y de modo semejante los sacerdotes, con sus hábitos o su clerman, ofrecen una presencia visual perfectamente adaptada a un medio pobre o a uno rico. Apenas tienen que pensar cada día en qué ponerse. A lo más podrán tener «un» hábito más nuevo o un traje algo más elegante para algunos acontecimientos señalados. Y basta.

En mi primer artículo sobre el hábito religioso y el vestir de los sacerdotes me limité a recordar la doctrina y la normativa de la Iglesia, citando un par de documentos importantes. Añado ahora algunas consideraciones.
Importancia del tema.– Ortega y Gasset decía que «las modas en los asuntos de menor calibre aparente –trajes, usos sociales, etc.– tienen siempre un sentido mucho más hondo y serio del que ligeramente se les atribuye, y, en consecuencia, tacharlas de superficialidad, como es sólito, equivale a confesar la propia y nada más» (Historia del amor).
Creo que sería un error considerar el vestir de religiosos y sacerdotes como una cuestioncilla meramente accidental: «cuestión de trapos». Si tan poca importancia tiene, si en el fondo viene a «dar lo mismo» vestir de un modo u otro, ¿por qué tantos sacerdotes y religiosos, a veces tan buenas personas, no se deciden a obedecer lo que la Iglesia ha mandado reiteradas veces en este tema? No. Ya se ve que el asunto tiene mucha importancia, tanto para la vida personal de religiosos y sacerdotes, como para su presencia y ministerio entre los hombres.
La Iglesia, al mandar con tan
determinada determinación el uso del hábito y del clerman (clergyman) se fundamenta no solo en una tradición que tiene ya muchos siglos, sino en sólidas razones teológicas y prácticas. Comienzo por fijarme en las razones prácticas, considerando solo tres: la pobreza, la identificación social y el voto de los jóvenes. En un tercer artículo recordaré los motivos teológicos, sin duda los más importantes.
Pobreza.– Cuando la Iglesia trata del vestir de sacerdotes y religiosos, suele aludir al «testimonio de pobreza» (p.ej., canon 669), y lo hace con toda razón. En comparación con el hábito o el clerman, vestir como seglar implica mucho
–más gasto de dinero. Una religiosa, por ejemplo, con dos o tres hábitos, muchas veces de confección casera, tiene resuelta de una vez la cuestión vestimentaria para, supongamos, diez años. Vestir de seglar, por el contrario, exige un número de prendas relativamente alto, pues no se pueden llevar siempre las mismas. Además, cada una de ellas tiene una expresividad social distinta, adecuada o no a tales o cuáles circunstancias.
–más gasto de tiempo. Tiempo para confeccionar la prenda. O tiempo para adquirirla: es sabido cuántas horas se lleva el ir a buscar en los comercios una cierta prenda, de tal forma, color y calidad, que a veces se resiste denodadamente a ser encontrada. Habrá que buscar en tal otra tienda. «Es que ya hemos mirado en cinco». «Pues lo dejamos para otro día».
–y gasto de atención: «¿qué me pongo hoy?». Los vestidos diversos tienen inevitablemente un lenguaje no-verbal de gran elocuencia. Eligiendo éste o el otro modo de vestir para tal ocasión, no convendrá llamar la atención por algo, pero tampoco presentarse como un adefesio. Conseguir este objetivo no siempre es tan sencillo, porque los lugares, ocasiones y circunstancias cambian mucho. Y todavía cambia más la moda, cuya íntima ley es precisamente el cambio permanente. Pero un cierto respeto por la moda, aunque sea muy relativo, viene a ser obligado en quien vista de seglar.
Estas no pequeñas inversiones de dinero, tiempo y atención se ven casi totalmente eliminadas cuando religiosos, religiosas y sacerdotes usamos el hábito o el clerman.
Por otra parte, no parece realista oponerse al hábito religioso o eclesiástico alegando que resulta más caro que el vestir secular. Si, por ejemplo, a unas religiosas Misioneras de la Caridad, de la M. Teresa de Calcuta, les objetáramos que con sus hábitos desentonan de los medios tan pobres y miserables en los que habitualmente se mueven, probablemente reaccionarían sonriendo, pero se abstendrían de argumentar nada. Y es que son muy buenas.
Los religiosos y religiosas, y de modo semejante los sacerdotes, con sus hábitos o su clerman, ofrecen una presencia visual perfectamente adaptada a un medio pobre o a uno rico. Apenas tienen que pensar cada día en qué ponerse. A lo más podrán tener «un» hábito más nuevo o un traje algo más elegante para algunos acontecimientos señalados. Y basta.
Ciertamente, no todo «hábito» ha de ser una túnica que vaya del cuello a los talones (usque ad talos; de ahí lo de «hábito talar»). Hay hábitos, por supuesto, más cortos. Y en los hombres, religiosos o clérigos, siempre será posible el clerman. Pero pensando en el hábito más tradicional, el hábito talar, será también difícil argumentar que va contra la pobreza o que es insoportablemente incómodo, si tenemos en cuenta que lo usan normalmente, y no por mortificación, cientos y quizá miles de millones de seres humanos, sobre todo en Asia y África. Quizá una cuarta parte de la humanidad, y precisamente la parte más pobre, la más dedicada a trabajos físicos y la que habita en los países más calurosos. Tampoco hay razón para pensar que tantos millones de personas –en su mayoría, como digo, de países pobres–, vayan «sobre-vestidos», como a veces se alega objetando el hábito religioso. Las prendas que vistan interiormente serán, por supuesto, muy elementales.
Identificación social.– El vestir religioso o sacerdotal identifica de modo claro y permanente a la persona especialmente consagrada al servicio de Dios y de los hombres. Esto es evidente. Pero lo que importa afirmar es que esa identificación es sin duda positiva y valiosa. No solo la experiencia de la Iglesia así lo afirma, sino también los estudios modernos de psicología social. La bata blanca, por ejemplo, no dificulta la relación del médico con sus pacientes, sino que la facilita. Analizaré más este punto al tratar de la teología del signo. Pasemos, pues, ya a una tercera razón práctica.
El voto de la juventud.– A comienzos del siglo XXI, sabemos con certeza que los Institutos religiosos y los Seminarios que mantienen el hábito y el clerman tienen muchísimas más vocaciones que aquellos otros que los han eliminado, secularizando deliberadamente su imagen en el vestir. Si nos asomamos a los ámbitos de Iglesia que tienen más vocaciones, comprobamos que, siendo a veces entre sí muy diferentes, todos coinciden en que de un modo u otro identifican de modo evidente por el vestir a sus miembros religiosos o sacerdotes. Esto podrá alegrar a unos y entristecer a otros; pero lo que es evidente es que es así.
También viene a ser, simétricamente, una regla general significativa que entre los institutos religiosos que caminan aceleradamente hacia su extinción o los Seminarios diocesanos que no tienen vocaciones, suele ser norma común la secularización completa del vestir. El dato, sin duda, es elocuente. Aunque también haya, es cierto, religiosos y Seminarios que conservan el hábito o el clerman y que no tienen vocaciones. Pero no es frecuente, al menos, no es una norma.
Dicho lo mismo en otras palabras: el voto de los jóvenes que aspiran a la vida sacerdotal o religiosa, masculina o femenina, actualmente se vuelca indudablemente en favor de los Seminarios y de los Institutos religiosos que mantienen la identificación social en el vestir. En las Iglesias diocesanas, por ejemplo, cada vez es más frecuente comprobar que son los sacerdotes jóvenes los más adictos al clerman.
También conviene señalar, en ese mismo sentido, que los Obispos, sobre todo los más jóvenes, van nombrando cada vez más para las funciones principales de la diócesis –Curia, Seminario, Delegaciones, etc.– a sacerdotes que no solamente en lo fundamental, doctrina y vida, sino también en su vestimenta, se ajustan a la enseñanza y a la disciplina de la Iglesia.
El voto del Espíritu Santo.– Acabo de aludir, entre las razones prácticas, al voto de los jóvenes de hoy. Y es un argumento que no debe ser ignorado. Pero ese mismo dato ha de ser considerado en una significación infinitamente más profunda. Siendo el Espíritu Santo el único que puede suscitar vocaciones, y mantenerlas en la fidelidad perseverante, puede conocerse por datos ciertos que Él prefiere suscitar vocaciones religiosas y sacerdotales allí donde se guarda la disciplina de la Iglesia en lo relativo al vestir de sacerdotes y religiosos.
En un tercer artículo, con el favor de Dios, he de tratar de las razones más profundas del hábito en el sacerdote y el religioso.
José María Iraburu, sacerdote
08/09/08
http://infocatolica.com/?t=opinion&cod=1226

jueves, 7 de enero de 2010

Vida Consagrada Femenina

L’OSSERVATORE ROMANO, 15 de marzo de 1995

1. La vida consagrada femenina ocupa un lugar muy importante en la Iglesia. Basta pensar en la profunda influencia de la vida contemplativa y de la oración de las religiosas, en el trabajo que realizan en el campo escolar y hospitalario, en la colaboración que prestan a la vida de las parroquias en numerosos lugares, en los importantes servicios que aseguran a nivel diocesano o inter diocesano, y en las tareas cualificadas que desempeñan cada vez más en el ámbito de la Santa Sede.
Recordemos, además, que en algunas naciones el anuncio evangélico, la actividad catequística y la misma administración del bautismo se confían en buena parte a las religiosas, que tienen un contacto directo con la gente en las escuelas y con las familias. No hay que olvidar tampoco a las otras mujeres que, según diversas formas de consagración individual y de comunión eclesial, viven en la oblación a Cristo y al servicio de su reino en la Iglesia, como sucede hoy con el orden de las vírgenes, en el que se entra mediante la consagración especial a Dios en manos del obispo diocesano (cf. Código de derecho canónico, c. 604).
2. Bendita sea esta variada multitud de siervas del Señor que prolongan y renuevan, a lo largo de los siglos, la hermosísima experiencia de las mujeres que seguían Cristo y lo servían junto con sus discípulos (cf. Lc 8, 1-3). Ellas, al igual que los Apóstoles, habían experimentado la fuerza conquistadora de la palabra y de la caridad del Maestro divino, y se habían puesto a ayudarlo y a servir como podían durante sus itinerarios de misión. El evangelio nos revela el agrado de Jesús, que no podía menos de apreciar esas manifestaciones de generosidad y delicadeza, características de la psicología femenina, pero inspiradas en la fe en su persona, que no tenía una explicación simplemente humana. Es significativo el ejemplo de María Magdalena, discípula fiel y ministra de Cristo durante su vida, y después testigo y -casi se puede decir- primera mensajera de su resurrección (cf. Jn 20, 17-18).
3. No se puede excluir que en ese movimiento de adhesión sincera y fiel se reflejara, de forma sublimada, el sentimíento de entrega total que lleva a la mujer al matrimonio y, más aún, en el nivel del amor sobrenatural, a la consagración virginal a Cristo, como he escrito en la Mulieris dignitatem (cf. n. 20).
En ese seguimiento de Cristo, traducido en servicio, podemos descubrir también el otro sentimiento femenino de la oblación de sí, que la Virgen María expresó tan bien al término de su coloquio con el ángel: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Es una expresión de fe y de amor, que se concreta en la obediencia a la llamada divina, al servicio de Dios y de los hermanos. Así sucedió con María, con las mujeres que seguían a Jesús y con todas las que, imitándolas, lo seguirían a lo largo de los siglos.
La mística esponsal aparece hoy más débil en las jóvenes aspirantes a la vida religiosa porque ni la mentalidad común ni la escuela ni las lecturas favorecen ese sentimiento. Además, son conocidas algunas figuras de santas que han encontrado y seguido otros hilos conductores en su relación de consagración a Dios: como el servicio a la venida de su reino, la entrega de sí a él para servirlo en sus hermanos pobres, el sentido vivo de su soberanía («Señor mío y Dios mío», cf. Jn 20, 28), la identificación en la oblación eucarística, la filiación en la Iglesia, la vocación a las obras de misericordia, el deseo de ser las más pequenas o las últimas en la comunidad cristiana, o ser el corazón de la Iglesia, o en supropio espíritu ofrecer un pequeño templo a la santísima Trinidad. Estos son algunos de los letit-motiv de vidas conquistadas --como la de san Pablo y, sobre todo, la de María-- por Cristo Jesús (cf. Flp 3, 12).
Además, se puede destacar con provecho para todas las religiosas el valor de la participación en la condición de «Siervo del Señor» (cf. Is 41, 9; 42, 1; 49, 3; FIp 2, 7, etc.), propia de Cristo sacerdote y hostia. El servicio que Jesús vino a realizar, entregando su vida «como rescate por muchos» (Mt 20, 28), es un ejemplo que hay que imitar y una participación redentora que hay que actuar en el «servicio» fraterno (cf. Mt 20, 25-27). Esto no excluye, sino que, por el contrario, implica una realización especial del carácter esponsal de la Iglesia en la unión con Cristo y en la aplicación continua al mundo de los frutos de la redención llevada a cabo con el sacerdocio de la cruz.
4. Según el Concilio, el misterio de la unión esponsal de la Iglesia con Cristo se representa en toda vida consagrada (cf. Lumen gentiurn, 44), sobre todo mediante la profesión del consejo evangélico de la castidad (cf. Perfectae caritaris, 12). Sin embargo, es comprensible que esa representación se haya visto realizada especialmente en la mujer consagrada, a la que se atribuye a menudo, incluso en textos litúrgicos, el título de sponsa Christi. Es verdad que Tertuliano aplicaba la imagen de las bodas con Dios indistintamente a hombres y mujeres cuando escribía: «Cuántos hombres y mujeres, en los órdenes de la Iglesia, apelando a la continencia, han preferido casarse con Dios ... » (De exhort. cast., 13. PL 2, 930 A; CC 2, 1.035, 35-39), pero no se puede negar que el alma femenina es particularmente capaz de vivir el matrimonio rnístico con Cristo y, por tanto, de reproducir en sí el rostro y el corazón de la Iglesia. Por eso, en el rito de la profesión de las religiosas, y de las vírgenes seglares consagradas, el canto o la recitación de la antífona: Ven¡, sponsa Christi... llena su de intensa emoción, envolviendo a las interesadas y a toda la asamblea en un ámbito místico.
5. En la lógica de la unión con Cristo, ya sea como sacerdote ya como esposo, se desarrolla en la mujer también el sentido de la maternidad espiritual. La virginidad --o castidad evangélica-- implica una renuncia a la maternidad fisica, pero para traducirse, según el designio divino, en una maternidad de orden superior, sobre la que brilla la luz de la maternidad de la Virgen María. Toda virginidad consagrada está destinada a recibir del Señor un don que, en cierta medida, reproduce las características de la universalidad y de la fecundidad espiritual de la matemídad de María.
Esto se aprecia en la obra que han llevado a cabo numerosas mujeres consagradas para educar a la juventud en la fe. Es sabido que muchas congregaciones femeninas han sido fundadas y han creado numerosas escuelas, con el fin de impartir esa educación, para la cual, especialmente cuando se trata de niños, las cualidades de la mujer son valiosas e insustituibles. Eso se aprecia, además, en las numerosas obras de caridad y asistencia en favor de los pobres, los enfermos, los minusválidos, los abandonados, especialmente los niños y las niñas a quienes, en otros tiempos, se llamaba desamparados: en todos esos casos se han visto comprometidos los tesoros de entrega y compasión del corazón femenino. Y, por último, se aprecia en las varias formas de cooperación con los servicios de las parroquias y de las obras católicas, donde se han ido revelando cada vez mejor las aptitudes de la mujer para colaborar en el ministerio pastoral.
6. Pero entre todos los valores presentes en la vida consagrada femenina, es preciso otorgar siempre el primer lugar a la oración. Se trata de la principal forma de actuación y de expresión de la intimidad con el Esposo divino. Todas las religiosas están llamadas a ser mujeres de oración, mujeres de piedad, mujeres de vida interior, de vida de oración. Aunque el testimonio de esta vocación es más evidente en los institutos de vida contemplativa, aparece también en los institutos de vida activa, que salvaguardan con atención los tiempos de oración y de contemplación correspondientes a la necesidad y a las exigencias de las almas consagradas, así como a las mismas indicaciones evangélicas. Jesús, que recomendaba la oración a todos sus discípulos, quiso destacar el valor de la vida de oración y de contemplación con el ejemplo de una mujer, María de Betania, a quien alabó por haber elegido «la parte mejor(Lc 10, 42): escuchar la palabra divina, asimilarla y hacer de ella un secreto de vida, ¿No era ésta una luz encendida para toda la aportación futura de la mujer a la vida de oración de la Iglesia?
Por otra parte, en la oración asidua reside también el secreto de la perseverancia en ese compromiso de fidelidad a Cristo, que ha de ser ejemplar para todos en la Iglesia. Este testimonio puro de un amor que no vacila puede ser de gran ayuda para las otras mujeres en las situaciones de crisis que, también desde este punto de vista, afectan a nuestra sociedad. Formulamos votos y oramos para que muchas mujeres consagradas, teniendo en sí el corazón de esposas de Cristo y manifestándolo en la vida, ayuden también a revelar y a hacer comprender mejor a todos la fidelidad de la Iglesia en su uni6n con Cristo, su Esposo: fidelidad en la verdad, en la caridad y en el anhelo de una salvación universal.

Beato Juan Gabriel Perboyre

(Misionero Paúl y mártir en China)

Nació en Puech (Francia) el 6 de enero de 1802, de cristiana familia compuesta por ocho hijos de los cuales seis fueron religiosos. En su infancia se destacó entre sus compañeros por una gran inclinación a la vida de piedad. Ingresa en la Congregación de la Misión -PP. Paules- y suplica y obtiene ser enviado a misionar en China. Allí se dedica intensamente a la evangelización de los chinos, durante una de las crueles persecuciones, que le consigue el tan deseado martirio y tan esclarecido que por él se trocó en verdadera imagen de Cristo crucificado: vendido por treinta monedas, por un cristiano apóstata, entregado a una chusma armada, encomendado a la custodia de un hombre cruel por sobrenombre el tigre, llevado de tribunal en tribunal, abofeteado y azotado y por fin, tras un año de crueles tormentos, condenado a morir en una cruz, en compañia de cinco malhechores, sentencia que se cumplió un viernes hacia las 3 de la tarde, un 11 de septiembre de 1840. En aquel momento una cruz apareció en el cielo, siendo vista por muchos, tanto cristianos como paganos.
El Papa León XIII lo beatificó el 9 de noviembre de 1889, fijando su fiesta para el 11 de septiembre.
Sus reliquias fueron llevadas a la Casa Madre de los Hijos de San Vicente de Paul en París.
La figura del Beato Juan Gabriel no ha perdido actualidad, cuando las puertas de china parecen abrirse incluso para los misioneros del Evangelio. Pidamos para que el Señor, por intercesión del Beato realice el milagro, que le lleve a la gloria de la solemne Canonización.

Novena o Triduo

Oración a la Santisima Trinidad
¡Oh Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espiritu Santo! que de tantas maneras has manifestado Tu Omnipotencia y Misericordia en favor de los hombres: escucha mis ruegos en la necesidad que ahora siento y por los méritos e intercesión del Beato Juan Gabriel P., me concedas la gracia que pido. Amén.
(se hace la petición y se rezan tres Glorias al Padre)
Ruega por nosotros beato Juan Gabriel, para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

Oración
Señor Dios nuestro, que quisiste esclarecer a tu bienaventurado martir Juan Gabriel con los trabajos apostolicos y la participación en la cruz de tu Hijo; haz que siguiendo sus huellas, nos hagamos partícipes de la pasión de Cristo, para que con gozo llevemos a todos la salvación. Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.

(Editado por la Basílica Parroquia de la Milagrosa. Madrid)

Nota: Con este post inicio una serie, donde quiero dar a conocer beatos/as, santos/as y advocaciones Marianas, no muy conocidas, sacados de estampas que han llegado a mi por varios medios, y siempre para gloria de Dios.

miércoles, 6 de enero de 2010

Necesito de Ti.

(este mensaje lo veo precioso y lleno de amor, para inciar el año 2010 con fuerza y confianza)

- Yo, el Señor, tu Dios -
me acerco a ti y te hablo:
no puedo obligarte a nada,
sería desdecirme de la libertad que puse en ti.
Es cierto que me llaman “El Todopoderoso”, y lo soy,
pero sin la ayuda del hombre
me siento todo debilidoso;
mi poder está en el amor: “El Amor todo lo puede”.
Necesito de ti, sin ti, sin tu consentimiento
nada puedo hacer, no puedo transmitir mi amor.
Necesito entrar en ti, en tu corazón
para que llevándome dentro
puedas darme a luz al mundo, través de tu vida.
Sé que lo que te pido no es cualquier cosa,
que la gente puede hablar sobre ciertas cosas que vea en ti,
pero ahora, no es la gente quien me importa,
en estos momentos es a ti a quien me dirijo.
Quizás pienses que hay más personas,
que puedo pedírselo a otra,
sin embargo, nadie puede ocupar tu lugar en mi corazón,
nadie puede sustituirte en el amor que a ti te tengo
y en lo que he soñado para ti.
¿Me permites entrar en tu vida?
¿Puedo anidar en tu interior?
Para encarnarme en la historia fue María la elegida,
ahora es a ti a quien me dirijo:
no te obligo a nada,
el amor no puede imponerse.
Hoy quiero regalarte mi amor
Y si lo aceptas, seré regalo en ti para otros.
¿PUEDO CONTAR CONTIGO?