El monje debe comprender los motivos que lo han traído al monasterio, y de cuando en cuando, a medida que avanza en su vocación, debe volver a examinarlos. Una actitud defensiva no está en conformidad con la vida monástica. No se concibe que un monje intente convencer a todo el mundo de que su vida tiene justificación. Lo que él únicamente espera es que lo consideren como es, que lo tomen por lo que es, porque no pierde el tiempo en procurar convencer a los demás y a sí mismo de que representa algo verdaderamente especial.
El monje está interesado no tanto por sí mismo como por Dios y por aquellos a quienes Dios ama. No busca justificarse a sus propios ojos considerándose en ventaja con respecto a los demás, antes bien se ve a sí mismo y a todos los demás hombres con él a la luz de los hechos decisivos e importantes que nadie puede esquivar... El sentido de la vida que casi siem pre es oscuro y a veces parece indescifrable. La felicidad parece estar más lejos de las personas a medida que el mundo tiene mayor prosperidad, comodidad y confianza en su propia capacidad. El pecado es el cáncer del espíritu que no sólo des truye al individuo y su posibilidad de ser feliz, sino a comunida des enteras y a naciones. Es el causante del conflicto humano, del odio, de la agresión, de la destrucción, subversión, fraude y uso sin escrúpulo del poder. El hecho de que hombres que rehúsan creer en Dios, porque consideran que tal creencia es irracional, se sometan ilógicamente a formas más bajas de fe: creen ciega mente en todo mito mundano, sea el racismo, el comunismo, el nacionalismo o cualquier otro de los muchos mitos que los hombres de hoy día aceptan sin vacilar.
El monje se encara con esta realidad desconcertante y tam bién se enfrenta con el vacío religioso del mundo actual. Es muy consciente de que para muchos hombres, como para Nietzsche, «Dios ha muerto». Sabe que esta «muerte» aparente de Dios es de hecho expresión de un fenómeno moderno perturbador: la aparente incapacidad del hombre para creer; la muerte de la fe sobrenatural. Sabe que la semilla de esta muerte está en él, pues, aunque sea creyente, se da cuenta de que también en él existe la posibilidad de infidelidad y de caída. El sabe mejor que nadie que la fe es un don de Dios y que ninguna virtud puede dar al hombre un pretexto para jactarse delante de Dios...
El monje hace esta entrega sabiendo lo que cuesta, cons ciente de que no le exime de las dudas y luchas del hombre actual; pero cree que posee el secreto de esas luchas y que puede dar a su vida un sentido que no sólo es válido para él mismo, sino para todo el mundo. Este sentido lo descubre mediante la fe, aunque no en argumentos sobre la fe. Por supuesto la fe no se opone a la razón, puede demostrarse que es racional, a pesar de no poder ser «probada» racionalmente. Pero cuando uno cree puede llegar a comprender el sentido profundo de su fe, válido para sí y para los demás. Tanto esta fe como esta posible comprensión de su sentido son dones especiales de Dios.
[1] The Monastic Journey, Sheldon Press, London 1977. El camino monástico, Verbo Divino, Estella, Navarra 1986, Tomás Gallego, trad
1 comentario:
Si vivieran así los monjes, por fin la vida religiosa volvería a ser vida en Dios. Espero que siga publicando textos como estos, que nos ayudan tanto¡¡¡ Encomiendo esta magnífica labor a María.
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