“En un sentido -explicó- es la oración la que nos introduce en la verdad profunda de lo que somos. En ella descubrimos esa primera relación de nuestra condición de criaturas, con su grandeza y sus límites. No somos dioses, ni simples miembros del mundo de la naturaleza; somos seres espirituales únicos, dotados de inteligencia y capacidad de amar”.
El prelado subrayó que “por ello la oración al descubrirnos en esta verdad de seres espirituales y darnos la certeza de un diálogo posible con Dios, nos muestra un mundo nuevo. La oración nos libera de la angustia de la soledad, porque nos abre a un diálogo con Dios en el que se expresa nuestra vocación trascendente. Ella no es un agregado a la vida del hombre, sino un signo de su dimensión espiritual”.
Tras considerar que “es significativo que los discípulos no le pidan grandes cosas a Jesús, sino algo simple: ‘Señor, enséñanos a orar’, que es como decirle danos lo importante, es decir, aquello que nos permita dar sentido a nuestra vida”, señaló que “cuando una madre enseña a rezar a su hijo lo está introduciendo en esa verdad profunda del hombre como ser espiritual. Le está dando lo más importante”.
“La oración no es tanto una cuestión piadosa, cuanto una verdad antropológica en la que el hombre se descubre”, precisó.
El arzobispo indicó que la fe introduce en un diálogo con Dios que “tiene que hacerse camino de caridad con nuestros hermanos”, e insistió en señalar que “el camino de la oración que nos presenta Jesús no se construye con grandes cosas sino con actitudes simples, como es el espíritu de fe y la sencillez de corazón”.
“Lo simple de la pobreza espiritual y la humildad, son las actitudes básicas que permiten ese diálogo fecundo con Dios que nos abren a una Vida Nueva, que es causa de nuestra liberación y santidad”, concluyó.+
Santa Fe, 26 Oct. 10 (AICA)
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