jueves, 2 de febrero de 2012

Silencio para escuchar

Los contemplativos viven su silencio elocuente y su soledad habitada por quien de hecho da razón y sentido a su entrega: la Palabra de Dios y su Presencia adorable. Damos gracias por estos hermanos y hermanas, les alentamos a que no confundan su camino precioso y preciso, y a que tengan la santa libertad de no dejarse confundir por nadie.
La historia de la Humanidad nos muestra cómo el hombre de todos los tiempos, sabedor de su indigencia expresiva ante tantas realidades, ha recurrido indefectiblemente a tantos géneros comunicativos que le permitiese algún nivel de expresividad: la palabra, el gesto, el símbolo, la parábola, la poesía, la alegoría... e incluso el mismo silencio.

Si el homo loquens busca y trata de expresar de tantos modos el misterio que le desborda, llega un momento en el que debe dar paso a otro modo de expresión más propia del homo adorans: el silencio. No es un callar robado de la palabra debida y esperada, sino la cabal incapacidad para decir y para decirse: es desbordamiento en el que el hombre calla de tanto como tiene que expresar. Este tipo de lenguaje no verbal, silencioso, es el lenguaje místico. Para el místico, como para el amante, las palabras no son ni domésticas ni domesticables, sino que permanece de algún modo en su estado
más originario.
La Palabra por antonomasia, el Verbo de Dios, nos dijo de tantos modos lo mismo. Palabra de Dios y palabra de hombre a la vez. Palabra eterna que se hizo tiempo. Palabra acampada en
nuestros descampados inciertos, haciendo el milagro de poder ver, en el trasiego de nuestros conflictos y contiendas, su gracia de paz hecho encuentro y hecha tienda. Esta Palabra la escuchan los contemplativos. Es la que nos testimonian desde su silencio tan lleno de susurro divino, que se hace elocuente para quien quiera escuchar.

+ Jesús Sanz Montes
Presidente de la Comisión episcopal
para la Vida Consagrada (del Mensaje
para la Jornada Pro Orantibus,
3-VI-2007)

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