miércoles, 29 de octubre de 2008

lunes, 27 de octubre de 2008

Que es y que no es la contemplación

Qué es la contemplación

"Tú, que habitas en tinieblas,
alégrate en tu esperanza:
ha aparecido la estrella de la mañana,
y el sol no ha de tardar"
(Antífona de la II semana de adviento del antiguo brevario cisterciense)

Tomás Merton, OCSO La contemplación es la más alta expresión de la vida intelectual y espiritual del hombre. Es esa vida misma, plenamente despierta, totalmente activa y completamente consciente de que está viva. Es prodigio espiritual. Es espontáneo temor reverencial ante el carácter sagrado de la vida, del ser.

Es gratitud por la vida, el conociemiento y el ser. Es una comprensión profunda del hecho de que, en nosotros, la vida y el ser proceden de una Fuente invisible, trascendiente e infinitivamente abundante.

La contemplación es, por encima de todo, la conciencia de la realidad de esa Fuente. conoce la Fuente de una manera oscura e inexplicable, pero con una certeza que va más allá de la razón y de la simple fe. Pues la contemplación es un género de división espiritual a la que aspiran la razón y la fe por su misma naturaleza, porque sin ella ambas permanecen siempre necesariamente incompletas.

No obstante la contemplación no es visión, porque ve (SIN VER) y conoce sin (CONOCER). Es una profundidad de fe mas honda, un conocimiento tan profundo que no puede ser captado en imágenes ni palabras, ni siquiera en conceptos claros.

Puede ser sugerida por palabras, por símbolos, pero en el mismo momento en que la mente contemplativa trata de indicar lo que conoce, retira lo que ha dicho y niega lo que ha afirmado. Pues en la contemplación conoceos por (DESCONOCIMIENTO). O mejor dicho, conocemos más allá de todo saber o NO SABER.

La contemplación está siempre más alla de nuestro conocimiento, más allá de nuestras luces, más allá de los sistemas, más allá de las explicaciones, más allá del discurso, más allá del diálogo y más allá de nuestro propio yo. Para entrar en el ámbito de la contemplación debemos, en cierto sentido morir; pero esta muerte es en realidad la entrada en una vida más elevada. Es una muerte por amor a la vida, que nos hace abandonar todo lo que podemos conocer o atesorar como vida, como pensamiento, como experiencia, como gozo como ser.

Y por eso parece que la contemplación reemplaza y descarta cualquier otra forma de intuición y experiencia -ya sea en el arte, en la filosofía, en la teología, en la liturgia o en los niveles ordinarios del amor y la creencia.

La contemplación es y tiene que ser compatible con todas las cosas, ya que es su realización más elevada. Pero en la experiencia real de la contemplación todas las demas experiencias se pierden momentáneamente: <> para nacer de nuevo en un nivel de vida mas elevado.

Dicho de otro modo, la contemplación tiende hacia el conocimiento e incluso hacia la experiencia del Dios transcendente e inexpresable.

La contemplación es también la respuesta a una llamada: una llamada de aquel que no tiene voz y sin embargo, habla en todo lo que existe y, por encima de todo, habla en nuestras profundidades de nuestro propio ser, ya que nosotros somos sus palabras. Pero somos palabras destinadas a responderle a Él, a contestarle a Él, a ser su Eco e incluso, de alguna manera a contenerlo y significarlo. Autor: Tomas Merton

Resto del artículo en el enlace: http://vivificar.blogspot.com/2008/08/qu-es-y-qu-no-es-la-contemplacin.html

sábado, 25 de octubre de 2008

Oración contemplativa

La Virgen del silencio contemplativo

Decía san Juan Crisóstomo que “no sería necesario recurrir tanto a la palabra, si nuestras obras diesen auténtico testimonio”. Y con verdad, pues está claro que muchas veces los hechos son más elocuentes que los dichos.

También María, nuestra Madre, recurrió poco a la palabra. Era callada Ella. Realmente, cuántas palabras se ahorró. Pero, cuánto dejó dicho sin palabras. Cuánto dejó escrito con su vida. Cuánto testificó con sus obras.

María, la Virgen del Silencio, nos enseña el valor de un silencio fecundo y humilde, cuajado de obras y realizaciones. Nos alecciona magistralmente en el difícil arte de decir poco y hacer mucho.

Sí, cuántas veces calló María, para que hablasen sus obras, y para que hablase Dios en Ella y en los demás. Era el suyo un silencio hecho oración y acción. Un silencio lleno, no vació ni hueco. Un silencio colmado de Dios, de sus palabras, de sus maravillas. María “guardaba todas las cosas meditándolas en su corazón”, afirma el Evangelio. Porque sólo en silencio se pueden comprender las palabras de Dios y “sus cosas”.

No se trataba, por tanto, de una simple ausencia de palabras, de ruidos, de distracciones. El silencio de María fue un silencio contemplativo de la obra de Dios en su vida, en la de Jesús, en la de los demás. Un silencio de humildad, de discreción, de ocultamiento. Un silencio fecundo en buenos pensamientos, en proyectos de ayuda a los necesitados, en propósitos de entrega y donación.

El silencio de la Virgen durante su vida fue como un gran mosaico de pequeños silencios. Vamos a detenernos un momento a contemplar, desde la fe, algunos de ellos.

El silencio ante José.

Imaginemos aquella escena en la que, un buen día, María regresaba de la región montañosa tras visitar y ayudar a su prima Isabel. Ya habían pasado más de tres meses desde la Anunciación. A María ya se le notaba que estaba en cinta. Y cuando vio a José, que le salió al encuentro por el camino, le dio una gran alegría, pero a la vez un grande apuro. José notaría su estado. Y, de hecho, lo notó. Ambos estaban prometidos en matrimonio, pero aún no vivían juntos; y resulta que Ella ya esperaba un hijo.

Entonces María, ante el asombro de José, no comenzó a explicarle lo de la aparición del ángel, ni lo del mensaje del cielo, ni que el Niño era de Dios... No. María prefirió callar.

José estaba confundido. Y no era para menos. Sin embargo, miró a los ojos a María y los vio tan puros, tan limpios, tan inocentes, que creyó más a los ojos de María que a los suyos propios. José amaba a María y confiaba en Ella, pero no alcanzaba a comprender lo que ocurría.

La Virgen no estaba segura de la reacción de José. Por eso es conmovedor este silencio suyo. Ella intuyó que Dios se lo daría a entender a José mejor que Ella misma, como Él sabe y cuando Él lo juzgase oportuno.

María guardaba silencio sin culpa alguna. Callaba aun a costa de su propia honra. De hecho José, que era bueno y justo, decidió repudiarla en secreto.

La Santísima Virgen, al no excusarse, al no decir nada a José, a nosotros nos está diciendo mucho. Nos está diciendo que nos sobran muchas palabras y demasiadas veces. Nos sobran muchos “es que”, muchos “es que yo no tuve la culpa”, “es que yo no era el único”, “es que yo no tengo nada que ver”, ante nuestros fallos y deficiencias. Nos falta más silencio y resignación y nos sobran excusas. Y eso que la mayoría de las veces somos culpables de verdad...

María era inocente. Y no es fácil callarse ante la calumnia, ante la injusticia, ante la incomprensión cuando uno es inocente. Ella calló ante la posibilidad todo eso...



¡Qué admirable el largo silencio de María en Nazaret! Ella poseía el secreto más grande de la historia: la llegada de Dios al Mundo. Y sin embargo, calla.

Ni una palabra, ni la más mínima alusión o referencia a su enorme secreto durante los treinta años en Nazaret. Treinta años de continua convivencia con los vecinos y vecinas del pueblo sin decirles nada al respecto.

Treinta años con algo tan grande entre manos y ni una palabra. Y vaya si habrá tenido mil ocasiones, durante todo ese tiempo, para hacerle saber a más de alguno o alguna quién era Ella y quién era su Jesús. Sin embargo no, no quiso decir nada. Se mantuvo callada.

¡Qué ejemplo de discreción de nuestra Madre! Ejemplo para nosotros que nos sentimos más cuando sabemos algo que otros no saben. Sobre todo si es algo bueno acerca de nosotros mismos... Ejemplo para nosotros que apenas logramos callar por unos minutos (no treinta años) el chismecillo que acabamos de escuchar entre los amigos o amigas en la tertulia. Ejemplo para nosotros que nos preocupamos tanto a veces de hacer ver a los demás a quién se están dirigiendo, a quién están molestando, a quién le están pidiendo un favor, a quién le están dando una indicación...

No. Ella no fue así. La Virgen escogió el silencio. María, la Madre de Dios, quiso pasar desapercibida. Sin decir nada teniendo al Hijo de Dios en casa. Durante treinta años...

Podeís acceder al resto del artículo en:
http://es.catholic.net/aprendeaorar/32/143/articulo.php?id=2184

miércoles, 15 de octubre de 2008

El combate espiritual

«El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual»[1].
Estamos convencidos de que para alcanzar la perfección de la caridad, a la que todo cristiano está llamado en virtud de su vocación y Bautismo, es necesaria no sólo la gracia de Dios, sin la cual nada podríamos, sino también un correspondiente empeño de nuestra parte
[2]. Este empeño, por el que buscamos que en nosotros se desarrolle la vida del espíritu, se asemeja a una lucha, a un combate, por las dificultades e intensidad que comporta. En este sentido entendemos que «la vida es permanente milicia»[3], una milicia que, bien llevada, conduce a nuestro máximo despliegue, «al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo»[4].
1. ¿CONTRA QUIÉN ES ESTE COMBATE?
Cuando hablamos de combate, entendemos que tenemos ciertos enemigos contra los que hemos de luchar. ¿Contra quien es esta nuestra lucha, y cuáles son sus armas y estrategias?
1.1. El demonio
El Papa Pablo VI nos ha enseñado con claridad que el mal que existe en el mundo es el resultado de la intervención en nosotros y en nuestra sociedad de un agente oscuro y enemigo, el Demonio. El mal no es ya sólo una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor
[5]. En nuestras luchas diarias ¡jamás hay que olvidar o desestimar la injerencia del demonio! Es más, es necesario ser sobrios y velar, porque el diablo «ronda como león rugiente, buscando a quién devorar»[6].
Para lograr su objetivo, cual es el apartarnos de Dios y destruirnos, el demonio se vale de la tentación. Por la tentación el demonio busca hacer que desconfiemos de Dios, de su bondad, de que Él realmente quiere nuestro bien, incita a la desobediencia, a la rebeldía, a rechazar a Dios y sus designios. El Señor Jesús, tentado en el desierto y victorioso, nos enseña como enfrentar las tentaciones: con criterios objetivos, que son los que encontramos en la Sagrada Escritura. Él nos enseña que la tentación se rechaza de plano, que con la tentación no se dialoga, pues quien como Eva entra en el diálogo con la tentación poco a poco es envuelto en la ilusión y fantasía, y engañado termina pensando que lo que es un mal objetivo en realidad es "bueno para mí". Una vez que la tentación logra esa sustitución, la voluntad se dirige hacia el mal que ahora, en la mirada de la persona, tiene apariencia de bien.
1.2. El mundo
Nuestra lucha es también contra el "mundo"
[7] antagónico a Dios, el ámbito personal o social del hombre sometido a la influencia y dominio del Maligno. Este mundo engloba un conjunto de anti-valores, normas y criterios opuestos al Evangelio, o que pretenden ser indiferentes a Él, y nos presenta el poder, el tener y el placer como criterios de acción y fuente de realización para el ser humano.
El mundo ejerce un sutil influjo en los hijos de cada época de la historia. También nosotros hemos asimilado con los años muchos de sus criterios y actuamos en la vida cotidiana de acuerdo a ellos. La conversión empieza justamente por un "cambio de mentalidad", por una metanoia, es decir, por el decidido empeño de despojarse de los "criterios del mundo" y asimilar los "criterios del Evangelio" para vivir de acuerdo a ellos. Esta lucha diaria implica educarnos en una constante actitud crítica: ¡debemos aprender a juzgarlo todo desde el Evangelio!
Cabe decir que este "mundo" así entendido es algo diferente del "mundo" cuando con esa palabra se designa en la Sagrada Escritura la creación, o más específicamente la humanidad. En este caso el término tiene un sentido positivo.
1.3.
El hombre viejo
¿No experimentamos muchas veces en nosotros una fuerte división? Digo que le creo al Señor, que quiero hacer lo que Él me dice, me entusiasma el ideal de la santidad, pero ¡con cuántos de mis actos niego mis anhelos, niego al Señor! También San Pablo, una gran santo y apóstol, experimentaba en sí esta división y conflicto interior: «Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco»
[8].
Las pasiones desordenadas que me llevan a hacer el mal que no quería, las tendencias pecaminosas que descubro en mí, los malos hábitos y vicios, mis caprichos y la ley del gusto-disgusto que prima tantas veces en mí como criterio de elección, son elementos que forman parte de esta compleja realidad personal que llamamos "hombre viejo". Se trata delpecado «que habita en mí»
[9] y que en mí ha dejado sus secuelas. Es este un enemigo que llevo dentro de mí, que continuamente ofrece batalla y resistencia. En esta lucha se trata de alcanzar, por medio de un trabajo ascético y en apertura a la gracia divina, un auto-dominio que nos permita reordenar nuestro interior y orientar todas nuestras energías y potencias al propio despliegue en el cumplimiento del Plan divino. El ejercicio de los silencios es un medio excelente para crecer día a día en este auto-dominio o maestría de mi persona.
Vale la pena anotar que la presencia del "hombre viejo" en nosotros no nos hace malos. Por la reconciliación en el Señor Jesús hemos superado la ruptura que introdujo el pecado original en nuestras vidas, reconciliación que la Iglesia nos ofrece desde nuestro Bautismo y que nos hace "hombres nuevos". Sucede, más bien, que son las consecuencias del pecado las que nos aquejan y se traducen en esa inclinación al egoísmo y al mal que está detrás del "hombre viejo". Se trata de una distorsión en nosotros, que somos buenos.
2. LA NECESIDAD DE CUSTODIAR NUESTRA VIDA ESPIRITUAL
En esta lucha no es posible triunfar si no se atiende debidamente la propia vida espiritual. El nuestro es un combate espiritual, por ello nuestras armas son espirituales: ¡son las «armas de la luz»
[10] de las que hay que revestirnos! Los momentos fuertes de oración, el ejercicio continuo de la presencia de Dios, el nutrirnos del Señor y de su fuerza en la Eucaristía, el continuo recurso al perdón de Dios y a la gracia en la confesión sacramental, las lecturas edificantes, el conocer el testimonio de los santos y de personas de vida cristiana destacada, y otros medios son indispensables para fortalecernos y para contar con las armas necesarias para el combate.
Quien en esto no persevera, será como un soldado que va a la batalla sin armas, sin casco ni protección alguna. Quien no permanece vigilante y en oración
[11], se hace frágil y vulnerable ante la tentación. En cambio, todo lo puede quien encuentra su fuerza en el Señor[12]. Así, pues, si queremos vencer en esta lucha, ¡procuremos crecer y madurar día a día en nuestra vida espiritual, poniendo los medios adecuados y perseverando en ellos!
3. UN COMBATE QUE DURA TODA LA VIDA
Lanzarnos con un entusiasmo inmaduro al combate lleva quizás a algunas victorias y crecimientos iniciales, pero eso no basta. La vida cristiana no es una carrera de velocidad, sino de largo aliento. El empeño por ser santos
[13] no es cuestión de un momento, sino de toda la vida.
Así, pues, hemos de aspirar a adquirir la necesaria tenacidad para ofrecer un combate duradero, pues la vida eterna se conquista por la perseverancia. Por eso hay que rezar y pedirle al Señor, pues no pierde en esta batalla el que es una y mil veces herido, sino el inconstante, el que dejándose vencer por el desaliento, la desesperanza, o el desánimo, deja de luchar. Como decía Fray Luis de Granada, «no se llama vencido el que fue muchas veces herido, sino el que siendo herido, perdió las armas y el corazón». Triunfará quien, aunque mil veces herido, siempre se levanta, como aquellos muñequitos que se llaman "porfiados": por más que se los tumbe, tercos y porfiados vuelven a ponerse nuevamente de pie. Recordemos también en este sentido aquella máxima que nos invita a la humildad y paciencia en la lucha: Santo no es aquél que nunca cae, sino el que siempre se levanta.


[1] Catecismo de la Iglesia Católica, 405.
[2] Ver 2Pe 1,5.10.
[3] Job 7,11.
[4] Ef 4,13.
[5] Ver Pablo VI, Catequesis, 15/11/1972.
[6] 1Pe 5,8.
[7] Ver CHD # 84.
[8] Rom 7,15.
[9] Rom 7,17.
[10] Rom 13,12.
[11] Ver Mt 26,41.
[12] Flp 4,13.
[13] Ver 2Pe 1,5-7.
http://www.caminohaciadios.com/chd/110.html

lunes, 13 de octubre de 2008

Del monacato ¿tú que opinas?

Los monasterios -y con ellos la vida monástica-, en otro tiempo focos de transmisión cultural, centros educativos que tutelaban las escuelas monacales y lugares de conservación del arte, pueden ser hoy, que todo ha cambiado tanto y tan de prisa, el oasis necesario que nos proporcione esa sombra fresca y el agua confortante en el fatigoso y accidentado camino de la vida, en esta romería de la que en otro tiempo nos hablaba nuestro poeta y monje Gonzalo de Berceo.

El hombre no solo necesita alimentar y cuidar el cuerpo para que éste no flaquee y desfallezca, sino que debe prestar también atención al alma, que en nuestra creencia cristiana es la que más importa. El alma necesita alimentos espirituales, como la eucaristía, la penitencia, la oración y la meditación que le proporcionen esa salud, que es la ausencia de pecado, y nos dan la paz necesaria en la vorágine de la vida diaria.
Los monjes, en los monasterios, entre otras actividades hoy, haciendo válido y actual el ya lejano ora et labora (reza y trabaja), rezan sí, pero no solo por ellos, sino también por los demás, por todos, agnósticos y creyentes, por los que no lo hacen porque no saben hacerlo, por los que no quieren hacerlo, por los que no tienen tiempo para hacerlo, porque rezar hoy no está de moda, y porque tampoco es “rentable”... -
Ellos son, en fin, los que día tras día se ocupan de que la antorcha de la oración no se apague y nos alumbre en la ardiente oscuridad. Por el contrario, el hombre de hoy,”rnoderno”, acostumbrado a mirarlo todo bajo el crisol de la rentabilidad crematística, de juzgarlo todo con la ley de la utilidad, que se pregunta constantemente para qué sirve esto, para qué vale aquello, inmerso en un materialismo atroz, puede quizá desconocer la razón de ser de los monasterios, el sentido de la vida monástica en nuestro tiempo.
De la misma manera que en la playa las sombrillas sirven para resguardarnos del sol que nos abrasa, y en el chiringuito aplacamos nuestra sed con la, y espumosa cerveza; del mismo modo que en la montaña, haciendo senderismo o esquiando, buscamos el refugio en el que nos protegemos de las inclemencias del tiempo, así son los monasterios: lugar es donde el alma puede curar las llagas del pecado con el bálsamo de la oración y el sacrificio.
Los monasterios, en fin, sanatorios donde puede recuperar la salud el alma, son absolutamente necesarios, y aún más, imprescindibles, para el cuidado espiritual del ser humano, del hombre de ayer, de hoy y de mañana. Los monasterios pueden ser hoy “la casa rural” — y espiritual — del turista creyente, que desea curar la ansiedad que produce la actual forma de vida.

ALFONSO SÁNCHEZ GARRIDO
Profesor de Instituto. Córdoba.
http://www3.planalfa.es/msmparral/claustrojero/15.pdf

domingo, 12 de octubre de 2008

Principios generales de gobierno religioso

La Iglesia ha señalado repetidamente, como principios generales y elementales de gobierno religioso, los siguien­tes: Información, comunión, participación, subsidiariedad, corresponsabilidad.
carteles

* Información: A fin de que todas las personas -de la congregación, de la provincia, de la comunidad local- puedan ser y sentirse solidarias de la misma, el gobierno respectivo debe prestar, ante todo, el servicio de la información. Y ha de prestarlo no sólo con diligente solicitud, sino también con el mayor rigor y con la máxima exactitud, ofreciendo todos los datos necesarios y los mejores elementos de juicio, para que la información sea lo más completa posible. Porque cada persona -portadora de un mismo carisma y corresponsable de una misma misión- tiene derecho y debe de estar suficientemente informada. Y sólo desde una suficiente información, podrá participar y vivir responsa­blemente. Una persona no suficientemente informada es un a persona 'manipulada'. Este 'principio' se deduce lógicamente de la misma naturaleza del gobierno religioso y, de una manera especial, del deber de la autoridad de promover una obediencia activa y responsable, etc.1.

* Comunión: La información está al servicio de la comunión. Y todo el ejercicio de la autoridad se ordena a "edificar la comunidad fraterna en Cristo" (CDC c. 619). La autoridad religiosa es, ante todo, una autori­dad de comunión y para la comunión. Tanto en la comuni­dad local y en las otras realizaciones de la comunidad: congregación, provincia, región, etc. Se trata de vivir y de promover la común-unión y común-unidad en Cristo y, desde él, con todas y cada una de las hermanas. Hay que pasar de la vida común -que pone sobre todo el acento en estar juntos-, a la vida en comunión, que consiste principalmente en vivir unidos. Son muy numerosos los textos del magisterio, que hablan de este punto, como principio y como sentido del gobierno religioso2.

* Participación: El deber y el derecho de participar en la vida y misión del propio Instituto proviene del carisma común recibido por todos y por cada uno de sus miembros. Todas las formas de participación -información, consulta, diálogo, corresponsabilidad, trabajo en equipo, etc.- arrancan de este don común que cada uno ha recibido para vivirlo en comunión y en relación fraterna con los demás. Por eso, nadie puede desentenderse de este compromiso, ni inhibirse, porque se haría culpable de esta inhibi­ción. La misma Iglesia ha recordado que “la vida religiosa requiere, por su misma naturaleza -suapte natura- la coparticipación de los religiosos” y que, por eso, “los superiores deben favorecerla, ya que ‘sin la colaboración de todos los miembros del Instituto, no pueden conseguirse ni una renovación eficaz, ni una acomodación verdadera’[PC 14]” (MR 14). Abundan las referencias eclesiales a este principio de gobierno3.

* Subsidiariedad: ”Ningún miembro del pueblo de Dios, sea cual sea el ministerio a que se dedica, posee aisladamente todos los dones y ministerios, sino que debe estar en comunión con los demás. Los diversos dones y funciones en el pueblo de Dios convergen y se complementan recíprocamente en una única comunión y misión” (MR 9 b). La subsidiariedad implica, supone y es una 'jerarquización de facultades' y de competencias, y una verdadera descentra­lización. Y es el reconocimiento teórico y práctico de la 'relativa autonomía' que tiene -que ha de tener- cada uno en el desempeño de su cargo y cada comunidad en el ámbito respectivo de su vida y misión. Una autoridad superior no puede hacerlo todo y ni siquiera pretenderlo. Debe “dejar hacer” y promover que las demás autoridades subalternas “hagan” y actúen -siempre dentro del ámbito de sus respectivas competencias- con verdadera autonomía. La autoridad que no respeta esta legítima autonomía e interviene innecesariamente en el ámbito de una autoridad inferior, a sí misma se desautoriza y cae en el autoritarismo, que es una caricatura dolorosa de la verdadera autoridad. Debe existir una articulación armónica y una ordenada subordinación. El criterio justo es: Ni independencia absoluta, ni absorción, sino comunión y subsidiariedad en el gobierno. También este principio ha sido puesto de relieve por el magisterio de la Iglesia4.

* Corresponsabilidad: Una vida compartida y comprometi­da, desde una vocación y desde un carisma común a todos los hermanos, en el seguimiento evangélico de Cristo, debe regirse por el criterio fundamental de la corresponsabilidad. Información, par­ticipación, subsidiariedad y corresponsabi­lidad están íntimamente relacionadas entre sí y se ordenan a crear comunión y a vivir en comunión, con todo el sentido teológico de la palabra bíblica koinonía. Correspon­sabilidad no quiere decir que haya o que deba haber "igualdad de responsabi­lidad" en todos y entre todos, sino que cada uno, en cuanto portador de un don de gracia común (carisma), desde su puesto y desde el cargo que ocupa, es responsable y, por lo tanto, puede y debe responder de ese don; y que ha de hacerlo en comunión y en relación profunda con los demás hermanos, que han recibido el mismo don. En un gobierno de corres­ponsabilidad, nadie abdica de su propia 'responsa­bilidad', pues cada uno asume las tareas que le corres­ponden, sin remitírselas al nivel superior. Pero tampoco invade campos ajenos, interfirien­do en el gobierno del nivel inferior, mientas éste cumpla con su deber. En un gobierno de corresponsabilidad, la autoridad es memoria activa que recuerda a todos lo que libremente han decidido ser en fidelidad a una vocación y a un proyecto común, e impulso y aliento para vivir esa vocación y para cumplir ese proyecto. El secreto de cada superior es lograr la máxima corresponsa­bilidad de sus inmediatos colaboradores -sus consejeros-. Y el secreto de un 'equipo de gobier­no' es conseguir la máxima corresponsabilidad de todos los miembros de la respec­tiva comunidad: local, provincial o general. Aunque el gobierno religioso -a excepción de los actos propiamente 'capitulares'- no es jurídicamente 'colegial' en sentido estricto, debe ejercer­se con espíritu verdaderamente colegial. Los documentos de la Iglesia insisten, repetida­mente, en que la autoridad religiosa es personal y que, hablando con propiedad, no se comparte. Pero también afirma que ningún superior -local, provincial o general- puede actuar en solitario, sino en comunión activa con los demás miembros de comunidad y, particularmente, con la ayuda de sus consejeros, mediante el voto consultivo o deliberativo -según los casos-, y que no puede nunca prescindir de esa ayuda y colaboración. Es decir, que, aunque no se comparta la autoridad, se comparte el ejercicio de esa autoridad, que ha de vivirse en corresponsabi­lidad5.

En un gobierno de subsidiariedad y de corresponsabilidad, nadie abdica de su propia responsabilidad, pues cada uno asume las tareas y competencias que le corresponden, sin remitírselas al nivel superior de autoridad. Pero tampoco nadie invade campos ajenos, interfiriendo en el gobierno de nivel inferior, ni permite intervenciones e interferencias en el ámbito de su propia competencia, mientras él desempeñe responsablemente el cargo que le han encomendado.
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1. Cf PC 14; CDC c. 618; EE, I, 49, 52; VFC 5 e; 47-53; VC 43; CdC 14; etc.
2. Cf PC 14; CDC c. 619; EE, I, 52; VFC 5 e ; 47-53; CdC 14; etc.
3. Cf ES, II, 18; CDC c. 618, 625 (3), 627 (1, 2), 631 (3), 633 (1, 2); EE, I, 49, 50, 52; RD 13; VFC 5 e ;47-53; VC 43; CdC 14; etc.
4. Cf ES, II, 18; MR 13; EE, I, 52; VFC 5 e ; 48, 50; VC 43; CdC 14; etc.
5. Cf PC, 4; 14; ES, II, 2; 18; MR 14; CDC cc. 618; 619; 627, 1, 2; 631, 1, 2, 3; 633, 1, 2; EE, I, 49-52; VFC 5 e ; 47-53; VC 43; CdC 14; etc.

Severino María Alonso, cmf

sábado, 11 de octubre de 2008

El servicio de la Autoridad y la Obediencia según una superiora general

Maria de Anima Christi, superiora de las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará

CIUDAD DEL VATICANO, martes 8 julio 2008.- “Es un hecho que la falta de visión de fe en el rol del superior de una comunidad religiosa, ha causado gran confusión en la vida comunitaria”.

Así afirmó la superiora general de las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará, miembros de la Familia del Verbo Encarnado fundadas en Argentina hace 20 años por el padre Carlos Buela. Actualmente esta congregación es de las más fructíferas con vocaciones crecientes (825 miembros en los cinco continentes, con más de cien comunidades).

Zenit ha preguntado a esta general su opinión acerca del nuevo documento de la Congregación para la Vida Religiosa y los Institutos de Vida Consagrada “El servicio de la autoridad y la obediencia. Faciem tuam, Domine, requiram”, publicado recientemente.

“La reducción del rol del superior a un mero trabajo organizativo nunca será capaz de satisfacer las necesidades de un alma por un constante crecimiento en la vida espiritual, ni la necesidad del religioso de un ambiente de amor familiar”, explica la madre Maria de Anima Christi, holandesa.

“La vida comunitaria es un elemento constitutivo de la vida religiosa y cada persona consagrada aspira a crecer en el amor. Puesto que “el amor comienza por casa”, es necesario trabajar siempre en la calidad de la vida comunitaria, y así como en la familia humana un padre o una madre es la cabeza de la familia, la autoridad religiosa debería ser la que establece unidad en la variedad de caracteres, dones, talentos, etc”, reconoce.

“Me he alegrado mucho con la Instrucción de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, “El servicio de la autoridad y la obediencia”, ya que la misma toca puntos de crucial importancia para todas aquellas personas consagradas que vivimos en comunidad", afirma.

“Creo que la Instrucción nos ayudará a reforzar nuestra fe en el misterio salvífico de la autoridad evangélica”, resalta.

“Es claro que vivir bien la obediencia no es fácil, ya que en el fondo se trata del voto más difícil de cumplir, implicando la entrega del bien más excelente del hombre, la propia voluntad –aclara--.En varios lugares la Instrucción muestra con gran realismo que la obediencia muchas veces implica sufrimiento, pero al mismo tiempo nos propone nuevamente elevar la mirada al ejemplo de Cristo mismo «que aprendió mediante el sufrimiento lo que significa la obediencia» (Hb 5, 8)” explica esta madre desde la casa procuradora general en Roma.

“La renuncia a los propios proyectos de vida implica morir a nosotros mismos y nos exige tener una visión de fe”, añade.

“Sin embargo, es justamente el saber responder con generosidad a lo que Dios nos pide por medio de la autoridad legítima, lo que da valor al voto profesado. Sin duda la obediencia cristiana implica tener una visión sobrenatural, lo cual es capaz de empujarnos hasta el heroísmo, si fuera necesario. Es reconfortante saber que la obediencia nos ayudará a hacernos libres de nuestras propias inclinaciones de la carne, los engaños del mundo y del maligno”, sugiere.

“Me parece muy importante que se haya indicado que, más allá de las dificultades que surgen de la humana fragilidad, se propone como respuesta la búsqueda de la santidad, el abandono confiado en las manos de Dios Padre, a ejemplo de Cristo obediente hasta la muerte y muerte en cruz (Flp 2,8). La obediencia vivida así será siempre un supremo acto de libertad”, subraya.

La superiora general reconoce que “de mucho provecho me ha parecido el mirar el servicio de la autoridad y la obediencia desde la perspectiva de la misión. Ciertamente también el superior tiene su sufrimiento en el mandar, porque el cargo es carga”.

La madre superiora general cree que “la autoridad del superior responde a uno de los aspectos esenciales de la vida religiosa, como un camino de comunión con Dios, apuntando a la santificación de los miembros de la comunidad”.

“Cuando el superior manda no lo hace (o no lo debería hacer) por propio gusto, sino para dar respuesta a lo que, a pesar de su fragilidad humana, entiende que Dios está pidiendo, por medio de la Iglesia, para el bien de las almas, especialmente de los más necesitados. La misión dará mayores

frutos si existe la respuesta generosa de toda una comunidad, que trabaja unida y se dona unida en una actitud de servicio”.

“Cuanto mayor es la unidad entre los miembros de una comunidad misionera, tanto mayor será el fruto de las vidas ofrecidas al Señor y a los demás. Como decía nuestro llorado Papa Juan Pablo II: “Toda la fecundidad de la vida religiosa depende de la calidad de la vida fraterna”, añade.

Es necesario fijar la atención en el aspecto de la fraternidad, sugiere: “No tenemos que perder de vista lo que la Instrucción hermosamente resalta como una de las fuentes que alimenta la misión comunitaria, mostrándonos que 'el vínculo de fraternidad es tanto más fuerte cuanto más central y
vital es lo que se pone en común'”.

“Un buen superior es una bendición para una comunidad”, afirma esta superiora holandesa. “Pero alertados por el hecho de que los superiores pueden cometer errores y tener defectos, como cualquier ser humano los tiene, es crucial recordar la importancia de la fe como la base necesaria para vivir nuestro voto de obediencia más perfecta y fructuosamente”.

“El documento “Vida fraterna en común” lo remarca con estas palabras: “No se puede, por fin, olvidar que, en toda esta delicada, compleja y frecuentemente dolorosa cuestión, juega un papel decisivo la fe, que permite comprender el misterio salvífico de la obediencia”, concluye.

Para la madre Maria Anima Christi, “efectivamente, así como de la desobediencia de un hombre vino la desintegración de la familia humana, y en la obediencia del Hombre nuevo ha comenzado su reconstrucción (cf Rm 5,19), así también la actitud obediente será siempre una fuerza indispensable para toda vida familiar”.

Por Miriam Díez i Bosch

jueves, 9 de octubre de 2008

Toda comunidad gira alrededor de dos cosas: Respeto y Amor

Si las vivencias son ingratas las relaciones se van deteriorando. De ahí la importancia de las actitudes de vida, del como se viven las cosas que pasan alrededor nuestro.
La palabra respeto viene de una raíz latina que quiere decir yo te miro, significa mirar la realidad, mirar lo que es. Yo te respeto cuando te miro con la misma mirada que Dios te mira y descubro lo que Dios creó en ti.
No te invento, no te manipulo, no te fabrico, no pretendo que seas distinta a lo que eres y debo hacerlo con una mirada pura, transparente y descubrir en ti, la huella de Dios ya que cada uno de nosotros somos una obra única e irrepetible.
Si solo me quedo con las cosas de afuera, con las cosas externas, veré defectos, veré la cáscara, veré las imperfecciones que hay en toda cáscara. Pero si busco en lo profundo, voy a descubrir el fundamento del amor.
Es en las cosas profundas que se llega a conocer al otro. Y conociéndolo comprenderé muchas cosas que me parecían defectos.
¿Que habrá sucedido? Habrá sucedido que empecé a mirar y ver, de la misma manera que hace Dios con cada uno de nosotros. No existe persona humana que no esté marcada por la huella de Dios. Es desde ahí que yo debo ver al otro, es desde ahí que yo debo respetar al otro.
En la vida de matrimonio, en la vida de familia, de comunidad, hay que vivir la relación con una mirada transparente, con una mirada que busca siempre la huella de Dios en el otro y en los otros.
Respeto y amor.
El respeto me hace detenerme en la grandeza que hay en ti que eres creación de Dios y el amor me lleva a servir esa grandeza para que llegue a su plenitud.
¿Cuales son los males que acompañan la vida moderna? Dos males: el individualismo y la masificación.
Individualismo y masificación, son dos lacras del mundo de hoy. En cuanto yo me desarrollo solamente para mí, pero no comunico lo mío, me estoy encerrando, no contribuyo en el crecimiento del otro, no ayudo a que el otro crezca.
El individualismo lleva a no asumir la responsabilidad que todos tenemos de contribuir al crecimiento del otro, llámese cónyuge, hermano o simple persona que por cualquier motivo está en nuestro entorno.
En cuanto a la masificación, me masifico cuando me dejo llevar por lo que está de moda, por lo que se usa, por lo que hoy se dice y se habla sin detenerme a pensar, ni importarme si es bueno o malo, si está bien o está mal. Todos lo hacen, todos lo dicen, yo también. Esto es masificarse.
Salvador Casadevall

jueves, 2 de octubre de 2008

Sacra virginitas . Carta Encíclica. Pio XII

PÍO XII
Sobre la sagrada virginidad
25 de marzo de 1954
INTRODUCCIÓN

La santa virginidad en la Iglesia de Cristo

La santa virginidad y la castidad perfecta, consagrada al servicio divino, se cuentan sin duda entre los tesoros más preciosos dejados como en herencia a la Iglesia por su Fundador.

Por eso los Santos Padres afirmaron que la virginidad perpetua es un bien excelso nacido de la religión cristiana. Y con razón notan que los paganos de la antigüedad no exigieron de las vestales tal género de vida sino por un tiempo limitado(1), y si en el Antiguo Testamento se mandaba guardar y practicar la virginidad, era solo como condición preliminar para el matrimonio(2). Añade San Ambrosio(3) : Leemos, sí, que también, en el templo de Jerusalén hubo vírgenes. Pero, ¿qué dice el Apóstol? Todo esto les acontecía en figura(4) para que fuesen imágenes de las realizaciones futuras.

Ciertamente, ya desde la época de, los apóstoles vive y florece esta virtud en el jardín de la Iglesia. Cuando en los Hechos de los apóstoles(5) se dice que las cuatro hijas del diácono Felipe eran vírgenes, se quiere significar, más bien, un estado de vida que la edad juvenil. Y no mucho después San Ignacio de Antioquía, al saludar a las vírgenes de Esmirna, refiere(6) que, a una con las viudas, constituían una parte no pequeña de esta comunidad cristiana. En el siglo segundo -como atestigua San Justino son muchos los hombres y mujeres, educados en el cristianismo desde su infancia, que llegan completamente puros hasta los sesenta y los setenta años(7). Poco a poco creció el número de hombres y mujeres que consagraban a Dios su castidad, y al mismo tiempo fue adquiriendo una importancia considerable el puesto que ocupaban en la Iglesia, como más ampliamente lo expusimos en nuestra constitución apostólica Sponsa Christi(8).

También los Santos Padres como San Cipriano, San Atanasio, San Ambrosio, San Juan Crisóstomo, San Jerónimo, San Agustín y otros muchos, escribiendo sobre, la virginidad, le dedicaron las mayores alabanzas. Está doctrina de los Santos Padres, desarrollada al correr de los siglos, por los Doctores de la Iglesia y por los maestros de la ascética cristiana, contribuye mucho para suscitar en los cristianos de ambos sexos el propósito, de consagrarse a Dios en castidad perfecta y para confirmarlos en él hasta la muerte.

No se puede contar la multitud de almas que desde los comienzos de la, Iglesia hasta, nuestros días han ofrecido a Dios su castidad, unos conservando intacta su virginidad, otros consagrándole para siempre su viudez, después de la muerte del esposo; otros, en fin, eligiendo una vida totalmente casta después de haber llorado sus pecados; mas todos conviniendo en el mismo propósito de abstenerse para siempre, por amor de Dios, de los deleites de la carne. Sirvan a todos estos las enseñanzas de los Santos Padres sobre la excelencia y, él mérito de la virginidad, de estímulo, de sostén y de aliento para perseverar inconmovibles en el sacrificio ofrecido y para no volver a tomar ni la más pequeña parte del holocausto ofrendado ante el altar de Dios.

Esta castidad perfecta es la materia de uno de los tres votos que constituyen el estado religioso(9); la misma se exige a los clérigos de la Iglesia latina para las órdenes mayores(10) y también a los miembros de los institutos seculares(11). Pero florece asimismo entre muchos que pertenecen al estado laical; ya que hay hombres y mujeres que, sin pertenecer a un estado, público de perfección, han hecho el propósito o el voto privado de abstenerse completamente del matrimonio y de los deleites de la carne para servir más libremente al prójimo y para unirse más fácil e íntimamente a Dios.

A todos y cada uno de estos amadísimos hijos nuestros, que de algún modo han consagrado a Dios su cuerpo, y su alma, nos dirigimos con corazón paterno y los exhortamos con el mayor encarecimiento posible a mantenerse firmes en su santa resolución y a ponerla en práctica con diligencia.

No faltan hoy día quienes, apartándose en esta materia del recto camino, de tal manera exaltan el matrimonio, que llegan a anteponerlo prácticamente a la virginidad y, por consiguiente, a menospreciar la castidad consagrada a Dios y el celibato eclesiástico. Por eso la conciencia de nuestro oficio apostólico nos mueve hoy a declarar y sostener ante todo la doctrina de la excelencia de la virginidad y defender esta verdad católica contra tales errores.

Para leer la encíclica completa ir a: http://www.corazones.org/doc/sacra_virginitas.htm

miércoles, 1 de octubre de 2008

Coventos clausura Diócesis de Plasencia. (Cáceres-España)

Plasencia:
Dominicas (convento de la Encarnación), son 26 de las que 5 han llegado desde Kerala (India), venden dulces;
Carmelitas Descalzas (monasterio de Nuestra Señora Santísima Trinidad, en Santa Bárbara), de las 11 que hay en este convento una es china, confeccionan jerseys para bebé por encargo de una empresaria que luego los distribuye;
Clarisas Capuchinas (monasterio de Santa Ana, en la calle de Los Quesos), son siete y venden sagradas formas que les mandan desde Manresa y Medina del Campo a toda la diócesis de Plasencia y a parte de la de Cáceres;
Concepcionistas Franciscanas (convento de San Ildefonso, en la calle del mismo nombre, son conocidas popularmente como las Ildefonsas), hacen trabajos para el exterior puntualmente, principalmente tareas de imprenta y costura.

Trujillo:
20 Dominicas viven en el monasterio de San Miguel;
10 Concepcionistas Franciscanas, en el de Santa Clara;
9 Franciscanas lo hacen en San Francisco el Real y
9 Jerónimas en el convento de Santa María de la Concepción.

Don Benito:
son 17 las Carmelitas Descalzas que en estos momentos conviven en el monasterio de Santa Teresa de Jesús.

Serradilla:
son 11 las Agustinas Recoletas que atienden el monasterio del Cristo de la Victoria.

Yuste:
el monasterio de Cuacos acoge la única comunidad masculina dedicada a la vida contemplativa en la diócesis de Plasencia. Se trata de la formada por los ocho monjes Jerónimos que atienden y viven al pie del que fuera palacio del emperador Carlos V.
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