Maria de Anima Christi, superiora de las Servidoras del Señor y de
CIUDAD DEL VATICANO, martes 8 julio 2008.- “Es un hecho que la falta de visión de fe en el rol del superior de una comunidad religiosa, ha causado gran confusión en la vida comunitaria”.
Así afirmó la superiora general de las Servidoras del Señor y de
Zenit ha preguntado a esta general su opinión acerca del nuevo documento de
“La reducción del rol del superior a un mero trabajo organizativo nunca será capaz de satisfacer las necesidades de un alma por un constante crecimiento en la vida espiritual, ni la necesidad del religioso de un ambiente de amor familiar”, explica la madre Maria de Anima Christi, holandesa.
“La vida comunitaria es un elemento constitutivo de la vida religiosa y cada persona consagrada aspira a crecer en el amor. Puesto que “el amor comienza por casa”, es necesario trabajar siempre en la calidad de la vida comunitaria, y así como en la familia humana un padre o una madre es la cabeza de la familia, la autoridad religiosa debería ser la que establece unidad en la variedad de caracteres, dones, talentos, etc”, reconoce.
“Me he alegrado mucho con
“Creo que
“Es claro que vivir bien la obediencia no es fácil, ya que en el fondo se trata del voto más difícil de cumplir, implicando la entrega del bien más excelente del hombre, la propia voluntad –aclara--.En varios lugares
“La renuncia a los propios proyectos de vida implica morir a nosotros mismos y nos exige tener una visión de fe”, añade.
“Sin embargo, es justamente el saber responder con generosidad a lo que Dios nos pide por medio de la autoridad legítima, lo que da valor al voto profesado. Sin duda la obediencia cristiana implica tener una visión sobrenatural, lo cual es capaz de empujarnos hasta el heroísmo, si fuera necesario. Es reconfortante saber que la obediencia nos ayudará a hacernos libres de nuestras propias inclinaciones de la carne, los engaños del mundo y del maligno”, sugiere.
“Me parece muy importante que se haya indicado que, más allá de las dificultades que surgen de la humana fragilidad, se propone como respuesta la búsqueda de la santidad, el abandono confiado en las manos de Dios Padre, a ejemplo de Cristo obediente hasta la muerte y muerte en cruz (Flp 2,8). La obediencia vivida así será siempre un supremo acto de libertad”, subraya.
La superiora general reconoce que “de mucho provecho me ha parecido el mirar el servicio de la autoridad y la obediencia desde la perspectiva de la misión. Ciertamente también el superior tiene su sufrimiento en el mandar, porque el cargo es carga”.
La madre superiora general cree que “la autoridad del superior responde a uno de los aspectos esenciales de la vida religiosa, como un camino de comunión con Dios, apuntando a la santificación de los miembros de la comunidad”.
“Cuando el superior manda no lo hace (o no lo debería hacer) por propio gusto, sino para dar respuesta a lo que, a pesar de su fragilidad humana, entiende que Dios está pidiendo, por medio de
frutos si existe la respuesta generosa de toda una comunidad, que trabaja unida y se dona unida en una actitud de servicio”.
“Cuanto mayor es la unidad entre los miembros de una comunidad misionera, tanto mayor será el fruto de las vidas ofrecidas al Señor y a los demás. Como decía nuestro llorado Papa Juan Pablo II: “Toda la fecundidad de la vida religiosa depende de la calidad de la vida fraterna”, añade.
Es necesario fijar la atención en el aspecto de la fraternidad, sugiere: “No tenemos que perder de vista lo que
vital es lo que se pone en común'”.
“Un buen superior es una bendición para una comunidad”, afirma esta superiora holandesa. “Pero alertados por el hecho de que los superiores pueden cometer errores y tener defectos, como cualquier ser humano los tiene, es crucial recordar la importancia de la fe como la base necesaria para vivir nuestro voto de obediencia más perfecta y fructuosamente”.
“El documento “Vida fraterna en común” lo remarca con estas palabras: “No se puede, por fin, olvidar que, en toda esta delicada, compleja y frecuentemente dolorosa cuestión, juega un papel decisivo la fe, que permite comprender el misterio salvífico de la obediencia”, concluye.
Para la madre Maria Anima Christi, “efectivamente, así como de la desobediencia de un hombre vino la desintegración de la familia humana, y en la obediencia del Hombre nuevo ha comenzado su reconstrucción (cf Rm 5,19), así también la actitud obediente será siempre una fuerza indispensable para toda vida familiar”.
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