miércoles, 3 de septiembre de 2008

Ser misionero significa...

"Morir a la propia cultura y nacer a una cultura distinta".

Ahora que ya había aprendido que tu apellido se escribe con “v”, ¡vas y lo cambias a “b”!” -me dijo hace 20 años mi entrañable amigo el P. Eceizabarrena cuando, al adquirir la nacionalidad japonesa, Juan Sánchez-Rivera Peiró se convirtió en “Hoan Ribera” a secas, por aquello de que, en japonés, el sonido “Ju” no existe (de Juan a Hoan) y porque el sonido “ve” (que sí existe) no se puede representar en ideogramas japoneses (de Rivera a Ribera).(El lector o lectora interesado/a tal vez sonreirá al saber que mi nombre, en japonés, significa “el que está al lado de la Verdad y la protege buscándola”).

Las reacciones ante mi cambio de nacionalidad, que, en la actual legislación japonesa implica la pérdida de la nacionalidad española, fueron variopintas. Algunos de mis correligionarios españoles la consideraron, casi, como una traición (¡”Cómo osas renunciar a tus raíces españolas!”); mientras que mis amigos y amigas japoneses se alegraron de ello. Pero hay que añadir que la mayoría de mis estudiantes me miraron -y siguen mirándome- como a un extraterrestre que acaba de aterrizar en el planeta Tierra (ambigua mezcla de admiración, estupor, y escepticismo).Que un “misionero” español se vuelva japonés parece algo así como una conversión al revés.

¡En vez de convertir a los japoneses son ellos los que le convierten a uno!

Pero con el paso del tiempo he llegado a comprender que esa “conversión” probablemente no es más que un pálido reflejo de la que experimentó Jesús al sumergirse en el Jordán y de la que experimentaron infinitos misioneros jesuitas (Javier, Ricci, de Nobili, etc) al sumergirse en una cultura desconocida.El símbolo del bautismo ha perdido, en muchas ocasiones, su sentido.


Es difícil pensar o imaginar que esas gotas de agua que derrama el sacerdote sobre la cabeza de una criatura que, con frecuencia, llora desesperadamente, es un símbolo de la muerte y resurrección del que lo recibe.

Y sin embargo lo teólogos actuales parecen estar de acuerdo en que el bautismo de Jesús en el Jordán, que, años atrás, no pasaba de ser un episodio más en la vida de Jesús, se ha convertido en el eje central para comprender su misión (comprensión que no acabó en ese momento, sino que siguió profundizándose a lo largo de su vida hasta adquirir su máxima intensidad en la Cruz). El Jesús que se unió a la masa de pecadores que se sumergía en el Jordán ¡salió de él consciente de su identidad de Hijo! El Jordán se convirtió en un símbolo de Muerte y Resurrección.

Ser misionero significa morir a la propia cultura y nacer a una cultura distinta. Es perderse y encontrarse. Por supuesto que el cambio de nacionalidad no significa la negación del pasado, ni el olvido de las propias raíces. Pero sí es, o puede ser, un signo de trascendencia, es decir un reasumir el pasado en una nueva dimensión. “Si el grano de trigo no muere...”. La espiga que nace no surge de la nada, sino que es el fruto de la muerte del grano que la dio a luz.¡Y sólo los muertos pueden resucitar!


Por Hoan Ribera, s.j.

Publicado en "Jesuitas", 87 - Junio 2006 -

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