lunes, 19 de noviembre de 2012

Decir tus oraciones vs rezar tus oraciones.


En la vida espiritual, el lenguaje que utilizamos refleja íntimamente nuestro corazón. Veamos como ejemplo las oraciones dirigidas a Dios. ¿Decimos nuestras oraciones o rezamos en íntima relación con Dios? La primera opción es como decir: «He hablado con mi esposa», la segunda es más cercana a decir «Mi esposa y yo tuvimos una estupenda cena juntos». La oración, cuando es expresada en términos impersonales representa y anima aspiraciones impersonales, mismas que luego pueden llevar a intentar orar de manera impersonal... y la oración impersonal no es oración porque se reduce a una persona diciendo cosas, más que a un encuentro real con Dios.


Esto es lo que Santa Teresa de Ávila opinó sobre «decir» las oraciones:

Hablo de la mental como de la oral: siendo oración, debe ser hecha prestando atención; porque quien no considere con quién está hablando y lo que pide y quién es la que pide y a quién se lo pide, conoce muy poco sobre la oración, no importa que tanto mueva sus labios. Y aunque algunas veces la oración es hecha sin haber advertencia real, este prestar atención es requisito en otras ocasiones. Pero quienquiera que se acostumbre a hablar con la majestad de Dios, como si estuviera hablando con su esclavo, sin considerar si habla con propiedad o no, sino que habla sólo lo que primero le viene a la cabeza o lo que haya aprendido de memoria por haberlo repetido en otras ocasiones – yo no considero que esto sea oración.


Hace poco vi un video en YouTube sobre el tema de la oración –específicamente sobre Lectio Divina – realizado por un sacerdote muy popular, pero actualmente disidente (digo «actualmente» porque siempre hay esperanza). Siempre que oigo a cualquier persona hablar sobre la Lectio Divina, en particular, pero también sobre otros métodos de oración, escucho con mucho cuidado para comprobar rápidamente si debo o no apoyarme con entusiasmo en ella, o si, por el contrario, debo encontrar algo mejor qué hacer. Lo que busco descifrar es simple: si el discurso se enfoca en el método o en la relación que es asistida por el método. ¿Está solamente haciendo énfasis en las técnicas y los «pasos» – o me está ayudando a entender cómo profundizar mi relación con Dios? Este sacerdote del video –cuyo corazón parece por ahora desconectado de la viña – habló sólo en términos mecánicos/técnicos en vez de utilizar un lenguaje que reflejara una intimidad real con el Señor. Quedó claro que éste no era el lugar para buscar comprender en profundidad el verdadero espíritu de la Lectio divina o de cualquier otra forma de oración.

Es una lección para todos nosotros. Si en nuestra oración somos dados a las expresiones impersonales, ¿puede esto indicar que necesitamos afrontar el reto en nuestra propia vida de fe? ¿Podría esto reflejar que nuestra relación con el Señor es también impersonal y, por tanto, no es una relación vivencial? Claro, podemos conocer nuestro método, «decir» nuestras oraciones y parecer devotos (éstas son cosas buenas), pero tendríamos un largo camino por recorrer para vivir la vida de oración de la cual hablan los místicos. Y ciertamente nos encontramos distantes del mensaje de Jesús en Juan 14, cuando dice: «el que permanece en mí, el que permanece en mi amor, Yo permaneceré en él... y me manifestaré a él».

Jesús no es simplemente una idea, un principio etéreo, un Dios distante para quien debemos «actuar» con el fin de agradarlo o apaciguarlo. Él no es el Dios que requiere una danza de la lluvia con brincos, movimientos, disfraces y ritmos especiales. Él no es un dios falso de Baal que pide efervescencia a través de los actos vacíos de una piedad distorsionada – o de cualquier otra forma de acción externa que en esencia es sólo la representación de una tarea o de un deber ejercido a cambio de favores de parte de Dios: «Acabo de decir las palabras, aquí está mi fórmula mágica, ahora, por favor haz lo que te pido». Eso no es oración.

En marcado contraste, la oración en las mentes y los corazones de los místicos es expresada como analogía de lo que es la intimidad esponsal -el acoplamiento con el otro en un nivel que solamente es reflejado efectivamente en el amor de los esposos. Por supuesto no estoy hablando aquí del acto sexual, sino de lo que el Beato Juan Pablo II llamaba la más alta expresión de uno mismo. Porque en ese acto conyugal, en esa comunión, en esa unidad de ser sólo uno, en esa donación mutua es donde encontramos la vulnerabilidad, la intimidad y el gozo que sobrepasa cualquier otra analogía que pudiéramos utilizar para poder realmente comprender lo que significa tener y perdurar en una relación con Dios.

Rezo para que puedan «decir» sus oraciones, pero que éstas sean mucho más que simples pensamientos que ustedes pongan en palabras. Rezo para que, a través de su vida de oración, puedan llegar a conocer realmente al Señor, no como a alguien a quien simplemente le hablan, sino como alguien a quien aman... y quien específicamente ama a cada uno, personalmente, verdaderamente, por siempre.

martes, 14 de agosto de 2012

El buen humor de Santa Teresa de Jesús

Santa Teresa tenía un buen sentido del humor. Se cuenta que una vez la obligó la superiora a suspender el ayuno. «Bajo santa obediencia le mando que almuerce una tortilla con torreznos». Y la santa contestó: «¿Obediencia y torreznos? ¡Sea muy enhorabuena!». En otra ocasión la invitaron unos amigos a comer perdices y comentó: «Conviene distinguir: cuando perdiz, perdiz, y cuando oración, oración». Caminaban juntos Teresa y Juan de la Cruz, y alguien les gastó una broma, y fray Juan se sonrojó. Santa Teresa le dijo: «¿Qué pasa, padre mío? ¿No se sonroja la dama y se sonroja el galán?». En otra ocasión preguntó la santa a su escribano cuánto eran sus honorarios. El oficial contestó: «Un beso». Y la santa se lo dio, diciendo: «Nunca me ha salido una escritura tan barata». No interesa averiguar si estas leyendas son auténticas o no, pero la verdad es que reflejan el talante campechano de la gran mística.

padre Justo López Melús

sábado, 11 de agosto de 2012

La señal de la cruz, el inicio de toda oración

Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios. Porque dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo mediante su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres (I Corintios 1, 17-25).

Es lógico comenzar esta serie de doce cartas sobre la oración cristiana de la misma forma con la que iniciamos toda oración: con la señal de la cruz. Comenzamos a rezar “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén”. Invocamos a la Santísima Trinidad e iniciamos nuestra oración en su nombre. Recordamos así el centro de nuestra fe recibida en el Bautismo (Mateo 28, 19). Al hacer un ofrecimiento de obras al inicio del día para dar un sentido sobrenatural a todas nuestras actividades; al empezar un examen de conciencia que, más que simple contabilidad moral, es un acto de diálogo con Dios, Padre de misericordia; en el inicio del rezo del Angelus; en las primeras palabras de la Misa: siempre está presente la señal de la cruz y la invocación a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, de quien procede toda bondad y a cuyo santo nombre nos confiamos.

Rezamos en nombre de Dios y este “nombre” encierra en sí toda la misteriosa realidad de “Aquel que es el que es” (Éxodo 3, 13-15) y no necesita de nada ni nadie. El Catecismo de la Iglesia Católica explica muy bien la profundidad que encierra el nombre de Dios: A su pueblo Israel, Dios se reveló dándole a conocer su Nombre. El nombre expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado personalmente... Al revelar su nombre misterioso de YHWH, "Yo soy el que es" o "Yo soy el que soy" o también "Yo soy el que Yo soy", Dios dice quién es y con qué nombre se le debe llamar. Este Nombre Divino es misterioso como Dios es Misterio. Es, a la vez, un Nombre revelado y como la resistencia a tomar un nombre propio, y por esto mismo expresa mejor a Dios como lo que Él es, infinitamente por encima de todo lo que podemos comprender o decir: es el "Dios escondido" (Isaías 45, 15), su nombre es inefable (Cf Jueces 13, 18), y es el Dios que se acerca a los hombres. Al revelar su nombre, Dios revela, al mismo tiempo, su fidelidad que es de siempre y para siempre, valedera para el pasado ("Yo soy el Dios de tus padres", Éxodo 3, 6) como para el porvenir ("Yo estaré contigo", Éxodo 3, 12). Dios, que revela su nombre como "Yo soy", se revela como el Dios que está siempre allí, presente junto a su pueblo para salvarlo (Catecismo de la Iglesia Católica 203 y 206-207).

La señal del cristiano es la señal de la cruz. En ella murió Nuestro Señor Jesucristo para alcanzarnos la salvación eterna. Así, la cruz se ha convertido en signo de esperanza y de victoria. Es el símbolo de la victoria de Jesucristo, una victoria que descubrimos en la resurrección después de haber visto a Jesús sufrir una aparente derrota, la más cruel. La cruz es el icono de Jesucristo y el indicio de la vida eterna que nos espera. Toda esta riqueza de significado hace que mostremos con orgullo y llevemos con amor este instrumento de tortura que para nosotros es mucho más que eso, es un instrumento de amor. La cruz que llevamos y la cruz que señalamos, sobre la frente o el pecho, es símbolo de aquella que nos pide tomar Jesucristo para ser sus discípulos auténticos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mateo 10, 38; 16, 24; Marcos 8, 34; Lucas 9, 23; 14, 27). Los contemporáneos de Jesús no entendieron aquella petición que sólo se aclaró cuando vieron al Maestro morir sobre una cruz y resucitar. Entonces comprendieron que el secreto del seguimiento de Cristo está en morir a sí mismo para tener vida (Marcos 8, 35); perder la vida por Jesucristo y por su Evangelio es salvarla.



En el capítulo 9 (versículos 4-7) del libro del profeta Ezequiel, encontramos un texto enigmático donde aparece por primera vez la señal de la cruz. Es el primer lugar de la Biblia en que se cita esta palabra. Dios envía un castigo contra los idólatras, pero respeta a los que han recibido la señal de la cruz en su frente, aquellos que no compartieron las idolatrías y las abominaciones. En el libro de los Números se nos relata una situación similar que el propio Jesucristo interpreta como un símbolo de lo que será la salvación por la cruz (Juan 3, 14-15). Dios había castigado con mordeduras de serpiente al pueblo de Israel que caminaba por el desierto y no dejaba de quejarse contra Dios. Habían muerto ya muchos israelitas y pidieron perdón a Dios. Moisés intercedió por el pueblo y Dios le dijo que hiciera una serpiente de bronce y la pusiera sobre un mástil. Los que miraran a la serpiente de bronce quedarían curados: “Hizo Moisés una serpiente de bronce y la puso en un mástil. Y si una serpiente mordía a un hombre y éste miraba la serpiente de bronce, quedaba con vida” (Números 21, 9). Los israelitas tentaron al Señor (I Corintios 10, 9), como tantos hombres lo han seguido tentando y desafiando a lo largo de la historia. La cruz de Jesucristo es la respuesta misericordiosa de Dios a la rebeldía del hombre: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna” (Juan 3, 14-15).

La cruz de Jesucristo es, a la vez, la señal del libro de Ezequiel para los que aman a Dios y están libres de culpa y, al mismo tiempo, la serpiente de bronce de Moisés para que los pecadores puedan volver a Dios. Estos últimos, sin la cruz, estarían perdidos para siempre, sufriendo en sus vidas los efectos de la desobediencia a Dios. Pero Él canceló nuestros cargos (Colosenses 2, 14). Llevar la cruz es llevar el signo de salvación y de vida eterna que Dios nos ha entregado. Hacer la señal de la cruz es manifestar el perdón y la misericordia de Dios. Por ello, en el sacramento de la reconciliación, la absolución de los pecados se acompaña con la señal de la cruz, (Concilio de Trento, 25-XI-1551, Doctrina sobre el sacramento de la penitencia, cap 3. 5 y 6; Dz 896 y 899-902): “La fórmula sacramental: “Yo te absuelvo …”, y la imposición de la mano y la señal de la cruz, trazada sobre el penitente, manifiesta que en aquel momento el pecador contrito y convertido entra en contacto con el poder y la misericordia de Dios” (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica post-sinodal Reconciliatio et Paenitentia 31, 2-XII-1984).

La cruz es signo de obediencia. Jesucristo muere en ella por obediencia a la voluntad de Dios. San Pablo lo ilustra perfectamente en el himno cristológico de su epístola a los filipenses: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2, 5-11). San Pablo nos invita a apropiarnos de la humildad y la obediencia de Jesucristo, a hacerlas nuestras. La obediencia humilde es signo de auténtica presencia de Dios en el alma, es indicio de santidad auténtica. La obediencia de Cristo fue la que nos redimió. María también obedeció (Lucas 1, 38). La Iglesia es obediente a la revelación de Dios en Jesucristo y esta obediencia amorosa requiere muchas veces de la cruz vivida por amor. Obedecer es amar (Juan 14, 15; 14, 21; 14, 23; 15, 24) y, muchas veces, es también sufrir, pero este sufrimiento en la obediencia nos asocia a la cruz de Jesucristo y hace más auténtico nuestro seguimiento del Maestro de Nazaret, Dios y hombre a la vez. La cruz sin obediencia es cruz sin Cristo.

La cruz es signo de persecución e incomprensión. Los hombres de tiempos de Jesús querían que bajase de la cruz para creer en Él (Mateo 27, 42; Marcos 15, 32), querían la salvación sin la cruz (Marcos 15, 30), y parece que esta tendencia continúa muy arraigada en el hombre. Así lo señala el Papa Juan Pablo II en el número 1 de la Carta Encíclica Ut unum sint: “¡La cruz! La corriente anticristiana pretende anular su valor, vaciarla de su significado, negando que el hombre encuentre en ella las raíces de su nueva vida, pensando que la cruz no puede abrir ni perspectivas ni esperanzas: el hombre, se dice, es sólo un ser terrenal que debe vivir como si Dios no existiese”. También a los cristianos nos toca esta tentación de rechazar la cruz. Queremos creer, pero con una fe sin cruces. Queremos salvación, pero salvarnos sin renunciar a nada, mucho menos a nosotros mismos. Volvemos a ver la cruz como un signo de oprobio. Sin embargo, sin cruz, ni la salvación ni la fe son auténticas. Si queremos ser seguidores de Jesucristo, tenemos que aceptar la cruz, pero viéndola ya como un signo de gloria, como san Pablo: “En cuanto a mí ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!”(Gálatas 6,14). Es signo de gloria porque en ella está la salvación y el centro de nuestra fe. La primera predicación de la Iglesia, según podemos ver en el anuncio del kerigma en los Hechos de los Apóstoles, se centra en la crucifixión y resurrección de Jesucristo (Hechos 2, 23-24; 3, 15; 4, 10; 5, 30). La cruz es el signo de los verdaderos seguidores de Jesucristo, de los ciudadanos del Cielo (Filipenses 3, 18-21).

Si la señal de la cruz nos distingue como cristianos, hay otro elemento que también nos debe distinguir: aquel por el que todos deben conocer que somos discípulos de Cristo, el amor: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Juan 13, 34-35). Amar como nos amó Jesucristo significa dar la vida por los demás. Este debe ser el signo de los cristianos. La cruz debe ir siempre acompañada del amor. Jesucristo murió en ella por amor a los hombres y nosotros hacemos de ella un signo del amor de Dios a cada ser humano y de nuestro deseo sincero de imitar ese amor de Dios a cada hombre. El amor a nuestros hermanos nos exige un sacrificio que va unido a la cruz de Cristo, y la cruz de Cristo nos exige una respuesta continua que no puede hacer a un lado el amor al prójimo. La cruz es signo de unidad (Efesios 2, 16), de paz y reconciliación (Colosenses 1, 18-20). Junto a ella encontramos a María, nuestra Madre amorosa, entregada a nosotros por Jesucristo en un acto de amor muy especial (Juan 19, 25-27).

Cuando nos santiguamos haciendo sobre nosotros la señal de la cruz, nos señalamos como miembros de Jesucristo y de su Iglesia; ponemos a Dios en nuestra vida; le ofrecemos lo que somos, hacemos y tenemos. Mostrar la cruz es predicar que hay que morir para tener vida. Los primeros misioneros que llegaron a América usaban cruces grabadas para enseñar la fe. La cruz es signo de fe auténtica, de esperanza cierta, de amor sincero y generoso. Es resumen de la enseñanza de Jesucristo. Todos estos significados sobre los que hemos reflexionado están presentes cuando hacemos la señal de la cruz. Hacer ese signo sobre nosotros o portarlo en el pecho es ofrecer a Dios nuestra vida y manifestar al mundo nuestro deseo de seguir e imitar a Jesucristo. Santiguarse o signarse es la primera oración del cristiano.


viernes, 10 de agosto de 2012

La perseverancia, un don especial


A veces se viene como un cansancio, una flojera, como una desgana espiritual y entonces tenemos que pedir este don.



Dice el refrán: "El que persevera alcanza". De nada nos sirve empezar con mucho afán algo que queremos lograr si no tenemos perseverancia. La mitad de los anhelos en nuestra vida se nos quedan en eso, en anhelos, en deseos, en sueños no realizados... y si analizamos bien el por qué no se hicieron realidad fue porque nos faltó perseverancia.
La perseverancia es la firmeza y constancia en la ejecución de los propósitos y en las resoluciones del ánimo. Cuanta cosa emprendemos en la vida tienen que tener perseverancia pues sin ella, todo lo emprendido se irá diluyendo como agua en nuestras manos, como humo en el azul del cielo. El ánimo resuelto ante una cosa que emprendemos y la voluntad firme nos llevará al éxito.
Cuando fracasamos no solemos reconocer que generalmente fueron la falta de esos factores, tan importantes y necesarios, lo que hizo que no llegáramos a obtener los resultados que esperábamos. Siempre encontramos otras causas para "echarle la culpa" a nuestras derrotas, a nuestras frustraciones. Nada podemos lograr sin disciplina y perseverancia, en lo físico, en lo intelectual como en lo espiritual. Nadie logrará tener un cuerpo bien modelado o poderosamente musculoso sin hacer ejercicio día con día, no le va a bastar correr y sudar, o pasarse todo un día en el gimnasio si es tan solo por una sola vez.
No le va a bastar al que quiere cultivar su mente leer todo un día cuanto libro tenga a su alcance si no lo vuelve a repetir, si no impone una vida de constante lectura y estudio y no adelantaremos en nuestra vida espiritual sin tan solo nos dejamos llevar por arrebatos místicos, con promesas a Dios de rezar más, de amar más a nuestro prójimo y tener una vida más apegada a los sacramentos, de ir más a la iglesia si todo esto es como "llamarada de petate", como algo que empezamos con mucho ímpetu y ardor y enseguida nos cansamos y pronto olvidamos todo ese entusiasmo porque eso cuesta, porque nos está pidiendo un gran esfuerzo, porque esos proyectos nos piden disciplina y perseverancia.
En el aspecto espiritual tal vez haya personas que al mirar su vida pasada encuentren una trayectoria directa con Dios a pesar de las caídas y miserias naturales de la debilidad humana, pero... ¿y la perseverancia final?
A veces con los años se viene como un cansancio, como una flojera, como una desgana espiritual. Ya no hay el ardor juvenil, se fueron los días en que el alma ponía en juego toda su fuerza para los sacrificios y la voluntad estaba al servicio de la fogosidad del espíritu para agradar a Dios. Es el momento del peligro. Peligro de abandonar el estar en pie de lucha.
El enemigo, el demonio ha esperado mucho tiempo, muchos años ese momento, este atardecer de nuestra vida, este estado de pereza espiritual. Ha esperado y ya saborea su triunfo al vernos flaquear, al ver nuestra tibieza, como poco a poco vamos dejando a un lado el sentido de nuestra fe y llenándonos de dudas acabamos por permanecer indolentes a todo lo referente a nuestra vida espiritual.
Ante esta circunstancia, pidamos como un don especial, que acompañe hasta nuestro último día la perseverancia final.

Autor: Ma Esther De Ariño

lunes, 30 de abril de 2012

La señal de la Cruz



Ya desde el Antiguo Testamento se habla referente a un signo en la frente (Ezequiel 9:4), que es el signo de la Tau, que se ordena poner sobre los buenos que era una pequeña cruz o equis de la antigua escritura fenicio-samaritana. La Tau «T» es la última letra del alfabeto hebreo. Decimonona letra del alfabeto griego, que corresponde a la que en el nuestro se llama «te».

También con ocasión del éxodo un signo especial sirvió para proteger a los israelitas contra el ángel exterminador (Éxodo 12:23). Padres de la Iglesia como Tertuliano ya desde el siglo II han visto en esta señal un tipo del carácter bautismal del cristiano, destinado por vocación a la vida eterna.

"En todos nuestros viajes y movimientos, en todas nuestras entradas y salidas, al ponernos nuestros zapatos, en el baño, en la mesa, al prender las velas, al acostarnos, al sentarnos, cualquiera que sea nuestra ocupación, nos marcamos la frente con el signo de la cruz ". (1)

Y después San Cirilo de Jerusalén haciendo eco a Tertuliano también escribía:

“Debemos hacer el signo de la cruz cuando comemos y bebemos, nos sentamos, vamos a la cama, nos levantamos, hablamos, caminamos, en suma: en cada acción (2)


No se sabe exactamente cuando empezaron los cristianos primitivos a signarse con el signo de la Cruz, pero estos testimonios nos dicen que esta es una practica cristiana muy antigua, encontrada también en sarcófagos y pinturas e iconos muy antiguos, y del cual muchos Padres recomendaron este signo en los exorcismos por su eficacia contra todo tipo de molestia demoníaca (3). Por eso satanás odia este signo, y cuando nosotros lo hacemos o el sacerdote lo hace, los demonios huyen. Hacer la señal de la cruz en los momentos de tentación y la confusión es de gran beneficio espiritual.

Este tipo de signo de la cruz se hacia en la frente, y nada mas con el pulgar. Aun vemos esta modo de santiguar cuando en la lectura del Evangelio el sacerdote signado los Evangelios con el pulgar, antes de leer. Luego esta forma de signarse se extendió hacia la boca, y hacia el corazón con algunas variantes en la Iglesia griega y en la Latina, en sus significados, como en el modo acomodar los dedos, pero que en ultima instancia significan lo mismo, i.e., amar a Dios con todo el corazón, alma, mente y fuerza. (Cf. Mat 22:37).

En la práctica ortodoxa en general, se utiliza la mano derecha. El pulgar, índice y dedo medio son llevados a un punto. Entonces se colocan en la frente después de esto se mueve hacia el plexo solar, hacia el hombro derecho y horizontalmente a través de a la izquierda. El pulgar, el dedo índice y el dedo medio son unidos para simbolizar la Santísima Trinidad, mientras que el dedo anular y el meñique se contraen en la palma de la mano para representar las dos naturalezas de Cristo. (4) 



En la costumbre de la Iglesia Latina utilizamos los tres dedos empleamos la mano derecha, colocando los dedos índice doblado detrás del pulgar, para formar una cruz, la cual representa las dos naturalezas de Cristo, y los tres dedos verticales representan a la Santísima Trinidad.

En la cultura latinoamericana acostumbramos besar la cruz que formamos con el pulgar y el índice al decir “Amen” como signo de veneración a la Cruz de Cristo y a la Trinidad. Sin embargo algunos teólogos siguieren que debe ponerse la palma de la mano activa en el pecho, como lo hacen muchos sacerdotes en la Misa. La mano extendida con los cinto dedos representan las cinco llagas de Cristo.




¿Que significa?

1. Es un sacramental: Se llaman sacramentales los signos sagrados instituidos por la Iglesia (no inventado por ella) cuyo fin es preparar a los hombres para recibir el fruto de los sacramentos y santificar las diversas circunstancias de la vida. (5)

2. Es un signo de nuestra redención, y un emblema del amor de Dios hacia los hombres. (Un signo es algo que nos revela sensorialmente una realidad ulterior).

3. Es un símbolo de pertenencia a Dios por el bautismo. (Un signo “significa” algo, y un símbolo “simboliza” algo. Los signos pueden ser comprendidos por los seres humanos y, algunos, por los animales; los símbolos no. Los signos señalan; son específicos de un cometido o una circunstancia. Los símbolos tienen un significado más amplio y menos concreto como el símbolo de los apóstoles ,“El credo”).

4. Es una arma contra la tentación, y acechanzas del demonio.

5. Al hacer el signo de la cruz estamos profesando nuestra fe al crucificado, (como cuando nos signamos al pasar un templo católico).

“El cristiano comienza su jornada, sus oraciones y sus acciones con la señal de la cruz, "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén". El bautizado consagra la jornada a la gloria de Dios e invoca la gracia del Señor que le permite actuar en el Espíritu como hijo del Padre. La señal de la cruz nos fortalece en las tentaciones y en las dificultades.” (6)


Que no es.

-No es algo mágico, pese a que es un signo poderoso para ser usado en modo supersticioso.

-No es para usarse en publico, sino en nuestra relación personal con Dios, independientemente de que nos identifique como cristianos católicos.

-No es para hacerse a la carrera, o en garabato.


Santiguar, signar o persignar, ¿cuál es la diferencia?

Del catecismo escrito por el P. Gaspar Astete:

P.: ¿Qué cosa es signar?

R: Hacer tres cruces con el dedo pulgar de la mano derecha, la primera en la frente; la segunda, en la boca; la tercera, en los pechos, hablando con Dios nuestro Señor.

P.: Mostrad cómo.

R.: Por la señal de la santa Cruz + de nuestros enemigos + líbranos Señor Dios nuestro +

P.: ¿Por qué os signáis en la frente?

R: Porque nos libre Dios de los malos pensamientos.

P.: ¿Por qué en la boca? R: Porque nos libre Dios de las males palabras.

P.: ¿Por qué en el pecho?

R: Porque nos libre Dios de las malas obras y deseos.

P.: ¿Qué cosa es santiguar?

R: Es hacer una cruz con los dos dedos de la mano derecha desde la frente hasta el pecho y desde el hombro izquierdo hasta el derecho invocando a la Santísima Trinidad. (O cuando el sacerdote da la bendición final)

P.: Mostrad cómo.

R: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amen. (7)

En Latín:

"In nomine Patris" ("En el nombre del Padre")

"et Filii" ("y del Hijo")

"et Spiritus Sancti" ("y del Espíritu Santo").

Persignarse: Significa hacer una combinación de ambas señales anteriores, es decir de signarse y santiguarse, (como cuando se va a proclamar el Evangelio).

“Por la señal de la Santa Cruz,
de nuestros enemigos,
líbranos Señor Dios nuestro.
En el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.”

Es como si dijéramos: "atención, en este momento nos va a hablar Cristo Jesús, nuestro Señor, al que pertenecemos desde el Bautismo.

Cuando trazamos la cruz por nuestro cuerpo, hacemos la invocación a nuestro Dios, al Padre, Su Hijo y el Espíritu Santo, es un signo de nuestra de la fe y de la Iglesia; es por tanto un "mini-credo", que afirma nuestra creencia en el Dios uno y trino, y una oración por la que uno Lo invoca. Con las debidas disposiciones, una indulgencia parcial se obtiene.

Este es un gesto sencillo pero lleno de significado y muy poderoso, es un signo de pertenencia. Cuando entramos en los templos católicos, para ira a Misa o para orar, generalmente hay pequeños contenedores con agua bendita, con la cual nos signamos, estos representa nuestra pila bautismal. Al signarnos con esta agua bendita estamos recordando que somos Cristianos, que Cristo es el origen de mi existencia natural y espiritual, y renovamos nuestras promesas bautismales, rechazando al diablo y a sus tentaciones.

El primero que hizo la "señal de la Cruz" fue el mismo. Cristo, que "extendió sus brazos en la cruz".


¿Cuando debemos hacer la señal de la cruz, o santiguarnos?

Pues como lo ensañaron los primeros cristianos, y los catecismo, es decir, en todo lugar cuando sea necesario hacerlo.

  • Al iniciar el día.
  • Al iniciar nuestras oraciones.
  • Nos santiguamos en los momentos que necesitamos de fortaleza, invocando a la santísima Trinidad.
  • Nos santiguamos para la concientización de nuestra pertenencia a la santísima Trinidad.
  • Nos santiguamos al pasar un templo católico en señal de respeto al la presencia Eucarística de Cristo y en el Altar.
  • Nos santiguamos cuando recibimos la bendición de un sacerdote para manifestar nuestra humildad a la acción del Espíritu Santo, y lo mas adecuado es inclinar la cabeza.


¿Como se debe hacer la señal de la Cruz?

Se debe hacer con todo respeto, reconociendo nuestra finitud ante la majestad divina, no se debe de hacer de un modo mecánico, sin sentido, o apresurado. Tampoco se debe hacer este gesto sin la invocación a la Santísima Trinidad, de lo contrario seria un gesto sin sentido, por tato debe ser hecho este signo de una forma consiente y respetuosa.


¿Haces la Señal de la Cruz?

Hazla bien.

Nada de un gesto desfigurado, apresurado, sin ningún sentido. 

No.

 Haz una Señal de la Cruz de verdad, lenta, amplia, de la frente al pecho, de un hombro al otro?
¿Sientes cómo te envuelve ese gesto?

Concéntrate.

Reúne en esa Señal, todos tus pensamientos y tu corazón.
Sentirás entonces, cómo te cautiva, te salva, te santifica.

¿Por qué?

Es la señal del Todo, de la Redención.
En la Cruz, Jesús salva a la humanidad entera.
Por ella, santifica a todos los hombres hasta lo más profundo de su ser.

De esa manera hacemos la Señal de la Cruz: 

Antes de la oración, para que, acallando los ruidos
nos prepare y nos embargue por entero:
corazón, imaginación, voluntad.

Después de la oración
para que permanezcan en nosotros las gracias recibidas.
En la tentación, para que nos fortalezca.
En el peligro, para que nos proteja.
Para bendecir, para que, la plenitud de la vida divina penetre nuestra alma,
la fecunde y consagre todas sus potencias.

Piensa en esto cuando haces la Señal de la Cruz.
De todos los símbolos, este es el más santo.

Hazla bien, lenta, amplia, con atención.
Así envolverá todo tu ser, interior y exterior, pensamientos y voluntad, corazón y sentidos, todo.
Lo fortalecerá, lo santiguará, lo santificará, con la fuerza de Cristo, en el nombre de Dios, en tres Personas.

 Romano Guardini


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Bibliografía:

(1). De Corona. 3 
(2). Catequesis, 4, 14 
(3). Lactantius, Inst., IV, 27, P.L., VI, 531 sq.; San Atanasio, De Incarn. Verbi.,n.47, P.G., XXV,180; San Basilio, In Isai., XI,249, P.G., XXX,557, Cirilo de Jerusalén, Cat.,XIII,3 col.773; Gregorio Nazianzen, Carm. Adv.iram,v,415 sq.; P.G., XXXVII, 842 (Enciclopedia católica)
(4). http://orthodoxwiki.org/Sign_of_the_Cross
(5)Catecismo católico #1677
(6). Catecismo católico #2157
(7) http://www.mercaba.org/FICHAS/CEC/catecismo_astete.htm
http://conocetufe.blogspot.com.es/2011/06/la-senal-de-la-cruz.html