En la vida espiritual, el lenguaje que utilizamos refleja
íntimamente nuestro corazón. Veamos como ejemplo las oraciones dirigidas a
Dios. ¿Decimos nuestras oraciones o rezamos en íntima relación con Dios? La
primera opción es como decir: «He hablado con mi esposa», la segunda es más
cercana a decir «Mi esposa y yo tuvimos una estupenda cena juntos». La oración,
cuando es expresada en términos impersonales representa y anima aspiraciones
impersonales, mismas que luego pueden llevar a intentar orar de manera
impersonal... y la oración impersonal no es oración porque se reduce a una
persona diciendo cosas, más que a un encuentro real con Dios.
Esto es lo que Santa Teresa de Ávila opinó sobre «decir» las
oraciones:
Hablo de la mental como de la oral: siendo oración, debe ser
hecha prestando atención; porque quien no considere con quién está hablando y
lo que pide y quién es la que pide y a quién se lo pide, conoce muy poco sobre
la oración, no importa que tanto mueva sus labios. Y aunque algunas veces la oración
es hecha sin haber advertencia real, este prestar atención es requisito en
otras ocasiones. Pero quienquiera que se acostumbre a hablar con la majestad de
Dios, como si estuviera hablando con su esclavo, sin considerar si habla con
propiedad o no, sino que habla sólo lo que primero le viene a la cabeza o lo
que haya aprendido de memoria por haberlo repetido en otras ocasiones – yo no
considero que esto sea oración.
Hace poco vi un video en YouTube sobre el tema de la oración
–específicamente sobre Lectio Divina – realizado por un sacerdote muy popular,
pero actualmente disidente (digo «actualmente» porque siempre hay esperanza).
Siempre que oigo a cualquier persona hablar sobre la Lectio Divina, en
particular, pero también sobre otros métodos de oración, escucho con mucho
cuidado para comprobar rápidamente si debo o no apoyarme con entusiasmo en
ella, o si, por el contrario, debo encontrar algo mejor qué hacer. Lo que busco
descifrar es simple: si el discurso se enfoca en el método o en la relación que
es asistida por el método. ¿Está solamente haciendo énfasis en las técnicas y
los «pasos» – o me está ayudando a entender cómo profundizar mi relación con
Dios? Este sacerdote del video –cuyo corazón parece por ahora desconectado de
la viña – habló sólo en términos mecánicos/técnicos en vez de utilizar un
lenguaje que reflejara una intimidad real con el Señor. Quedó claro que éste no
era el lugar para buscar comprender en profundidad el verdadero espíritu de la
Lectio divina o de cualquier otra forma de oración.
Es una lección para todos nosotros. Si en nuestra oración
somos dados a las expresiones impersonales, ¿puede esto indicar que necesitamos
afrontar el reto en nuestra propia vida de fe? ¿Podría esto reflejar que
nuestra relación con el Señor es también impersonal y, por tanto, no es una
relación vivencial? Claro, podemos conocer nuestro método, «decir» nuestras
oraciones y parecer devotos (éstas son cosas buenas), pero tendríamos un largo
camino por recorrer para vivir la vida de oración de la cual hablan los
místicos. Y ciertamente nos encontramos distantes del mensaje de Jesús en Juan
14, cuando dice: «el que permanece en mí, el que permanece en mi amor, Yo
permaneceré en él... y me manifestaré a él».
Jesús no es simplemente una idea, un principio etéreo, un
Dios distante para quien debemos «actuar» con el fin de agradarlo o
apaciguarlo. Él no es el Dios que requiere una danza de la lluvia con brincos,
movimientos, disfraces y ritmos especiales. Él no es un dios falso de Baal que
pide efervescencia a través de los actos vacíos de una piedad distorsionada – o
de cualquier otra forma de acción externa que en esencia es sólo la
representación de una tarea o de un deber ejercido a cambio de favores de parte
de Dios: «Acabo de decir las palabras, aquí está mi fórmula mágica, ahora, por
favor haz lo que te pido». Eso no es oración.
En marcado contraste, la oración en las mentes y los
corazones de los místicos es expresada como analogía de lo que es la intimidad
esponsal -el acoplamiento con el otro en un nivel que solamente es reflejado
efectivamente en el amor de los esposos. Por supuesto no estoy hablando aquí
del acto sexual, sino de lo que el Beato Juan Pablo II llamaba la más alta
expresión de uno mismo. Porque en ese acto conyugal, en esa comunión, en esa
unidad de ser sólo uno, en esa donación mutua es donde encontramos la
vulnerabilidad, la intimidad y el gozo que sobrepasa cualquier otra analogía
que pudiéramos utilizar para poder realmente comprender lo que significa tener
y perdurar en una relación con Dios.
Rezo para que puedan «decir» sus oraciones, pero que éstas
sean mucho más que simples pensamientos que ustedes pongan en palabras. Rezo
para que, a través de su vida de oración, puedan llegar a conocer realmente al
Señor, no como a alguien a quien simplemente le hablan, sino como alguien a
quien aman... y quien específicamente ama a cada uno, personalmente,
verdaderamente, por siempre.
1 comentario:
Me gustó tu post !..
Para mí, rezar ... es abrir el corazón a alguien a quien amo...
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