martes, 4 de febrero de 2014

Vocación Benedictina

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Vocación Benedictina
Vocación Benedictina
San Benito, Patriarca de los monjes de Occidente, nació a finales del siglo V. Cuanto conocemos de su vida y obra se lo debemos a San Gregorio Magno que le dedicó el Libro II de sus Diálogos.

San Benito de Nursia fue un “verdadero gigante de la Historia” (Juan Pablo II). Su figura “resplandece fulgurante como astro en medio de las tinieblas de la noche y es honra de Italia y de toda la Iglesia” (Pío XII). Escribió una Regla de vida monástica que “es el más excelente tratado de vida ascética que ha perseverado incólume durante siglos y conserva su lozanía en el momento actual” (Cardenal Marcelo González Martín).

Nuestro Monasterio de Benedictinas vive según esta Santa Regla, eminentemente cristocéntrica.

Historia

El Monasterio de Madres Benedictinas de Cuenca fue fundado, bajo la advocación “Santa María de la Expectación”, por el Doctor Don Pedro de Vamonde, Obispo entonces de Mondoñedo, el 5 de agosto del año 1448.

La elección canónica se realizó el 14 de diciembre del mismo año. Era Obispo de la ciudad Don Lope de Barrientos.

Desde la fundación siempre se ha mantenido en él sin interrupción la vida benedictina, con la única excepción del período comprendido entre los años 1936-1939 en el que las monjas fueron expulsadas del Monasterio a causa de la guerra civil. Finalizado el conflicto, regresaron a él y comenzaron la restauración.

Hoy forman la Comunidad 44 monjas. Están dedicadas a la oración y al trabajo que realizan principalmente en la Enseñanza.
Por la oración, acogida y trabajo la Comunidad desea ser “foco de irradiación” de vida evangélica, tanto en la ciudad como en la diócesis.

Vida de comunidad

Los valores vividos en nuestra Comunidad los podríamos resumir en la siguiente máxima: “No anteponer nada al amor de Cristo”. En ella se encuentra concentrada la esencia de la vida monástica.

Ésta se desarrolla en torno a la oración y al trabajo en una comunidad fraterna donde se ayuda a buscar a Dios y donde el “buen celo” -que diría San Benito- es la ley de todas las relaciones, buscando con “acendrada caridad”, no lo que se juzga útil para sí sino para los demás, anticipándose a honrarse unos a otros, prestándose obediencia a porfía,... Todo se lleva a cabo mediante gestos sencillos de servicio mutuo, fidelidad cotidiana, atención reconocida a cada uno.

La comunidad monástica no permanece cerrada en sí misma, sino abierta y solidaria con toda la humanidad.

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