A comienzos de 2000, el convento de Lerma reventaba por sus costuras. Mientras Verónica se dedicaba a entrenar a las candidatas, Blanca comenzó a mover sus hilos. A sondear las posibilidades de conseguir un espacio más grande. Y entonces Antonio María Rouco Varela, príncipe de la Iglesia, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal, entró en escena.
"Muchos obispos estarían encantados de colgarse la medalla ante el Vaticano de contar en su diócesis con el convento con más vocaciones de Europa. Y Rouco, que controla todo lo que pasa en la Iglesia española, no fue una excepción", explica un religioso. "Fue de los primeros en cortejarlas. Comenzó a visitarlas con frecuencia y diseñó un plan de estudios que les sería impartido por profesores de la Facultad de Teología de San Dámaso (la más reaccionaria y dirigida por su sobrino, Alfonso Carrasco Rouco) para formarlas de acuerdo a su concepción de la Iglesia. Y ordenó a las parroquias de su archidiócesis que orientasen las vocaciones femeninas en dirección a Lerma. Algo similar hizo la reaccionaria diócesis de Getafe, que domina el sur de Madrid. Rouco llegó a comisionar a su mano derecha, el más brillante de sus monseñores, el ya fallecido Eugenio Romero Pose, para que oficiara de pastor de las hermanas. Lo haría hasta su muerte en 2007.
Y por fin, en 2002, Rouco lanzaba su envite: ofrecía a las monjas de Lerma unos terrenos a las afueras de Madrid, en la carretera de Colmenar Viejo a Guadalix de la Sierra, para que construyeran un nuevo convento. Del proyecto se encargaría el arquitecto-estrella Santiago Calatrava. Llegó a esbozarlo. "Estaba muy ilusionado", confirman en su estudio. El único problema es que los terrenos ofrecidos eran rústicos y había que recalificarlos, una misión complicada, dado el carácter ecológico del paraje y la poca predisposición de los ediles de Colmenar. Además, el fastuoso y poco funcional proyecto de Calatrava, cuyo coste de realización se estimaba en 12 millones de euros, se escapaba al magro presupuesto de las monjas. Y lo que es más importante: Verónica no estaba dispuesta a abandonar la provincia de Burgos. No quería perder el efecto Lerma. El proyecto cayó por su peso. Y Rouco se llevó un disgusto. Se le habían escapado las clarisas.
Durante los dos años siguientes, las monjas continuaron su búsqueda en torno al territorio de sor Verónica. En 2004, durante una conversación de sor Blanca con los superiores de sus hermanos franciscanos, tras relatarles sus apreturas, éstos le ofrecieron una suma de dinero. Blanca rebatió: "¡No me deis limosna; dadme el monasterio de La Aguilera!" La abadesa se refería a un viejo y olvidado noviciado de los franciscanos a 10 kilómetros de Aranda, contiguo al santuario y a la tumba de San Pedro Regalado. En el destartalado monasterio malvivían cuatro ancianos frailes. La dirección de los franciscanos se hizo de rogar y unos meses más tarde cedió por 30 años el uso del monasterio a las clarisas de Lerma mediante un contrato de comodato. Verónica y Blanca lo habían conseguido. Su sueño se comenzaba a cumplir.
El nuevo monasterio ha supuesto un paso de gigante en su ambición. Aquí están materializando su forma de entender la Iglesia. Todo es moderno, limpio, diáfano y bien iluminado. La energía se obtiene con paneles solares. El torno ha dejado paso a las cámaras de seguridad. Las rejas han desaparecido: "Como estamos en obras, es imposible ponerlas; cuando acabemos� ya veremos qué hacemos", aclara la abadesa.
San Pedro Regalado está aún coronado por tres grandes grúas. La finca es un hervidero de obreros. Al caer la tarde, las novicias corretean por la huerta ataviadas con batas grises y tocas blancas mientras juegan al fútbol, al baloncesto o al escondite por prescripción facultativa de sor Verónica.
Pero en 2005, cuando Verónica y Blanca cruzaron el umbral de La Aguilera se dieron de bruces con un destartalado caserón con escaso interés arquitectónico, sucio, sin calefacción y rodeado por una finca baldía. No había baños ni agua caliente. La iglesia estaba horadada por termitas, y las cubiertas, a punto de ceder. El presupuesto para habitarlo era de tres millones. ¿De dónde sacarlos? Dios aprieta, pero no ahoga. Sor Blanca llamó a uno de sus benefactores.
Luis Alberto Salazar-Simpson, de 66 años, abogado, empresario, consejero del Banco Santander y emparentado con Rodrigo Rato, recuerda cómo conoció a las clarisas de Lerma: "Fue a finales de los setenta, yo era gobernador de Vizcaya y un día me llamaron y me dijeron que no tenían ni para comer y empecé a ayudarlas. Me gusta la vida contemplativa. Hacen un producto del que nadie se acuerda: rezan por los demás. Pedí dinero a mis amigos y les echamos una mano, y en unos años se produjo la explosión de vocaciones. Entraron 100 en 12 años y no cabían; ni siquiera podían atender a las hermanas ancianas. Surgió lo de los terrenos de Colmenar, que era una locura, y luego lo de La Aguilera. Me gustó. Y nos pusimos manos a la obra".
Con los tres millones de euros de la indemnización que obtuvo tras su cese como presidente de la operadora telefónica Amena, que fue comprada el 27 de julio de 2005 por France Telecom, Salazar-Simpson constituyó en esa fecha una fundación a la que bautizó Ora et Educa, cuyo objetivo sería "contribuir a los fines de las reverendas madres clarisas y a la rehabilitación para su alojamiento del convento de San Pedro Regalado en La Aguilera, Burgos".
El primer proyecto de reconstrucción del monasterio estaba presupuestado exactamente en los tres millones de euros de "don Luis Alberto". Las obras comenzaron en 2006. Se derribó el interior del convento. Se repararon las cubiertas. Se cubrió un viejo claustro y en la planta baja se crearon cocinas, una zona industrial para fabricar dulces, aulas y despachos. La bella iluminación fue sufragada por Endesa. En las dos plantas superiores se construyeron 100 celdas de 10 metros cuadrados, con cama, mesa y reclinatorio; cada una con su ventana y un baño para cada dos hermanas. Pronto se convirtieron en las obras de nunca acabar. Las hermanas querían más. "Ya sabe cómo son las mujeres cuando se meten en obras", bromea un benefactor. El primer presupuesto de tres millones de euros se iría deslizando hacia los cuatro, y después, a los cinco millones. El cuarto saldría de los ahorros de las monjas, y el último, de una fundación del Banco Popular.
Tres años y medio después, la huerta se encuentra aún empantanada entre ladrillos, andamios y hormigoneras. De la mano del Banco Popular (ligado históricamente al Opus Dei), de uno de sus arquitectos, "especializado en diseño eclesiástico", y su generosa financiación, las clarisas han acometido además la construcción de un locutorio con capacidad para 400 personas, una hospedería, aseos para los visitantes, una sofisticada zona de bienvenida e, incluso, una nueva iglesia. El presupuesto de la segunda fase se elevaría, según fuentes del proyecto, a otros cinco millones de euros.
Por fin, el pasado 8 de junio, un centenar de hermanas inauguraban el convento. Una treintena más permanece en Lerma. Irán rotando. Se trata de que la comunidad no pierda un ápice del estilo acuñado por Verónica. Según su definición, "es una sola comunidad con dos sedes y una sola abadesa". Ella. Un hecho inédito en la Iglesia que les ha concedido su jefe, el cardenal Franc Rodé, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, el ministerio vaticano que ordena la vida de los religiosos. Rodé, que tiene autoridad sobre 3.600 conventos de clausura en el mundo, conoce el "milagro de Lerma". Visitó a las monjas en abril de 2006, las sondeó una por una en su perfecto español y se quedó impresionado con su alegría, espiritualidad y formación intelectual. Ellas le brindaron su repertorio; le regalaron discos y pasteles. Y se lo metieron en el bolsillo. Mientras se alejaba de Lerma degustando las trufas de chocolate de las clarisas, el cardenal se confesó impresionado con ese florecimiento de vocaciones. Y tomó nota.
Tres años después, un monseñor del ministerio vaticano explica con su lenguaje alambicado esa anómala decisión de que una abadesa gobierne dos conventos: "Dada la situación particular de esta comunidad, el elevado número de religiosas, muchas con una edad elevada que necesitan ser atendidas por hermanas enfermeras; de 60 jóvenes en formación y de muchas formadoras, la abadesa y el capítulo del monasterio solicitaron a la Santa Sede un permiso para que una misma comunidad pudiera vivir en dos casas diferentes, pero con un único gobierno, un solo noviciado y una misma economía. Pretenden mantener el mismo espíritu y ambiente monástico que han tenido hasta ahora. Ante ese número tan gigantesco de religiosas hemos tenido que adoptar medidas excepcionales, que en este caso son por abundancia de vida. Seguramente esta situación particular será por un tiempo limitado. Y si el número de vocaciones sigue creciendo (¡ojalá sea así!), tendremos que tomar otras medidas".
La Aguilera se ha convertido en una sociedad perfecta que es observada con tensa atención por toda la Iglesia. Sin embargo, el futuro de Verónica y de sus hermanas, de las elegidas, está por ver. Es imposible saber la cifra de deserciones. Sus compañeras clarisas de otros conventos las acusan de opacidad y secretismo. No es su principal reproche. Critican el desapego que muestran hacia ellas, su aislamiento de los franciscanos, su autosuficiencia y que se hayan negado a prestar hermanas a otras comunidades en vías de desaparición. Aportan el ejemplo del convento de Briviesca, en la misma provincia de Burgos, que se negaron a reflotar con sangre nueva. Optaron por acoger a las últimas ocho ancianas clarisas que lo habitaban y, a cambio, obtuvieron la propiedad del monasterio, por el que un intermediario pedía hace un año seis millones de euros "para construir un complejo hotelero". Ante esa insinuación de insolidaridad, sor Verónica salta como una pantera: "Por el momento no estamos yendo a otros conventos porque ésta es una familia que se está formando y tiene que estar junta hasta su mayoría de edad. Algún día, quizá�".
Y se desvanece, mística y apasionada; fuerte de carácter y frágil de salud, con los hombros ligeramente caídos. Como si soportara sobre ellos el peso de sus 134 hermanas. Dicen que se alimenta de café. Y que está sobrepasada. Ni ella misma conoce el secreto de Lerma. Pero sigue adelante. Un monseñor lo describe muy eclesiásticamente: "Demasiada gente cuelga del hábito de Verónica. Veremos".
JESÚS RODRÍGUEZ 01/11/2009 . El Pais
3 comentarios:
Espero equivocarme, pero el artículo parece escrito con resquemor hacia las clarisas de Lerma, no sé porque pues tampoco las conozco salvo lo que leí en la prensa. Las ironías contra Rouco o las sospechas sobre la actuación de la abadesa dejadas caer sin dar más datos me hacen dudar, sin embargo, de la rectitud a la hora de escribir este artículo.
La Paz Victor. La verdad que no es imparcial y un cierto hilo de... tiene,pero aporta datos de interés y es bueno que se conozcan todas las opiniones, de ahí el que me lanzara a colgarlo. Un saludo y gracias por tu comentario. Buen año 2010.
es cierto lo que se dice , hay cierta expectacion entre las hnas clarisas de otros conventos ...todo es obra de Dios!!
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