Cuanto más a fondo nos metemos en los calendarios, con mayor claridad vemos que su principal objetivo no era marcar los días sino las celebraciones, en tanto en cuanto son el soporte de creencias que a su vez están al servicio de las buenas costumbres.
Así que si queremos conocernos, si estamos interesados en saber de dónde venimos (y ojalá que también a dónde vamos) deberemos dejarnos llevar por el celendario y detenernos en sus grandes fiestas. Y la del 2 de febrero lo era, y grande.
Cerraba el dilatadísimo ciclo de la Navidad, que empezaba el 8 de diciembre, con la fiesta de la Purísima y acababa con la fiesta de la Purificación de María en el templo. ¿Es casualidad que tanto la puerta de entrada de las Navidades como su puerta de salida coincidan en el mismo concepto? Respecto a la fiesta de la Inmaculada es razonable dudar, pues es de muy reciente incorporación al calendario.
La fiesta de la Candelaria, en cambio, es tan antigua que con buen fundamento se cree que es la conversión al cristianismo de una fiesta pagana de purificación. Por la enorme variedad de tradiciones que giran en torno a esta fiesta, y que con seguridad no nacieron todas con ella, se diría más bien que se trata de una fiesta del tiempo, que debían tener de una u otra forma todas las culturas, y que se aglutinaron en la fiesta de la Candelaria.
Llama la atención que siendo esta fiesta de purificación, haya escorado hacia la luz, hasta prevalecer incluso la denominación que hace referencia a la luz, sobre la que se refiere a los ritos de purificación. Si tenemos en cuenta que hace tan sólo un siglo las candelas eran uno de los más habituales medios de iluminación en las casas, comprenderemos cómo pudo prevalecer la luz en estas fiestas.
El caso es que en la misa de la Candelaria se bendecían velas de varios colores, cada color para un uso, y se repartían a los fieles. Al tratarse de velas bendecidas, no se empleaban para el consumo, sino que se reservaban para usos de carácter religioso.
Se empleaban para prevenirse de los rayos y del granizo en las tormentas, para ahuyentar a las brujas y los malos espíritus, para proteger a la familia de las enfermedades, y también a los rebaños y animales de labranza. La vela blanca se empleaba para las ceremonias religiosas: la procesión del mismo día de la Candelaria, la Semana Santa, etc. La amarilla, para los funerales y para iluminar durante la extremaunción a los moribundos.
En algunos casos las velas las daba la iglesia, proporcionadas por cofradías que se ocupaban del culto a la Virgen de la Candelaria. En otros casos, era el ayuntamiento el que corría con el gasto, y en otros finalmente los mismos fieles tenían su propia fabricación de velas y las llevaban a bendecir a la iglesia.
Esto en cuanto a los ritos y usos relacionados con la luz. Ni que decir tiene, que no eran en absoluto ajenos a la idea de purificación: para las mujeres embarazadas, las que acababan de dar a luz y las que deseaban descendencia, esta festividad tenía una especial significación, y en torno a ella se desarrollaron curiosas tradiciones.
La luz de las velas benditas jugaba un papel importante en la felicidad de los partos y en las oraciones para conseguir marido o para quedar embarazadas. De ahí que en algunos lugares la fiesta de la Candelaria, que era la primera “media fiesta” del año (no era de precepto) se consideraba exclusivamente de mujeres, por lo que no permitían asistir a los hombres (esto vuelve a recordarnos las lupercales romanas).
En otros lugares, finalmente, se hacía la procesión de la candelaria por los campos. Y según que el viento hubiese apagado muchas o pocas velas, se calculaba si el año sería próspero o escaso. En cuanto a su carácter de cierre de la Navidad, en este día se cantaban los últimos villancicos ante el pesebre, que ese mismo día se desmontaba, y se comían los últimos turrones, barquillos y demás dulces especiales de la Navidad: a partir de este día se consideraba totalmente fuera de lugar las músicas, los adornos y los dulces de navidad; se había entrado en una nueva fase litúrgica. Hoy se han perdido totalmente estas tradiciones: las fiestas navideñas se acaban justo el día de Reyes o como mucho el siguiente. Y a partir de ahí entramos en el ciclo litúrgico de las rebajas.
Mariano Arnal
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