viernes, 12 de diciembre de 2008

La vida monástica. Una vida de oración (y 2). Orden benedictina

La vida monástica - Una vida de oración
Para el monje, la oración será a lo largo de su vida el ejercicio de su busca y de su encuentro con Dios. Oración, a ser posible, sin palabras. Un estar humilde ante Dios. Rendido a su voluntad. Buscando en la oración su voluntad. Pidiéndole a Dios que se haga su voluntad. Su voluntad en mí. Su voluntad en los demás, en el mundo entero. El hombre, el monje, se encuentra a sí mismo en la presencia de Dios. Descubre su propia intimidad. Se realiza. Se ve en su más completa realidad. En esta escala está el progreso de mi vida espiritual. Nada vale si no se traduce en mi diaria conversación con Dios.

Oficio y liturgia

La vida de oración de los monjes, culmina en la oración del Oficio divino y de la Sagrada Liturgia. Culmina. Es sin duda su expresión más alta. Es la oración de la Iglesia. En la oración litúrgica, el encuentro se hace más directo, más íntimo con Cristo Jesús. Es un error muy frecuente creer que nuestra intimidad con Cristo se mide en la escala de nuestros afectos sensibles. La Liturgia es el lugar preciso en que Cristo nos busca y nos espera. Es el gran Orante, el gran Liturgo, el gran Sacerdote. El ciclo litúrgico sigue al año, y siempre repite, la rueda de sus misterios. El centro de toda la liturgia es su Sacrificio Eucarístico. Se hace diaria la proclamación de su Palabra. La voz de la Escritura nos habla de su Presencia eterna. La Liturgia es la oración de su Iglesia. Ante la grandeza del servicio a que están llamados los monjes, el precepto es muy concreto. “Nada se anteponga al Opus Dei, a la obra de Dios” (Reg. cap. LXIII). Los hijos de San Benito, en su larga tradición de siglos, han respetado fidelísimamente el precepto. El Oficio y la Liturgia son el centro de la vida benedictina. Todo el honor, toda la belleza, todo el fervor y toda la perfección, se concentran sobre el Opus Dei. Vivir la Liturgia y para la Liturgia. En el canto, en el estudio, en la pastoral.

Caridad fraterna

La caridad del amor de Dios, es el centro de la vida religiosa. No hay vida religiosa sin caridad. Pero además, sin caridad, aquí en el monasterio, la vida religiosa sería insufrible. Venimos al monasterio con el propósito básico de crecer en la caridad. Que la caridad crezca en nosotros. Si la caridad no crece algo en mí cada día, he perdido ese día. Y a la larga se frustra mi vida religiosa. Una vida inútil. Ningún provecho saco. “No soy sino un bronce resonante o un címbalo estruendoso” (1Co 13,1). Eso, sí es que meto algún ruido. Pero el amor de Dios no está sólo en las palabras. Tiene su contraste todos los días. Sobre todo en una vida conventual. “Este es el celo que con ferventísimo amor ejercitarán los monjes, es decir: que se prevengan unos a otros con honores; súfranse pacientísimamente los defectos del alma y cuerpo; préstense a porfía obediencia mutua; ninguno busque su propia utilidad, sino más bien la del otro; tribútense una casta caridad fraterna” (Reg. cap. LXXII).

La mortificación

La vida del monje no puede menos de ser mortificada. Busca a Cristo, busca a Dios por Cristo, e indefectiblemente se encuentra con la Pasión de Cristo. Un programa muy concreto de sufrimientos, injurias, abandonos y muerte infamante. Así es como el monje limpia y depura su alma en el sacrificio y en la mortificación. Pero la Regla benedictina prefiere siempre los motivos del ascetismo interior a las asperezas de la austeridad corporal: “Si eres siervo de Dios, que te ate la cadena de Cristo y no una cadena de hierro” (San Gregorio Diálogos III, 16). Así hablo San Benito al ermitaño que se había encadenado a un roca. La gran mortificación de la regla es la renuncia voluntaria a la propia voluntad. El fundamento de la vocación benedictina. “Quienquiera que seas, que renunciando a tus propias voluntades, dispuesto a militar bajo el rey verdadero, el Señor Cristo, tomas las brillantes y fortísimas armas de la obediencia” (Reg. Prólogo).

“Lectio Divina”

La armonía de la vida benedictina está conseguida por la perfecta distribución del tiempo en el monasterio. El Oficio divino, con su escalonamiento en las horas canónicas, y el descanso siempre necesario, se ven compensados y equilibrados por el trabajo manual y la lectio divina. En esta distribución del tiempo la lectio divina viene a ser como el lubricante de la tarea del monje. Participa de la oración y participa del trabajo. Rompe la monotonía del Opus Dei y la dureza del trabajo manual. Y tiene también lo suyo de descanso. Momento de reposo y quietud para el espíritu.La lectura se hará gustosa y profunda. Con amor y con pasión. Pero orientada a un nivel teologal. Que mueva la fe, la caridad y la esperanza. Por aquí es el paso inmediato a la oración. Un itinerario muy conocido: lectio-meditatio-oratio.

El trabajo

La vida monástica es una vida de trabajo, porque es y debe ser vida de pobre. De unos hombres que por motivos sobrenaturales abrazan la pobreza. Que la hacen elemento esencial de su vida. Que tienen que trabajar para ganarse su vida y la de los suyos. No nos hacemos pobres por moda o estética. Ni por humanitarismo. Ni aún siquiera por caridad hacia los pobres. Nos hacemos pobres porque no queremos que las riquezas, los bienes materiales, las cosas, se interpongan en nuestra marcha hacia Dios. No queremos que nuestro afecto las convierta en ídolos. Y consecuencia de esta pobreza es la necesidad de trabajar. El trabajo monástico es el factor que más contribuye al equilibrio de la vida benedictina.

Nuestro apostolado

El monje tiene algunas formas de apostolado muy típicas. La dirección espiritual, la instrucción litúrgica. Toda una amplísima gama de tarea intelectual derivada de la lectio divina. La difusión de su propia espiritualidad, tan saludable para el mundo moderno. Abrir el monasterio a cuantos quieren rezar la gran oración colectiva de la Iglesia. A quienes buscan un ambiente de serenidad y paz para su alma.

En resumen...

La vida benedictina no es otra cosa que un simple y limpio ideal de vida cristiana. De una vida cristiana depurada. Reducida a lo esencial. Centrada en la oración. Hecho toda ella armonía y sencillez. De ahí que a lo largo de los siglos su lema haya sido: PAX. Lleva la paz a las almas. En una constante comunión litúrgica, sacramental y sobre todo eucarística con Cristo. Viviendo su misterio pascual. “Porque Él es nuestra paz” (Ef 2,14). Y la paz de Cristo, rebosante de caridad, saldrá más allá de los claustros y de las cercas del monasterio. Esta paz más que nunca necesaria en un mundo de hombres divididos y de almas partidas. “¡Si conocieses tú también en este día lo que lleva a la paz!” (Lc 19,42). Si supieses dónde está la verdadera paz. Tú que sientes cómo te muerde el desasosiego interior. Tú que has advertido ahí en el fondo de tu alma la nostalgia de Dios. Tú que en tu mejor deseo sólo puedes ofrecer a Dios el sacrificio de una vida agitada y angustiada.


http://www.monasteriodeleyre.com/explicacion2.htm

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