miércoles, 28 de mayo de 2008

La Cantera del Espíritu

Si hay alguien que sabe lo que es el silencio y su valor, esa es María. Nadie mejor que Ella se merece esta entrevista.

Quien ha visitado un monasterio, seminario o convento, ya se habrá topado con el clima de silencio que reina en esos lugares: allí se habla poco. Y, por lo mismo, en esos sitios hay un “no sé qué” que los hace especiales. El que aún no ha tenido la experiencia, quizá se asombre de tan singular dato y lo ponga en entredicho.

Para entender la supuesta riqueza del silencio, lo más recomendable sería interrogar a un maestro del oficio para que nos aconseje o por lo menos nos explique qué hay de atractivo en ese “no hablar”. Como estamos en el mes de mayo, la primera persona que me vino a la mente ha sido la Santísima Virgen María. Si hay alguien que sabe lo que es el silencio y su valor, esa es María. Nadie mejor que Ella se merece esta entrevista.

-Madre, los escritores y lectores de “Virtudes y valores” queremos preguntarte para qué sirve el silencio. Será una entrevista breve pues no queremos distraerte de tus muchas ocupaciones, bien sabemos que tienes muchas súplicas que atender de tus hijos de todo el mundo. Aprovecho la ocasión para darte las gracias a nombre de todos los hombres por tu cercanía, porque de verdad que sin ti no daríamos una en esta vida. Gracias también por tu paciencia y sobre todo por tu amor constante. Comienzo de una vez: en los Evangelios aparecen muy pocas palabras tuyas… Al menos yo, supongo que la razón se debe a que los evangelistas no estuvieron muy atentos para transmitirnos más datos tuyos, ¿estoy en lo correcto?

-Santísima Virgen: Gracias, hijo. Tu pregunta ya me la han hecho muchas veces, y puedo decirte que de esta humilde sierva del Señor no habría que citar nada más. Mis palabras no son importantes, no son nada comparadas con las palabras de Dios. Lo que Él dice es lo único que merece la pena escuchar. Dios habla al corazón de los hombres, continuamente, con gran misericordia y perdón. Esa es la razón principal del silencio: escuchar las palabras de Dios, acogerlas como tesoro precioso en el corazón y vivirlas. Creo que eso es lo que encontramos en los evangelios, y por eso están muy bien escritos. Y las palabras mías que citaron, esas quedaron escritas porque así lo quiso Dios, Bendito sea su nombre.

-Pues sí que es un gusto saber para qué sirve el silencio. ¿Podrías explicarnos cuál es tu experiencia personal del silencio, Madre? O mejor, ¿con qué palabra –una sola– definirías lo que es el silencio para ti?

-Santísima Virgen: Encuentro. El silencio es “Encuentro”, el más importante de todos: el Encuentro con Dios. Y como en ningún encuentro entre dos personas es posible quedarse callados, tampoco sucede eso cuando se está con Dios. Por eso, el silencio ante todo es hablar… Sí, hablar, aunque parezca contradictorio. De nada vale el silencio si no se habla con Dios, pero antes de hablar hay que escuchar, si no ¿qué vamos a decir? Hablar con Dios es muy bueno, pero mejor que todo es escucharle a Él. Él tiene palabras de vida, todo lo que dice es amor y engendra paz en nuestra alma. Cómo me gustaría que todos mis hijos supieran esto: cuando hablas con Dios, cuando estás con Él, lo tienes todo. Quien lo tiene a Él, nada le falta.

-Tienes toda la razón, Madre. Tú mejor que nadie sabes que esto se nos olvida a menudo. ¿Nos podrías decir cómo vivías tú el silencio en la práctica? ¿Tienes alguna técnica que nos puedas recomendar? Seguro que hay varios “trucos”, por así decir, que nos pueden ayudar para que el silencio sea algo más habitual y menos extraño para nosotros.

-Santísima Virgen: Lo que a mí más me ayuda es pensar en Dios. Yo creo en Él como lo que es: una persona real, el Padre que tanto me ama y a quien le debo todo lo que soy y que ha hecho en mí. Yo pienso en Dios continuamente. Sé que todo lo puedo si Él está conmigo. Y todo lo hago con Él, por eso el silencio más que una exigencia o una necesidad, surge de manera espontánea, como lo más natural que hay. Dios está en todas partes, está al lado de cada hombre. Esto es así, no hace falta imaginarlo, sólo hay que abrirse y recibir el amor que en cada momento nos está enviando. Si tú amas a Dios el silencio es sólo una consecuencia. El amor es siempre lo primero, todas las lecciones parten de este principio y por eso en él se encierran todos los mandamientos. No hay mejor camino al cielo que el amor.

-Para terminar, Madre querida, una preguntilla más. Tú desde el cielo nos ves en todo momento y conoces perfectamente nuestra situación, ¿cuál sería tu consejo para nosotros, el más esencial? ¿En qué tenemos que poner más atención para vivir el silencio y con ello estar más unidos a Dios?

-Santísima Virgen: Gracias, hijo. En la pregunta anterior me pedías algo práctico y creo que este es el momento para decirlo. Además de vivir en la actitud de amor a Dios, yo creo que lo que hace más falta es bajar a la práctica ese deseo de hablar con Dios. Yo sé que muchos de mis hijos anhelan una relación más íntima y personal con su Padre Dios, pero este buen propósito debe concretarse. Así como en su vida llaman a sus amigos por teléfono, escriben e-mails o cartas o simplemente se saludan por la calle cuando se encuentras, de igual modo hay que dedicar un tiempo para hablar con Dios. Esto, como ya he dicho, se puede hacer en todo momento gracias a que Él nos acompaña en todo lugar, sin necesidad de cables ni cuotas mensuales, ¿por qué no aprovechar tantas facilidades? Hablar con nuestro Padre Dios no cuesta, y nos enriquece enormemente. Está disponible las 24 horas del día y siempre está de buen humor: no hay nadie que nos ame más que Él. Comiencen a hacer la prueba, y ya verán cómo no quedarán nunca defraudados.

-Gracias de nuevo, Madre, por estas palabras. Las tendremos muy presentes en nuestro corazón.
SMV: Gracias a ustedes, mis hijitos. Hablen confiadamente con su Padre y hagan siempre lo que Él les diga. Recuerden que los amo muchísimo.

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