miércoles, 16 de enero de 2008

De la discoteca al monasterio de clausura (y 2)

Pues bien, eso que Juan no puede explicar y que acontece en un momento determinado de la vida, de la historia personal, eso mismo, pero de forma permanente, es la vida contemplativa: encontrarse con Jesús, por el que antes has sido tú misma encontrada, ir tras él, en lo más simple y cotidiano de la vida, ahondando en ello, reconociendo a Dios incluso en la rutina, en la monotonía de todos los días; contemplarlo no sólo en esos tiempos que dedicamos exclusivamente a la oración, sino en la simplicidad de lo que va aconteciendo, en el rostro de las Hermanas, en el trabajo en el obrador, en el estudio y la formación, en la cruz de las limitaciones. Todo esto no es sino un proceso que desemboca en la vida teologal, es decir, en la experiencia única de que Dios vaya siendo más Dios en ti y tú más tú en Él.
Secretos para la perseverancia
Hay una manera, o mejor aún, un talante existencial que contribuye a conservar el nivel de aceite con el que la llama de la lámpara contemplativa puede nutrirse y mantenerse encendida: El silencio, que en ningún caso es ausencia de lenguaje y comunicación. En un clima de silencio, la contemplativa o el contemplativo percibe de manera especial el lamento de la Humanidad que grita su sufrimiento, su angustia, su desvalimiento a causa de las injusticias practicadas de mil maneras por los fuertes, por los poderosos. En el lenguaje del silencio, una se hace capaz de diálogo con la única Palabra nacida del amor de Dios permitiendo así que su vida sea solamente un eco de ella a través de lo que hace, piensa, dice y siente. La soledad, que no puede ser confundida con una actitud de aislamiento o de inhibición. Se trata de esa soledad habitada por Dios en la que, misteriosamente, están presentes todos los hombres y mujeres que, sin tener un rostro concreto, sin conocer su dramática existencial, están ahí, junto a ti y tú junto a ellos. Esto te hace consciente de que la soledad es una gracia que te posibilita estar espiritualmente cerca de quienes geográfica, económica, étnica o culturalmente están lejos. La oración contemplativa, que, en la peculiaridad de nuestro carisma clariano, es una mirada atenta al Cristo pobre y humilde que encendió el corazón de Clara de Asís, que lo apasionó de tal modo que ya no quiso sino seguir e imitar su vida y pobreza y la de su santísima Madre. Mirarlo como se mira un espejo para contemplar en Él la pobreza de Dios, su abajamiento, su indefensión, su oprobio... ¡por amor!. Al contemplar sus heridas, su muerte infamante, una se atreve a sanar la heridas de las Hermanas que le han sido dadas como un don, una se atreve a morir por ellas, a ser más hermana. Mirando a Jesús una se siente hermana de todos los hombres y mujeres de este mundo y quiere colaborar con Dios, desde su ser eclesial, sirviendo de apoyo de los miembros más débiles que la forman. Mirar a Jesucristo sin más gozo que el de mirarlo y saberse mirada por él a la manera de una madre que no espera nada de ese niño pequeño que contempla mientras duerme y que, precisamente porque no espera nada de él, es capaz de darlo todo, de darse entera. Dios me ha hecho un gran regalo, nos ha hecho un gran regalo a todas las contemplativas y contemplativos del mundo: Dios nos ha llamado exclusivamente para permanecer con todos en Él.

Por María de Jesús Flores Rodríguez, osc Gentileza de Fluvium.org
www.iglesia.org

1 comentario:

alter-ego dijo...

hola saludos cordiales estaba dando una vuelta por blogscatolicos y aprovecho para saludarla.estupendo blog.