miércoles, 16 de enero de 2008

De la discoteca al monasterio de clausura (1)

Hace diecisiete años, yo era una muchacha más de esas que apuran las horas de la noche entrando y saliendo en la discoteca y en los pubs. Por aquel entonces Dios no era nadie para mí. La cuestión religiosa dormitaba, sin la más remota sospecha de verse sobresaltada o perturbada, en alguna parte de mí misma. Me sentía bien. La cosa cambió cuando, no sé ni cómo, me vi formando parte de un grupo de jóvenes que semanalmente se reunían en el locutorio del convento de mi pueblo en torno a una hermana que hablaba y dialogaba con ellas de Dios, de su propia vocación, en definitiva, de temas religiosos.
Una "movida" pero interior
Esos encuentros, sentadas todas alrededor de una pequeña mesa, al calor de un brasero, en la penumbra misteriosa de aquel sitio, comenzaron a inquietarme interiormente. Poco a poco me iba haciendo consciente de que algo estaba cambiando en mi mundo interior, me experimentaba distinta, aunque no extraña ni rara. Comencé a hacerme preguntas que antes nunca me había planteado. Sentía cierta tensión. Aquello empezaba a ser bastante confuso y los sentimientos aparecían muy contradictorios. Cuando por fin pude poner nombre a toda esta “movida” interior, llegó la decisión: cambiar el locutorio por el claustro y la visita semanal por la permanencia definitiva. Después pude darme cuenta de que todo aquello, supuso una experiencia configuradora, que hizo que me enraizara en la convicción de que el Señor me llamaba a la aventura de decidir mi vida desde lo contemplativo.
La contemplación tan difícil de explicarCuando, después de todos estos años de vida en el monasterio, trato de compartir el significado y el alcance de mi opción por la vida contemplativa clariana con aquellas personas que me lo piden, me encuentro con la dificultad de no acertar a decir lo que quisiera, siempre me quedo con la impresión de quedarme como en la corteza de la cuestión. Me consuela el hecho de que, ni el mismo evangelista Juan, supo expresar lo que sucedió aquella tarde, a la hora décima, después de ser encontrados por Jesús, él y su amigo Andrés (cf Jn 1, 39).

Por María de Jesús Flores Rodríguez, osc Gentileza de Fluvium.orgwww.iglesia.org

No hay comentarios: