sábado, 3 de noviembre de 2007

Vida contemplativa y vida activa

Las individuales diferencias temperamentales juegan un papel importante en la determinación de la opción entre la vida contemplativa y la activa. Aquellos que son más calificados para trabajar entre otros se sienten atraídos a una vida de servicio. Otros, más inclinados a las cosas interiores, se sienten atraídos hacia una vida intelectual y contemplativa. Puesto que tales dones vienen de Dios, no deben ser desatendidos cuando hay que elegir un estado de vida.

Desde un punto de vista religioso, ni la vida activa ni la contemplativa es superior la una a la otra. Para el cristiano el último criterio de idoneidad es el amor abnegado hacia Dios y el hombre. Donde el amor es mayor y más puro, allí una forma de vida o de acción es más excelente.

El íntimo conocimiento familiar de Cristo, de hecho, es fomentado, no menos por la actividad desprendida que por la contemplación. Dondequiera que falta este amor, ni la vida activa ni la contemplativa tiene valor verdadero.

Estos dos modos de vida, sin embargo, nunca excluyen totalmente el uno al otro, pero más bien uno u otro predominan. La vida activa, sin aquella contemplación que abraza la reflexión, la recepción de los sacramentos, la oración, y adoración, pronto degenera en egoísmo, sin ningún sentido para el reino del Dios. Una persona debe hacer un esfuerzo en mantener su punto de vista cristiano.

La vida contemplativa también está abierta al peligro del egoísmo. Puede fácilmente ser desviada por el egoísmo hacia una vida de cómoda auto-satisfacción que evita todas las dificultades. Fácilmente evita la prueba implicada en el ajuste de uno mismo a la realidad, y por lo tanto está abierta a la auto-decepción, a la vanidad, y al orgullo.

A través de los años los santos de la Iglesia mantienen vivo y eficaz el discipulado de Cristo. Evitan que Cristo parezca ser simplemente una figura histórica, porque en ellos el Espíritu de Cristo es una realidad viva y actual. En ellos y en los sacramentos de la Iglesia, la presencia contemporánea de Cristo se convierte en un hecho, un elemento que Kierkegaard con toda razón sostuvo ser esencial para el cristianismo.

Es precisamente a través de sus santos que Cristo resuelve las necesidades de cada época subsiguiente. Por el efecto que tienen en la vida piadosa de los fieles y la legislación de la jerarquía, o mediante el espíritu de sus órdenes, su inspiración alcanza la Iglesia entera.

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