“Hermano, el contemplativo no es el hombre que tiene visiones flamígeras del querubín llevando a Dios en su carro imaginario, sino sencillamente el que ha arriesgado su mente en el desierto más allá del lenguaje y de las ideas, allí donde Dios se encuentra en la desnudez de la confianza pura, es decir, en la total entrega de nuestra pobreza y de nuestra condición inacabada para dejar de aferrar nuestras mentes en un nudo sobre sí mismas, como si el pensar nos hiciera existir.
El mensaje de esperanza que te ofrece el contemplativo es, pues, hermano, que no necesitas encontrar tu camino a través de la maraña del lenguaje y de los problemas que hay hoy en día en torno a Dios, sino que tanto si lo comprendes como si no, Dios te ama, está presente en ti, vive en ti, mora en ti, te llama, te salva y te ofrece una comprensión y una luz que no se parecen en nada a la que jamás hallas podido encontrar en libros o escuchado en sermones.
El contemplativo no tiene nada que decirte salvo asegurarte que si te atreves a penetrar en tu propio silencio y te arriesgas a compartir esa soledad con otros solitarios que busquen a Dios a través tuyo, entonces recobrarás de verdad la luz y la capacidad de entender lo que está más allá de las palabras y de las explicaciones porque está demasiado cerca como para ser explicado: es la unión íntima en la profundidad de tu corazón, del espíritu de Dios y de tu propio ser más íntimo y secreto, de modo que tú y Él sois en verdad un solo Espíritu. Te amo, en Cristo.”
(Thomas Merton, “Mensaje a los contemplativos del mundo”, 21 de agosto de 1967, en respuesta a una petición expresa del Papa Pablo VI)
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